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Como el pescado en blanco

  • Manzano le dio galones a Cigarini y éste respondió con un inocuo partido, de los que no hacen daño, en el que contribuyó de forma pasiva a otra derrota de su equipo

Cigarini no fue el culpable directo de la nueva derrota del Sevilla. Borja Valero, tampoco. Este Villarreal actual ni siquiera necesita que el jugador que iba ser la pieza angular sobre la que el Sevilla pensaba construir su proyecto 2010-11 esté en el campo para superar a un equipo actualmente sin alma, con Cigarini o sin Cigarini. El jugador madrileño traicionó a José María del Nido y Monchi este verano. O al menos, así lo entienden en el Sevilla. Entre las prisas propias y las de su mujer por abandonar el frío inglés, las prisas ajenas de sus representantes por coger el dinero, y el exceso de confianza de los rectores sevillistas, con su toque de tacañería también, Borja Valero eligió esta pequeña ciudad industrial a los supuestos oropeles de Nervión. Y a Sevilla llegó Cigarini como recurso de última hora y más barato. Pero este hecho no es la única causa de los males del Sevilla de Manzano.

El entrenador jiennense le dio galones ayer al jugador italiano y lo mantuvo en el campo pese a que su papel no estaba siendo decisivo, ni para lo bueno ni para lo malo. Porque quizá la única virtud que tiene Cigarini es que hace menos daño que el pescado en blanco. Es como el agua: inodoro, insípido e incoloro, casi como la camiseta que estrenó ayer un Sevilla que, si ya no se reconoce de blanco en el Sánchez-Pizjuán, menos se va a reconocer de turquesa en Villarreal.

Al contrario que en otras ocasiones, como en Dortmund o ante el Mallorca, Cigarini no fue el primer cambio de Manzano. Es más, terminó el partido, pese a su nula capacidad para la presión y el robo y su más que discutible influencia en el juego ofensivo, al margen de lanzar alguna falta, como la de la ocasión de Fernando Navarro en el minuto 82. Prefirió sacrificar a dos jugadores de similar corte -para lo bueno y para lo malo-, Romaric y José Carlos, para dar entrada a Diego Capel y Negredo buscando más pegada y más llegada. Y luego, casi al final, quitó a Zokora y dejó al transalpino como único medio centro del equipo en ese zafarrancho final que se quedó en nada, o casi nada. Bueno, pudo haber empate si Undiano Mallenco no hubiese visto fuera de juego en el pase de Kanoute a Negredo... En fin.

Lo cierto es que la influencia de Cigarini fue inocua en un partido feo, con continuas interrupciones y nada fiel a un cartel que por el nombre de Villarreal y Sevilla debería haber ofrecido mucho más. No se le puede señalar ningún fallo concreto para que el Sevilla volviera a caer derrotado. Pero su presencia tampoco contribuyó en modo alguno a que el equipo de Manzano le diera una vuelta de tuerca al partido en algún momento, o intentara aprovechar la indefinición de un rival adormecido en la confianza de que este Sevilla actual es incapaz de nada.

El Villarreal sesteó mientras que Cigarini se dedicaba a acompañar a sus rivales en lugar de presionar de verdad. Hizo sólo dos faltas en un partido de muchísima fricción pitado por el quisquilloso Undiano, que en total sancionó 30. Muy poco para un medio centro. No fue peor ni mejor que Romaric, José Carlos o Zokora. Pero no ofreció ese fútbol de intensidad, de fuerza, de velocidad, de ritmo, de paso adelante, de jugar en el campo del rival que pedía Manzano en la previa. Ya se avisó: Manzano tiene la idea, pero, ¿tiene los jugadores para ello? Cigarini, desde luego, no lo es.

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