Granada

La extrañeza del irlandés al ver la Piedad de Miguel Ángel en Guadix

CUANDO estoy de viaje en una ciudad extranjera, me suelo levantar temprano y dar una vuelta por los alrededores del hotel en el que me hospedo. Tengo entonces una extraña sensación de que las calles que recorro son de cartón piedra, como el decorado que alguien ha puesto allí para la película de mi vida. Se me genera una sensación de extrañeza, de no pertenencia sino de paso, con la que me llevo bien pero que no deseo que suceda todos los días porque yo pertenezco a otro sitio, a otro ambiente. De hecho el tiempo que paso fuera de Granada es delicioso e instructivo, aprendo mucho; pero parece apartado de mi existencia sustancial y auténtica y nunca se une bien a ella. Es entonces cuando pienso que ya es hora de volver a casa. Para mí lo mejor de los viajes son los regresos.

Pero hay sitios a los que voy y es como si fuera a mi casa. Pueblos con los que te llevas bien, los manejas porque conoces la taberna donde ponen la mejor tapa, la peluquería donde cortan mejor el pelo o la churrería donde ponen los churros más ricos. Pueblos en donde tienes amigos y que te provocan el sentimiento de la cercanía y de la familiaridad. Guadix es uno de ellos.

Harry no conocía Guadix. Le propongo visitarlo porque le queda poco tiempo de estar en Granada y está mi empeño en que conozca lo más característico de la provincia. Podríamos ir a Guadix y visitar la catedral y alguna cueva, por ejemplo. Como siempre Harry no pone pega alguna.

Salimos el último día del verano, aunque a lo mejor el sol no se ha enterado porque pega de lo lindo en la mañana que viajamos hacia nuestro destino. A Harry le sorprende el verdor de los pinares de la Sierra de Huétor y le digo que quisiera que los viera llenos de nieve: es la estampa más navideña con la que cuenta Granada.

-¿Qué enseñar tú en Guadix?

-Por lo pronto, Harry, una catedral que es una preciosidad. Además te voy a llevar a conocer alguna cueva donde vive gente.

Cuando llegamos a la altura de Purullena, a mi acompañante le sorprende la vistosidad de las cárcavas, esas tierras a modo de cañón y tonalidades marrones y ocres que constituyen uno de los atractivos visuales más característicos de nuestra provincia. Le cuento a Harry que estos paisajes son conocidos con el término bad-lans o malas tierras porque no son aprovechables para la agricultura. Y que cerca de allí hay un sitio que se llama El fin del mundo porque por el aspecto que dan las malas tierras parece que has llegado a donde se acaba el mundo. Tierras que miras y sospechas que en uno de sus huecos puede de un momento a otro aparecer un apache a lanzarte una flecha.

-Esto parecer La Capadocia- dice Harry cuando lo contempla

Pero no estamos en La Capadocia, estamos en Guadix. La presencia rotunda de la torre-campanario de la catedral, el elemento identificador de la ciudad, nos indica cuál es nuestro destino. A eso de las doce y después de dar dos vueltas para buscar aparcamiento en los alrededores, estamos en la explanada de entrada de la catedral. A pie de escalinata está el tren turístico en espera de personas que quieran montarse y dar una vuelta por la ciudad. También un carromato tirado por bestias te puede llevar al barrio de las cuevas.

Veo a Harry mirar para arriba para contemplar la fachada del monumento y oigo emitir una exclamación que revela admiración. Le cuento ante la impresionante fachada barroca del monumento que Guadix es una diócesis de las más antiguas de España y que tuvieron que pasar casi tres siglos para ver terminado el templo. Que por eso en él se pueden apreciar varios estilos arquitectónicos en su interior (el gótico, el renacentista y el barroco) y que en esa mezcla de estilos quizás esté la belleza y la armonía que desprende.

Pero yo estoy interesado en que Harry vea la réplica perfecta que hay de La Piedad de Miguel Ángel. Lo llevo ante ella y espero a su reacción:

-¡Oh! ¿Qué hacer aquí la Pietá?

-La hemos robado de la Basílica de San Pedro del Vaticano. Creemos que aquí está mejor.

Harry se queda extrañado hasta que, segundos después, comprende mi broma y comienza a reír.

-Tú decir tonterías. ¿Ser réplica?

Le explico entonces que se trata de una talla escultórica realizada sobre 1925 en mármol de Carrara, reproducida mediante el sistema de sacado de puntos directamente del original de Miguel Ángel y que fue finalizada por un segundo procedimiento de talla directa. La estatua se exhibió en el salón de Arte de Bolonia en 1930. Allí estaba el cónsul de España en esta ciudad italiana que era de Guadix. Se llamaba Manuel Martínez-Carrasco. La vio, le gustó y la compró para ser ubicada en la iglesia de Santiago. Durante la guerra civil unos bárbaros la hicieron añicos con un martillo. Alguien recogió aquellos trozos de mármol (333 exactamente) y los guardó en un patio durante 65 años. Hasta que en 2001 esos restos fueron trasladados al taller de la escultora almeriense María Ángeles Lázaro Guil. La artista, como una experta en puzles, estuvo nueve meses encajando las piezas que había y esculpiendo las que faltaban para finalizar el trabajo.

Cuando Harry escucha la historia exclama:

-Tener mérito, mucho mérito.

Después de admirar La Piedad recorremos en silencio el resto del templo. Frente a la capilla de San Torcuato, le digo a Harry que en Guadix muchos hombres se llaman torcuatos porque es el patrón del pueblo.

-San Torcuato fue primer obispo de Guadix, el primero de los siete Varones Apostólicos a los que se atribuye la evangelización de España. En su día los vecinos sacan en procesión las reliquias que hay aquí mismo en la catedral. El brazo es el que sirve para bendecir a los accitanos. Vosotros los irlandeses tenéis a San Patricio y los de Guadix a San Torcuato. Los dos vivieron en el siglo I.

Después le enseño el Coro, el Cristo de la Misericordia y esa simpática escultura de San Antonio de Padua con el niño Jesús en volandas. Aunque a Harry lo que más le atrae -no es de esculturas religiosas- son las pinturas sobre cobre de Frans Francken El Joven. Le digo lo que sé de aquellos seis cobres, que nadie sabe a ciencia cierta cómo llegaron hasta allí aunque sí se sabe que proceden de Amberes.

El silencio de las catedrales siempre provoca en las personas una sensación de paz y recogimiento. A mí, además, me provoca una impresionante sensación de pequeñez. Es cuando me doy cuenta de lo poco que soy en el tiempo y en el espacio. Cualquier principio de altanería sería cuanto menos inútil en aquellos espacios moldeados por los siglos.

Harry está contento con la visita a la catedral. Dice que le ha gustado mucho y que la esperaba menos impresionante. Le digo entonces que se prepare para ver una de las plazas más bonitas y recoletas de España: la de Las Palomas. Entramos en ella cuando un reloj da una campanada atinente a esa hora. Dice Harry que a él siempre le ha gustado mucho la arquitectura que prevé un amplio espacio rectangular rodeado de soportales y galerías presididas por columnas. Dice que los pueblos que han mantenido esta arquitectura se acuerdan mejor de su pasado. Eso dice.

La plaza de Las Palomas ha tenido varios nombres. Allí está el Ayuntamiento y esa famosa pastelería -La Oriental- que ha alargado en el tiempo y en el paladar de los accitanos las recetas de la Señá Frasquita con sus 'felipes' y sus tocinos de cielo.

Le pregunto a Harry que si quiere probar los 'felipes' pero él se mira el reloj y exclama:

-No hora de dulce. Yo preferir cerveza y comer.

Para ese menester nos sirve el Hotel Comercio donde ponen un menú de buffet en el que tiene mucho que ver las recetas caseras. Le hago a Harry que pruebe el cocido con su correspondiente guarnición de morcilla, tocino y diversas carnes. Y después el bacalao frito con tomate. Y de postre un flan de queso. Cuando acaba con todo me mira con ojos suplicantes:

-¡Uf! ¡No poder más! Como decir aquí, yo poner como Tico.

-Quico, se dice Quico, Harry.

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