Granada

La ausenciaclamorosa

  • La segunda de los nueve hijos del matrimonio Rafael Moreno Ayala fue detenida en el verano de 1938. Su presidio terminó el 4 de octubre, cuando fue fusilada en el cementerio junto a las hermanas Peinado

Concha Moreno Grados (13-6-1904) forma parte de las 55 personas juzgadas por un tribunal militar, en octubre de 1938, de las cuales ocho eran mujeres, entre ellas Conchita (18-2-1910) y Gracia Peinado Ruiz (17-3-1914), popularmente llamadas las niñas del Carmen de la Fuente, hijas de Jesús Peinado Zafra (10-8-1870) arrendatarios de las aguas "ricas en principios vitales, según informe facultativo". Se habían conocido en la cárcel, al llevarle la comida a sus respectivos padres prisioneros. Desde entonces fue una amistad hasta la muerte, pues cuando fueron denunciadas y presas, compartieron la misma causa y celda y, a la hora de su fusilamiento, sus cuerpos permanecieron juntas tras ser ejecutadas. Pero antes, la tortura ya les había dado un anticipo de muerte, según las señales que presentaban sus cuerpos: cabezas rapadas, cráneo, mandíbulas y costillas rotas, sin ningún orificio de bala.

Concha Moreno era la segunda de los nueve hijos del matrimonio Rafael Moreno Ayala (22-5-1879) y de Matilde Grados Linares. En su primera juventud, el padre fue desbravador de caballos en las fincas de don Gustavo Gallardo, banquero. A su cargo estaba el servicio de cochero, en la calle de la Duquesa, en la llamada Casa de los Leones. El primer coche de motor que hubo en Granada lo adquirió Gallardo. Rafael Moreno de cochero pasó a chofer. Para el salto a la modernidad lo preparó un mecánico inglés y obtuvo así el permiso regional de la Asociación de Chóferes de España. Rafael Moreno era socialista, hombre inteligente, amante de los libros, escritor de versos y buen orador con un sentido pedagógico. Persona comprometida, fue el fundador de la Sociedad de Chóferes de Granada. Frecuentaba la Casa del Pueblo donde era muy querido y considerado por sus compañeros y personas como don Fernando de los Ríos y el médico Alejandro Otero. Ocurrió que un día, se cruzó con don Fernando y lo saludo. Don Fernando, que iba vestido de frac y chistera a dar su clase a la Universidad, se levantó su chistera ceremonioso. El cliente que llevaba salió por la ventanilla vociferante y le preguntó: "¿Pero, por qué me saluda a mí ese ateo?". Rafael Moreno, le dijo: "Me saludaba a mí, nos conocemos de la Casa del Pueblo".

A Rafael Moreno lo nombraron vocal obrero de los Jurados Mixtos. Su lucha por los derechos del mundo obrero fue tenaz. Hombre pacifista con un profundo sentido religioso, mantuvo, en ocasiones, un duelo con sus propias convicciones, pero siempre emergía en él la ética contra la injusticia a la clase trabajadora. Estas eran las pautas con las que crecieron sus hijos. Concha Moreno era modista y daba clases de Corte y Confección. Como militante socialista, enseñaba a coser a las niñas en un colegio gratuito de la UGT y dirigía las funciones de un grupo de aficionados al teatro.

En Granada las primeras horas de la sublevación militar del 18 de julio de 1936 fueron de desconcierto. El primer bando de Miguel Campins Aura, de Comandante Militar de la Plaza, llamaba a los granadinos a luchar: "…por España y a la República". Pero la alusión a la República, fue una consigna envenenada en toda España. El 25 de julio, una semana después, publicaba Ideal una nota en la que reflejaba el ambiente de delirio y fiesta: "Ayer reinaba la misma animación de días anteriores en la calle de Duquesa [donde estaba instalado el Gobierno Civil]. Había continuas entradas y salidas de vehículos de todas las clases para realizar registros domiciliarios, detenciones de elementos peligrosos y busca de armas de los enemigos. La jornada no resultó mal ya que fueron detenidas unas 50 personas (Ideal, 25-7-1936).

Una de las primeras familias obreras con conciencia de clase represaliadas fue la de Moreno Grados. Su hijo Manolo había inaugurado la primera línea de autobús de Granada-Albaizín. Lo detuvieron y le quitaron el carné de conducir. Lo pusieron en libertad, con la condición de volver a recogerlo, pero alguien le avisó de la artimaña y pudo huir. Después fueron a por su hermano Rafael, quien advertido del peligro, desapareció. Al no lograr encontrarlo se llevaron al padre, era el 12 de septiembre de 1936. Las palizas para que confesara el paradero de sus hijos fueron crueles. Cuando salió de la cárcel, por la amnistía del 24 de diciembre de 1936, era un ser muy frágil, enfermo del corazón. Las represalias no cesaron, la más grave, cortarles el agua corriente al arrancarles las cañerías de plomo, con el pretexto de que estaban requisadas. Esto le ocurrió también a 4 o 5 familias obreras de la calle Candiota.

Uno de los episodios más significativo de la implacable represión, en plena Guerra Civil en Granada, fue el caso conocido por "la tía del abanico". Algunos historiadores, en plan fino, la llaman "la dama del abanico", pero por los estragos que causó esta mujer en cientos de familias creo que se merece la descripción popular. Esta Matahari andaluza, de la que se tardó en conocer su identidad, se llamaba Alicia Herrero Vaquero y había sido una cupletista. El Campesino la envió a Granada como espía republicana. Las líneas nacionalistas la detuvieron en la Cuesta de las Cabezas y la condujeron ante Mariano Pelayo, de la Guardia Civil, jefe del jefe del SIM y delegado del Orden Público. En la irresistible tensión del interrogatorio confesó su misión de espionaje. Pelayo la puso en la disyuntiva de acabar en Víznar o ejercer contraespionaje para la causa nacional. Su labor inmediata fue la de identificar y captar a las gentes de izquierdas. Pelayo le abrió la Taberna Eladio, en la calle de Puentezuelas, como centro de encuentro y reuniones clandestinas. Entabló contacto con las hermanas Peinado y dada la amistad con Concha Moreno, pasó a formar parte del grupo de gentes adeptas a la república. La estratégica situación del Carmen de la Fuente, donde vivían las hermanas Peinado, les permitía ayudar a los que se pasaban a la zona republicana, por las riberas del río Dauro, amparados por "Los niños de la noche", que actuaban de enlaces de las gentes que se sabían en peligro y huían a los frentes de Guadix y Baza.

La "tía del abanico" hacia méritos ante las fuerzas del orden. Con total beneplácito e impunidad, señalaba a gentes crédulas, que le confiaban las cuitas del peligro de sus vidas y sus intenciones de huida. En el verano de 1938 denunció a un nutrido grupo, bajo el pretexto de estar preparando un inminente complot contra el nuevo régimen. Se trataba de medio centenar de hombres y ocho mujeres, entre ellas Concha y las hermanas Peinado. A las cuatro de la mañana la detuvieron en su casa, para ejemplo de la vecindad. A partir de aquí se desarrolla el drama familiar: El temor a las sacas y paseos, la impotencia del desamparo, los hijos huidos, sin noticias de ellos, la hija encarcelada, también rehén de sus hermanos. Los registros a deshoras para amedrentar y sumir en la desesperación en el terror, buscaban armas que no encontraban, porque no las tenían.

Nos asisten los testimonios familiares y la correspondencia de los padres durante todo el tiempo de reclusión. Son cartas anodinas, en las que, en contadas ocasiones, asoma la inquietud y algún dato de interés. La censura de la correspondencia no permitía el menor dato que trasluciera la situación que vivían. En los terribles interrogatorios le exigían el lugar donde se hallaban sus hermanos. En el caso de las hermanas Peinado, los nombres de los enlaces. Concha, desde su celda en la Prisión Provincial, dirige su taller de modista y hasta dibujaba los modelos del vestido. En una carta fechada el 6 de julio de 1938, escribe: "Mamá me mandarás los paños de aseo pues me hacen mucha falta… Mamá que no vengas nada más que una vez, pues tú no estas para estas caminatas. Mamá hará el favor del vestido que hay envuelto en un papel en la mesa del cuarto, dárselo a Carmen… y que lo termine y lo planche y lo mandáis a la señorita Belén, el vestido es negro… vosotros queridos padres recibid el cariño de vuestra hija" .

A mediados de septiembre, en Granada ya se empezaba a sentir el frío. Concha le pide a sus padres un saquillo de punto, y añade confiada: "…ahora, que si sabéis algo favorable sobre mi asunto, no me mandéis nada por que así tengo menos estorbos" .

Concha y a sus compañeras estaban cerrando su testamento vital. La última carta tiene fecha del 17 de septiembre de 1938. Concha sigue preocupada por la salud de sus padres, para sus hermanos y todos sus familiares tiene una palabra de aliento. No lo sabía, pero se estaba despidiendo de todos ellos. En la madrugada del 4 de octubre sacaban de la Prisión Provincial, inaugurada por Victoria Kent, con otros fines, a casi medio centenar de hombres y las mujeres encausadas, para ser fusilados en el interior del cementerio, según testimonio de Encarna Moreno. Gracita Peinado, la menor de las hermanas del Carmen de la Fuente, iba de la mano de Concha Moreno y Concha Peinado le daba la suya a la hermana de Francisco Menoyo, ex alcalde fusilado. Encarna también recordaba que, aquella madrugada, entre las fusiladas había una señora mayor, apellidaba Amigo, que vivía en el Albaizín. Ella era rehén del hijo, y le habían dado palizas de muerte, tratándose de que confesara donde se encontraba el hijo. Cuenta la leyenda popular que, como las hermanas Peinado tenían el ajuar preparado, pues al ser detenidas estaban a punto de casarse, pidieron ser fusiladas vestidas con sus trajes de novia.

La ejecución de estas mujeres, en plena juventud, fue adquiriendo singular perfil en la mitología popular. La muerte de Concha Moreno, persona muy querida y popular en el gremio de la aguja y su magisterio, desbordó el sentimiento popular, no solo en Granada, sino en las mujeres de los pueblos que se habían formado con ella. A su casa de la calle Candiota, donde seguían viviendo sus padres, enajenados por el dolor de la hija tan idolatrada, habían entronizado en la sala de estar, una gran fotografía. Las alumnas de Concha, solían visitar a los padres, en veneración a su maestra se santiguaban delante de su imagen. El fervor de las buenas gentes empezó a hablar de los milagros que la profesora Concha les había concedido. Son cosas de nuestro país milagrero, pero el hecho nos da la pauta de la calidez que irradió esta persona y los valores que su memoria les transmitió, heredados de su padre.

Los padres de Concha Moreno, en un hogar deshecho por la desaparición de sus hijos, la cárcel, la muerte, como en miles de familias desoladas, víctimas de la barbarie fascista, tuvieron que aprender a vivir con aquella herida abierta, mordiendo la pena y el dolor en el siniestro silencio que impusieron los vencedores. Rafael Moreno, destrozado por la desesperación y la injusticia del crimen, escribía su pena en versos desgarradores: Hija ausente, A mi hija Concha en su ausencia, ¡Han muerto a mi hija! Era la letanía de su dolor inconmensurable, unido al de la transida madre".

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