Granada

Un mosquetero en Granada

  • Alejandro Dumas hijo negó que su padre dijera la frase "África empieza en los Pirineos" La prensa española de la época vio en los escritos del francés una ofensa al orgullo nacional

Empiezo a pensar que hay una felicidad mayor que la de ver Granada, y es la de volver a verla", escribió sobre Granada en forma de inscripción lapidaria Alejandro Dumas, el autor de títulos como El Conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, pero también firmó el libro De París a Cádiz: un viaje por España. El tan extensamente laureado escritor galo viajó a España en 1846 con la finalidad de servir de cronista de la boda del Duque de Montpensier con la hermana de Isabel II y de esta con el infante Francisco de Asís, posteriormente conocido como 'Paca La Culona'. De esta guisa, un 25 de noviembre de ese mismo año llegaba a Granada, procedente de Jaén, un grupo de seis viajeros románticos franceses. Esta media docena de 'mosqueteros' estaba formada por Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, que venían acompañados de Augusto Maquet, colaborador de Alejandro Dumas padre, conocido en París como 'el negro indispensable', el escritor Eugen Giraud y los pintores Adolfo Desbarolles y Luis Boulanguer. Alejandro Dumas se mostraba ilusionado en aquel viaje que le conducía al país de sus sueños, ya que era hijo de un noble francés y una esclava dominicana, de ahí sus rasgos mulatos. Además, Dumas encajaba en aquella España, al ser un hombre alegre y dado a la buena vida, según refleja su aspecto físico. Pensaba que España era país de bandoleros, majas, bailes gitanos y amoríos fáciles. Fue protagonista de lo que hoy se llamaría un 'montaje' mediático, al contratar a un bandolero para que fingiera un asalto por Despeñaperros a cambio de un cheque. Hecho que a él le serviría para una buena crónica. El bandolero, como es natural, se quedó con el dinero y le devolvió el justificante de cobro tras decirle que había cerrado el negocio. La carta y el recibo figuran hoy en el archivo de la Biblioteca Central de la Universidad de La Sorbona.

Los cuatro días de residencia granadina, los seises galos se alojaron en la Casa de Pupilos de Pepino, en la calle Silencio, cerca de la actual Facultad de Derecho. Se trataba de una modesta pensión de estudiantes de las numerosas que por entonces había en el barrio. Según él mismo escribía, traía tres maletas rebosantes de trajes, ropa blanca, pistolas, carabinas y cuchillos de caza. Los Dumas no se entendían demasiado bien con algunos granadinos, lo que dio lugar a más de un incidente y un buen número de anécdotas. Estando ya en Granada hubo un suceso que determinó la duración de la estancia granadina de los galos. En la vivienda del pintor francés Couturier, al que hicieron dos visitas, con el deseo de dibujar a los bailaores en el patio de su casa, unos niños los apedrearon, desde una casa cercana, propiedad del 'pintor Contrarias' (el arquitecto José Contreras) y a Alejandro Dumas hijo le dieron una pedrada en la cara, "y éste se había lanzado a buscar la venganza, irrumpiendo en la casa del pintor Contrarias con otros miembros del grupo". Fueron acusados de "haber violado un domicilio tranquilo", siendo llevados a comparecer ante el corregidor de Granada, que ordenó al jefe de policía que emprendiera las investigaciones del suceso. Según refiere Dumas, hasta el mismo capitán general acabaría tomando cartas en el asunto, por lo que los extranjeros tuvieron que planear escapar de la ciudad durante el proceso de investigación, amparándose en la oscuridad de la noche. Armados con "fusil al hombro y cuchillo al cinto", tomaron dirección a la puerta de Córdoba, donde previamente habían quedado con los muleros de la diligencia. En el trayecto en su huida por la ciudad se toparon con "tres gendarmes", estando dispuestos a luchar para irse, si ello era necesario. Dumas padre cuenta que asumió "el mando general de las fuerzas del ejército", formado por seis franceses, pero no hubo ocasión para llegar a las armas porque los agentes "sólo querían beber a la salud del capitán general, sin duda, un vaso de manzanilla", en una posada cercana, situada en el mismo camino que llevaban los viajeros.

A pesar de estas y otras diferencias con los lugareños granadinos, Dumas no escatimó elogios a Granada y la Alhambra en su Viaje por España. De París a Cádiz, aunque detestaba la construcción del Palacio de Carlos V y la que consideraba "subdesarrollada vida" de los gitanos del Sacromonte. De la ciudad dijo cosas tan hermosas como estas: "Granada, más deslumbrante que la flor, más sabrosa que la fruta de la que toma su nombre, parece una virgen tumbada al sol". A diferencia de otros viajeros, apenas presta atención a los aspectos artísticos y monumentales que va encontrando en su camino, y cuando lo hace, como sucede en Granada, sus consideraciones son más bien escuetas, superficiales, un poco artificiosas, cuando no remite, como en la Alhambra, a las obras de otros autores -entre ellos, Gautier, «que escribe a la vez con la pluma y el pincel»- para hacerse una idea completa de lo que él, según dice, ni siquiera intenta esbozar. Dumas ofrece un relato de su recorrido español con aires de novela de aventuras, cuajado de sucesos y peripecias que adorna y transforma con grandes dosis de habilidad e ironía.

Y la mejor de las imágenes de las ciudades que recorrió, la más despierta y la más sentida, es la de Granada. Allí dice encontrar «el paraje más bello del mundo», el paraje en el que se ven, desde el Generalife, «las torres cobrizas del palacio que lloró Boabdil», el barrio del Albaicín y, al fondo, la «inmensa fortaleza» de Sierra Nevada, «toda almenada de plata opaca y de plata pulida». Esa evocación del «paraje» granadino nos lleva, para terminar, a uno de los aspectos más interesantes y valiosos -y, en general, menos recordados- del libro de Dumas: su visión del paisaje.

Aquel viaje del laureado escritor galo se tiñó de una desafortunada leyenda negra, al atribuírsele la autoría de una de la frase "África empieza en los Pirineos". El 'sambenito' verbal se lo colgó el barón francés Charles Davillier, autor de un Viaje por España ilustrado por Gustavo Doré, a su compatriota Alejandro Dumas padre. Aunque el creador de Los tres mosqueteros negó siempre en vida haber pronunciado esa sentencia, todavía de vez en cuando entre nosotros se le asigna la autoría. Muchos años después de muerto, Alejandro Dumas hijo, el de 'La dama de las camelias', se sintió obligado a salir en defensa de su padre declarando a un periodista español que "la famosa frase que se le atribuye, y en la que varía a su antojo la geografía colocando el estrecho de Gibraltar en la vertiente de los Pirineos, es apócrifa. No la hallará usted en ningún escrito suyo. Tanto mi padre como yo fuimos apasionados admiradores de España, a pesar de haber sido apedreados por el vecindario entero de un pueblo de la provincia de Granada de cuyo nombre no quiero acordarme".

La imagen que Dumas transmitió de España fue la de un país en general atrasado, en ciertos aspectos salvaje, aunque lleno también de bellezas y de atractivos exóticos. El paso de los Dumas por España dejó cicatrices profundas en el 'orgullo nacional', que les vio a él y a sus acompañantes como arrogantes y pendencieros. En fecha tan temprana como 1848, el periodista español Ramón de Navarrete llegó hasta a escribir todo un libro, Verdades y ficciones, para refutar lo que él creía mentiras groseras inoculadas por Dumas en las mentes de sus lectores franceses.

El relato de aquel viaje tuvo su reflejo en diferentes publicaciones francesas. Además del citado libro del viaje por España de Dumas, escrito a modo de cartas, publicó Cocina española que vio la luz dentro del póstumo Gran diccionario de cocina (1873) de Dumas, y Dos artistas en España (1853) de Desbarolles, quien llegaría a ser quiromántico célebre, con dibujos de Giraud. Dumas también firmó el libro El bandido de Sierra Nevada, donde todo parecido, si es que lo hay, con la realidad ni siquiera es coincidencia, pero ayudó a fomentar el exotismo e imagen idealizada de las cumbres granadinas, que según el escritor se extendían hasta Gibraltar. Una Sierra Nevada cuajada de bandoleros y un pico del Veleta al que se ascendía camino de la costa.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios