Recuerdo con especial cariño mis veranos de estudiante. Estaba en la Universidad de Granada estudiando Historia Medieval y lengua árabe, pero también -desde muy pequeño- había estudiado en el Conservatorio de Música de Granada, por lo que el verano era una época estupenda para pedir becas y asistir a cursos, seminarios y congresos.
El itinerario comenzaba en los Cursos Manuel de Falla del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, cursos de órgano con Ramón González de Amezua, de clavecín con mi maestro Rafael Puyana, o de composición con Carmelo Bernaola. Durante el día a estudiar, por la noche conciertos en la Alhambra y el Generalife del Festival, y trasnoche en las cuevas del Sacromonte con los compañeros y compañeras, en las que como nativo tenía que hacer de guía nocturno.
Después se enlazaba con los cursos de Santiago de Compostela a donde nos trasladábamos una buena parte de la pandilla, del monasterio de Santo Domingo de Silos para aprender gregoriano, los de La Granda de la Universidad de Oviedo, los seminarios y congresos del mundo medieval y el arabismo en Sevilla, Córdoba, Madrid, Barcelona, Roma, París, Tlemcén, Orán, Asilah, Tetuán, o en Beirut. Cada año a un sitio diferente, primero como alumno y después también como profesor.
En esos veranos de estudio y también de diversión -éramos muy jóvenes- tuve la ocasión de conocer y hacer amistad con figuras como José Luis Turina, Rafael Díaz, Manuela Cortés, Mahmoud Gettat, Habib Hasan Touma, Louis Hage, A. Siloah, Shamira Kadiri, Ismail Diadie Haidara, y un largo etc.
Quizás el lugar que más me ha impresionado ha sido Beirut, al que he tenido la oportunidad de ir en diversas ocasiones. Las calles patrulladas por tanques y soldados fuertemente armados, tras la cruel guerra civil libanesa (1975-1990). Los tres sectores de la ciudad bien diferenciados. El barrio chiita con las mujeres completamente tapadas, el sector sunita o del islam ortodoxo más liberal y el barrio cristiano con las jóvenes vestidas muy a la moda occidental, como en Nueva York o París. Los contrastes eran tremendos en medio de edificios con las fachadas derruidas en donde se apreciaban los impactos de las balas y morteros.
Nosotros nos relacionábamos y salíamos con los jóvenes musulmanes sunitas pero nos alojábamos en la residencia de un monasterio maronita. Los horarios eran muy estrictos, para desayunar, comer y recogerse por la noche. Un día que fuimos a un concierto al sector sunita y después a tomar algo se nos hizo muy tarde. Al llegar a nuestra residencia estaba cerrada a cal y canto. En esa época no teníamos móviles y no queríamos que supieran que llegábamos a esas horas, así que decidimos buscar posibles entradas, tirar piedrecitas a la ventana de algún compañero, hasta que después de dos horas y casi a las 5 de la madrugada conseguimos que una compañera nos abriera una ventana por la que poder acceder. A la mañana siguiente, en el desayuno, tras todos nuestros esfuerzos por mantener el secreto, todo el mundo lo conocía y bromeaba con nosotros incluido el propio prior.
Otro día alquilamos un coche para visitar los restos arqueológicos de Baalbek, en el valle de la Bekaa, a 86 kilómetros de Beirut, antiguo santuario fenicio del dios Baal, ciudad griega llamada Heliópolis y colonia romana, Patrimonio de la Humanidad, y nos sorprendió un bombardeo a esa zona del ejercito israelí, fue muy impactante y nos sentimos en peligro.
Después de esas semanas o días de intensa actividad venía la calma, las lecturas al calor de las tardes familiares, los paseos con mis perros, el tiempo para pensar, para inventar, hacer y deshacer teorías y sueños. Tiempo diferente entre la rutina del curso académico y la mochila cargada de anécdotas y recuerdos.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios