El verano de mi vida

Mis veranos de estudiante

  • REYNALDO FERNÁNDEZ (Granada, 19 de enero de 1959) acaba de cumplir tres años al frente del Patronato de la Alhambra y el Generalife, un lugar donde desarrollar su pasión por el mundo árabe, el arte y, sobre todo, la música. Su juventud estuvo llena de viajes inspiradores.

Recuerdo con especial cariño mis veranos de estudiante. Estaba en la Universidad de Granada estudiando Historia Medieval y lengua árabe, pero también -desde muy pequeño- había estudiado en el Conservatorio de Música de Granada, por lo que el verano era una época estupenda para pedir becas y asistir a cursos, seminarios y congresos.

El itinerario comenzaba en los Cursos Manuel de Falla del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, cursos de órgano con Ramón González de Amezua, de clavecín con mi maestro Rafael Puyana, o de composición con Carmelo Bernaola. Durante el día a estudiar, por la noche conciertos en la Alhambra y el Generalife del Festival, y trasnoche en las cuevas del Sacromonte con los compañeros y compañeras, en las que como nativo tenía que hacer de guía nocturno.

En Beirut me impresionaron las calles patrulladas por tanques y soldados fuertemente armados"

Después se enlazaba con los cursos de Santiago de Compostela a donde nos trasladábamos una buena parte de la pandilla, del monasterio de Santo Domingo de Silos para aprender gregoriano, los de La Granda de la Universidad de Oviedo, los seminarios y congresos del mundo medieval y el arabismo en Sevilla, Córdoba, Madrid, Barcelona, Roma, París, Tlemcén, Orán, Asilah, Tetuán, o en Beirut. Cada año a un sitio diferente, primero como alumno y después también como profesor.

En esos veranos de estudio y también de diversión -éramos muy jóvenes- tuve la ocasión de conocer y hacer amistad con figuras como José Luis Turina, Rafael Díaz, Manuela Cortés, Mahmoud Gettat, Habib Hasan Touma, Louis Hage, A. Siloah, Shamira Kadiri, Ismail Diadie Haidara, y un largo etc.

Quizás el lugar que más me ha impresionado ha sido Beirut, al que he tenido la oportunidad de ir en diversas ocasiones. Las calles patrulladas por tanques y soldados fuertemente armados, tras la cruel guerra civil libanesa (1975-1990). Los tres sectores de la ciudad bien diferenciados. El barrio chiita con las mujeres completamente tapadas, el sector sunita o del islam ortodoxo más liberal y el barrio cristiano con las jóvenes vestidas muy a la moda occidental, como en Nueva York o París. Los contrastes eran tremendos en medio de edificios con las fachadas derruidas en donde se apreciaban los impactos de las balas y morteros.

Nosotros nos relacionábamos y salíamos con los jóvenes musulmanes sunitas pero nos alojábamos en la residencia de un monasterio maronita. Los horarios eran muy estrictos, para desayunar, comer y recogerse por la noche. Un día que fuimos a un concierto al sector sunita y después a tomar algo se nos hizo muy tarde. Al llegar a nuestra residencia estaba cerrada a cal y canto. En esa época no teníamos móviles y no queríamos que supieran que llegábamos a esas horas, así que decidimos buscar posibles entradas, tirar piedrecitas a la ventana de algún compañero, hasta que después de dos horas y casi a las 5 de la madrugada conseguimos que una compañera nos abriera una ventana por la que poder acceder. A la mañana siguiente, en el desayuno, tras todos nuestros esfuerzos por mantener el secreto, todo el mundo lo conocía y bromeaba con nosotros incluido el propio prior.

Otro día alquilamos un coche para visitar los restos arqueológicos de Baalbek, en el valle de la Bekaa, a 86 kilómetros de Beirut, antiguo santuario fenicio del dios Baal, ciudad griega llamada Heliópolis y colonia romana, Patrimonio de la Humanidad, y nos sorprendió un bombardeo a esa zona del ejercito israelí, fue muy impactante y nos sentimos en peligro.

Después de esas semanas o días de intensa actividad venía la calma, las lecturas al calor de las tardes familiares, los paseos con mis perros, el tiempo para pensar, para inventar, hacer y deshacer teorías y sueños. Tiempo diferente entre la rutina del curso académico y la mochila cargada de anécdotas y recuerdos.

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