Granada

Ser niño en Molino Nuevo

  • Mientras los mayores piden justicia para esclarecer las causas del último suceso ocurrido en el barrio, los niños de Almanjáyar viven ajenos a la polémica y ofrecen estampas que distan de la imagen pública que se da de ellos

A los niños de Molino Nuevo les encanta el fútbol y a las niñas, las telenovelas. Ellos quieren seguir  los pasos de Cristiano Ronaldo y Messi; y a ellas les gusta llevar camisetas con las princesas de Disney. A casi todos les hechiza el flamenco pero también (y a pesar de su corta edad) se quedan embobados escuchando música clásica o viendo estampas de cuadros de pintores de renombre.

Se ríen, lloran, se enfadan. Son niños como otros cualquiera con la diferencia de que no han nacido en la Gran Vía ni su vida es color de rosa. Viven en Molino Nuevo, un barrio que siempre sale en los medios unido a desgracias y que durante estos días está en boca de todos por la muerte del pequeño Alejandro. Mientras los mayores reclaman justicia y piden que se esclarezca el caso del menor; los niños pasan sus días ajenos a todo intentando, sin saberlo, romper estereotipos y ofreciendo una imagen distinta a la que los hace famosos durante unos días en los periódicos. 

En Molino Nuevo viven 160 familias. Básicamente es una calle de 10 bloques con 16 vecinos en cada uno de ellos, la mayoría de etnia gitana. Justo enfrente de los bloques -que se sometieron hace unos años a un plan de rehabilitación integral de la Junta de Andalucía- se encuentra el colegio Luisa de Marillac perteneciente al Patronato Escolar Diocesano San Juan de Ávila y al que van la mayoría de los menores de la zona.

En el colegio lleva trabajando 19 años Pilar González, jefa de estudios y una de las mujeres que ha sido testigo de la evolución tanto del barrio como de la vida de los pequeños que lo habitan. Entran en el colegio con 3 años y salen con 12, justo cuando muchos comienzan a dejar los libros.

En los últimos años, en el barrio se ha logrado la escolarización de la mayoría de los menores, que la tasa de absentismo sea casi inexistente y que las familias comiencen a darle valor a la educación. "Aunque los pasos que damos son muy importantes, sabemos que son muy lentos", explica la maestra.

La evolución educativa de los niños choca muchas veces con las tradiciones y la cultura familiar. "Nuestra idea es mantener las costumbres que sean beneficiosas para ellos y cambiar las que no lo sean tanto como el hecho de que las niñas a los 14 años comiencen a ser madres", apunta Pilar.

Cuenta que cuando los niños son chicos sueñan con ser maestros, médicos o policías, sin embargo, al llegar a la adolescencia lo que quieren es casarse. "Es así porque repiten los estereotipos que ven en su casa. Sus padres se echaron novia muy jóvenes y el paso del matrimonio viene directo". Por eso es normal ver a adolescentes con 16 años que tienen niños de 3 o abuelas de tan sólo 30 años.

Precisamente, uno de los proyectos más interesantes en los que está trabajando el centro y que ha surgido de las propias madres es crear una Escuela de Padres. "Ellos son una pieza fundamental en la evolución de los niños y deben ser conscientes de ello, por eso es importante que se intenten cambiar roles o al menos, que sepan que sus hijos no deben repetir modelos erróneos".

Con las familias y los niños también trabajan de manera directa las asociaciones. Anaquerando es una de las más veteranas. Pilar Heras está al frente de la agrupación desde hace años y conoce a los residentes de Molino Nuevo al dedillo. Con su equipo de educadores, voluntarios y trabajadores sociales ofrecen a los menores un abanico de oportunidades distinto para ocupar sus horas.

Por las tardes, en la sede de la asociación, hacen refuerzo escolar para que los niños hagan sus deberes, talleres científicos y actividades de ocio. Trabajan con pequeños de Infantil y Primaria y también con adolescentes a los que les dan cursos de cocina, les dan la oportunidad de aprender un oficio y se realizan cursos de inserción y orientación laboral.

La intención de todos los que trabajan y viven en Molino Nuevo es ampliar las miras de futuro de las nuevas generaciones. La mayoría de los chicos jóvenes que dejan los estudios han acabado trabajando en la construcción, en la venta ambulante o recogiendo chatarra, como ellos dicen, se buscan la vida.

La idea de crear espejos en los que los niños puedan reflejarse está haciendo que tanto en el colegio como en las asociaciones se busquen referentes gitanos (y no gitanos) del ámbito docente, sanitario o musical para que vayan al barrio y den otra visión de lo que puede ser uno en la vida.

Está claro que las cosas no cuestan lo mismo a todo el mundo y que para muchos llegar a la meta tiene muchos obstáculos. En Molino Nuevo a pesar de que en sus calles haya algunas piedras los niños sonríen y su mirada es inocente. Es más, muchos, incluso, no quieren vivir en Gran Vía, ¿quién dice que en Molino Nuevo todo sea negro y no se puede ser feliz? Ellos lo son.

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