Gente inteligente

Usar el sentimiento de culpa para crecer como persona

  • La culpa es una peligrosa carga emocional relacionada con nuestra forma de valorarnos, y aunque puede ser un gran motor de mejora personal, está detrás de muchos de nuestros males

  • Curar el resentimiento en defensa propia

Gente inteligente: Usar el sentimiento de culpa para crecer como persona.

¿Es usted una persona muy autoexigente? Pues mucho ojo. Y si por el contrario nunca se siente culpable porque usted “es así y quien le quiera que le acepte”, pues mucho ojo también. La culpa suele estar relacionada con una habilidad emocional muy importante, la empatía, y también puede ser una estupenda brújula de mejora, tanto de uno o una misma como de las relaciones que mantenemos en nuestras vidas. Pero tiene dos caras: una llena de luz y posibilidades, y otra tenebrosa capaz de aplastar literalmente a las personas. Por eso, saber gestionarla y ponerla de nuestra parte es una cualidad propia de la gente muy inteligente, la emocionalmente inteligente.

Qué es y por qué surge

Si leyó el artículo de la semana pasada sobre el resentimiento, recordará que le proponía mirarlo desde el prisma de la decepción: el resentimiento surge cuando no se cumplen las expectativas que depositamos en otra persona, y eso nos decepciona. Siguiendo este mismo hilo de pensamiento, la culpa surge cuando quien le decepciona y no cumple sus expectativas es usted.

Esto no tiene que ser negativo, todo lo contrario. En su cara positiva, la culpa es un aviso interno a veces inconsciente, una lucecita que se enciende para orientarnos y cuidar de nuestros valores y principios de conducta, y también para guiarnos en la mejor adaptación a las normas sociales o familiares con las que nos relacionamos.

Cuando no cumple algo que cree que debería cumplir, o cuando se comporta de forma que cree que no está bien, se siente culpable. Como es desagradable, tiende a evitarlo, y así logra llegar a adelantarse para no sentirlo con la inestimable colaboración del Pepito Grillo que llevamos dentro.

Así que sentirse culpable no es malo. Lo perjudicial es negarlo, o mirar para otro lado, o engancharse en la rumiación constante de ese sentimiento. Porque en su cara negativa, la culpa es síntoma y acelerador de temas dañinos como la falta de autoestima, la ansiedad, la depresión y otros trastornos más graves.

La primera vacuna: inteligencia emocional

Sé que soy un poco pesada con esto, pero es así. Cuanto más desarrollada tenga su inteligencia emocional, más capaz será de identificar sus emociones y sus sentimientos, y más habilidad tendrá para saber qué mensajes le traen y qué puede usted hacer para estar mejor, si es que son sentimientos desagradables como la culpa. Eso hace la gente inteligente.

Sin inteligencia emocional, posiblemente le cueste identificar o incluso reconocer que lo que le pasa es que se siente culpable, y buscará justificaciones constantemente o simplemente no querrá ni mirar la fuente de su malestar. Pero ahí seguirá.

La culpa le activa emociones tan básicas como el enfado, por haber fallado. La tristeza, por el daño quizás provocado a otras personas o a usted. El asco, por no haber sido capaz de hacerlo de otra manera… ¿Sabe gestionar todo eso cuando se trata de la persona más importante de su vida? Usted es esa persona.

Dividir el elefante de la culpa

Aquí le propongo adaptar la técnica de dividir el elefante que usábamos con el resentimiento, pero esta vez con la culpa. Vamos allá.

Piense en cómo es usted, y escriba al menos diez cualidades positivas suyas. ¿Que no tiene diez? ¡No diga eso! Y que sean positivas, por favor. Nos interesan sobre todo esas en las que le suele poner un muy por delante.

Podría quedar algo así: yo soy divertida, yo soy alegre, yo soy cariñosa, yo soy muy responsable… Yo soy muy exigente… ¡Un momento! ¿Ser muy exigente le apoya siempre? ¿No? Pues borre esa cualidad de la lista. Escriba las cualidades que le caracterizan, sí, pero que además siempre le viene bien lucirlas. ¿Necesita inspiración? Venga, puede preguntar a sus seres queridos cómo es usted a sus ojos. Y quédese con las cualidades que de verdad le resuenan, esas que cree con seguridad que usted tiene. Ya está trabajando en su propio autoconocimiento y ayudando a la salud de su autoestima.

¿Tiene ya diez cualidades de las que puede sentir verdadero orgullo? Bien. Ahora usemos las matemáticas. Sus expectativas de usted son un 10 en todo eso, un 100 si las sumamos. ¡Si es que usted es la caña! Pero, ahora, con absoluta honestidad -que no se va a enterar nadie-, del 1 al 10: ¿cuánto fue de divertido o divertida ayer?, ¿y la semana pasada? ¿Cuánto fue de alegre? ¿Cuánto cariño repartió? Valore toda la lista en un horizonte temporal corto.

Sume la realidad de ayer, o de la semana pasada. ¿Hay mucha diferencia? Si esa diferencia fueran los kilos de una mochila que llevamos a cuestas, ¿cuánto le pesaría?

No tenemos superpoderes, y pasan muchas cosas, no podemos estar todos los días al cien por cien de nuestras expectativas. Sin embargo, cada vez que no somos lo que esperamos, nos decepcionamos, y nos sentimos culpables. Y no sólo eso. Puede que no hayamos llegado a lo que esperábamos en algo concreto, pero nos solemos juzgar de forma salomónica como si no hubiéramos llegado en nada.

Dividir el elefante le permite, otra vez, sacar interesantes conclusiones. Las cualidades más valoradas serán su mejor apoyo para ejercitar la autocompasión necesaria que se requiere para aligerar la mochila. Y las menos valoradas se pueden convertir en planes de acción para sentirse mejor con usted, de forma efectiva y compartimentada. Nada es blanco o negro.

Ahora mire el 100 del ideal de sus expectativas propias e imagine que son plantas de un edificio, y mire igual la suma, sea cual sea, de su realidad reciente. ¿Qué puede hacer para que los dos edificios tengan la misma altura? ¿Le construye plantas al real? ¿Se las quita al ideal?

Igual que en el resentimiento por mucho que queramos no podemos ponerle plantas a la realidad de las demás personas, sólo solicitárselo si es que lo necesitamos, con la culpa podemos hacer las dos cosas para reducir la diferencia. ¿Qué va a dejar de autoexigirse desmesuradamente? ¿En qué va a proponerse mejorar? Quizás ahora lo tenga un poco más claro. No permita que esa mochila de culpa, que se genera en la diferencia, le haga arrastrar los pies o termine impidiéndole avanzar. Porque sí, la culpa sí que pesa.

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