Actual

La belleza de los surmas

  • La exposición de Alicia Núñez emociona por muchas cosas: se trata de una verdadera lección antropológica de una exaltación visual suprema

Cualquier mínimo aficionado a esto de lo artístico es consciente de cómo la fotografía ha sido la modalidad que más terreno ha conquistado en los últimos tiempos. Nadie pone en duda, a estas alturas, que la fotografía constituye, por derecho propio, una actividad artística con mayúsculas. Su espacio se encuentra a la misma altura que la pintura, la escultura o cualquier otra situación plástica. Los grandes fotógrafos ocupan extensos capítulos en los manuales de Arte y sus obras han pasado a ser dominio cercano en el imaginario de todos los amantes de la creación artística. Sin embargo, en los últimos tiempos, algunos episodios poco edificantes han llenado de esquivas inquietudes la realidad del estamento fotográfico. A partir de los últimos años de la década de los noventa, los santones de lo artístico decidieron apostar por la fotografía y darle el máximo protagonismo. Esto que podría ser algo totalmente positivo para la misma, llevó consigo ciertos desajustes que influyeron negativamente en el transcurrir de una modalidad artística para la que todos no estaban lo suficientemente preparados. La buena, la menos buena y hasta la mala fotografía fue elevada a una alta potestad y las salas de exposiciones y las galerías de arte se llenaron con obras que muchas veces dejaban mucho que desear. Rápidamente, muchos advenedizos se subieron al carro de las modas y, a veces, sin preparación fotográfica alguna y hasta de oídas, se sumaron al carro de lo fácil y profesaron, de buenas a primeras, una fe fotográfica que, en ocasiones, rozaba casi el ridículo, por pobreza técnica, plástica y estética. Incluso pintores de cierta importancia abandonaron los trebejos de pintar y se decantaron por una fotografía que les cogía con el pie cambiado y con escasa preparación. Poco a poco las aguas volvieron a su sensato cauce, los nuevos fotógrafo, sin nada que decir, se retiraron, a la fuerza, a sus cuarteles de invierno y sólo permanecieron los verdaderos fotógrafos y quedó la buena fotografía.

La exposición de Alicia Núñez emociona por muchas cosas. Se trata de una verdadera lección antropológica, un tratado de historia étnica, el testimonio sociográfico de una determinada y máxima realidad social, pero, también, es un claro posicionamiento a favor de la belleza fotográfica, una exaltación visual suprema, un desarrollo colorista de espléndidas consecuencias plásticas y, además, toda una lección de historia natural, social, humana, física y, como hemos dicho, antropológica.

Después de realizar varios viajes por África, continente por el que la artista perece sentirse especialmente atraída, se ha centrado en la etnia surma, un pueblo nómada localizado en el sudoeste de Etiopía hasta donde es tremendamente acceder -de hecho hizo un primer intento de llegar y no lo consiguió-, lo que supone la conservación intacta de su forma de vida y de sus ancestrales costumbres.

La fotógrafa onubense afincada en Granada convivió con las tribus surmas y pudo captar, de primerísima mano, la realidad de un pueblo que sorprende por su atractivo, por su belleza natural, por sus extremas actitudes, por el colorido de sus atuendos y por sus juegos emocionantes y de bárbara ejecución.

Alicia Núñez nos permite adentrarnos en una cultura de máxima belleza. Su fotografía no es impostada, ni acude a los efectismos que distorsionan la realidad; sólo plantea los esquemas visuales que ésta desencadena. Su formación psicológica le sirve para adentrarse en dimensiones más humanas, menos circunstanciales, buscando el lado antropológico de una existencia que, además, es tremendamente atractiva.

La belleza física de los surmas, los platillos labiales de sus mujeres -sobre todo de las más jóvenes- con objeto de enmascarar un poco la extrema belleza y que hagan renunciar a posibles agresores, los cuerpos pintados, los bellísimos colores azules de una suprema pureza, los juegos cruentos a la búsqueda de una más clara posición social, son positivados con la máxima naturalidad, consiguiendo la positivación perfecta entre un continente, de máxima expresividad y un contenido de absoluta rigurosidad social.

Estamos ante una gran exposición de fotografía. Ya pudimos comprobar la trascendencia artística de Alicia Núñez en su paso por Cádiz. Su obra no ha dejado ningún resquicio para que se pueda dudar de un trabajo bello, exacto y trascendente. Gran fotografía donde fondo y forma están perfectamente conjugados.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios