Cine

Forrest Khan en Holly-Bollywood

Mi nombre es Khan. Drama, India-EEUU, 2010, 150 min. Dirección: Karan Johar. Guión: Shibani Bathija, Niranjan Iyengar. Fotografía: Ravi K. Chandran. Intérpretes: Shahrukh Khan, Kajol, Christopher B. Duncan, Steffany Huckaby.

Mientras Bollywood se ha convertido en un término de uso común para hablar del cine popular indio, son muy pocas las películas de aquella industria que se han estrenado comercialmente en España. Apenas Lagaan o Billu Barber han conseguido hacerse un hueco en la cartelera con su concentración de ingenuidad, arquetipos básicos, narrativas simplistas y su festín de música, baile y color para cubrir una pequeña cuota para espectadores amantes de lo exótico en las nuevas sociedades multiculturales. Resulta paradójico que un refrito occidentalizado de este mismo modelo, Slumdog millionaire, sí que haya triunfado internacionalmente, Oscar incluido, con su astuta y fraudulenta fórmula de melodrama con mensaje social para enjuagar (malas) conciencias ONG.

Protagonizada por la estrella masculina más rutilante del firmamento bollywoodiense, el actor Shahrukh Khan (Dilwale Dulhania Le Jayenge, Devdas, Don), Mi nombre es Khan se apunta a la moda y agita en su coctelera un poco de Rain man, otro poco de Yo soy Sam y una buena dosis de Forrest Gump para enarbolar su melodramático canto a la tolerancia, la solidaridad y la alianza de las civilizaciones (sic) a través de la delirante historia de un joven indio afectado por el síndrome de Asperger que, tras llegar a Estados Unidos, pasa por una serie de vicisitudes y tragedias (11-S por medio), todas ellas superadas, cómo no, por el coraje y la fuerza del amor, a las que sólo puede poner fin conciliador un encuentro con el mismísimo presidente Obama (sic).

La aplastante ingenuidad de la película, la misma de tantas otras cintas de Bollywood, no le resta, empero, un muy ligero sentido de la peripecia inverosímil, todo en aras de una idea del entretenimiento no apta para espectadores exigentes. Las inevitables canciones y sus montajes videoclip (aquí, por desgracia, el argumento no da para los agradecidos números de baile) apenas nos liberan de dos largas horas de folletín lacrimógeno y esperanzador ni de la mirada bizca y los andares trancos de un Khan con 20 años más que su personaje. Todo es echarle ganas.

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