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La intérprete de Albéniz

La muerte de Alicia de Larrocha deja una orfandad imposible de olvidar en el panorama musical español y, como es lógico, en el Festival de Granada, donde tantas noches dejó la impronta de su talento. En realidad, España se congratula de haber tenido a dos pianistas catalanas, procedentes de la misma escuela, la de Frank Marshall, seguidora de la de Granados, que han dado momentos de gloria a la música española y al piano, en manos femeninas. Son, sin duda, Alicia de Larrocha y Rosa Sabater.

Larrocha nació en Barcelona el 23 de mayo de 1923. Fue una niña prodigio que siguió fielmente las pautas de su maestro. A los seis años daba su primer concierto, durante la exposición Internacional de Barcelona, y en los años 1934 y 1936, debutaba con orquesta, en el segundo de los conciertos, dirigida en Madrid por Arbós. Su carrera internacional ha sido fulgurante, desde que en 1947 las principales salas de conciertos la reclaman. En 1954 debutó en EE UU y su éxito acabó extendiéndose por los cinco continentes. Los festivales de todo el mundo contaron con ella, donde actuó bajo las batutas y las orquestas más prestigiosas.

Su extensa discografía ha sido premiada con 4 Grammy, 3 premios Edison, 2 Gran Prix du Disque, además de otros galardones en Londres, Hamburgo y Budapest. Son referencia imprescindible para cualquier pianista que quiere acercarse a lo que ya se ha hecho en la especialidad. La referencia genial de alguien que supone aunar una técnica al alcance de muy pocos, con la hondura, sensibilidad y el talento que demostró Larrocha ante el piano. No sólo en sus recitales inolvidables, en su papel de solista con grandes orquestas, sino colaborando con otros artistas, como Conchita Badía, Montserrat Caballé, Gaspar Cassadó y un largo etcétera.

Pero la pianista catalana no ha sido sólo la genial intérprete de la música española -el mejor Albéniz o el más profundo Granados, quedarán como documentos monumentales-, sino que abordó todos los estilos y épocas, desde el clasicismo, el romanticismo a los más modernos. Para ella tuvo un especial significado la interpretación que hizo en Barcelona del Concierto para dos pianos, de Francis Poulenc.

Se retiró en 2003 para dedicarse íntegramente a su labor pedagógica, en la Academia Marshall, de Barcelona, donde ha formado a tantos jóvenes talentos, y en cursos magistrales ofrecidos en todo el mundo.

Alicia de Larrocha tiene un lugar de honor en el Festival Internacional de Müsica y Danza de Granada. Quien esto escribe recuerda con especial afecto la primera crítica que tuve el honor de hacerle en la IX edición, en 1960. Fue en la conmemoración del centenario del nacimiento de Albéniz, donde cerró el ciclo de recitales dedicados al compositor celebrado en el Patio de los Arrayanes y donde intervinieron, además, Gonzalo Soriano y Luis Galve.

El 3 de julio en el diario Patria, después de entusiasmarme con su versión de La Vega, que forma parte de la suite inacabada The Alhambra -obra del 'gran Albéniz', a la altura de Islamey, de Balakirew-, me concentré en la segunda parte con Azulejos y fragmentos de Iberia y escribí: "Los reflejos radiantes de un ambiente de colorido y poesía están conseguidos magistralmente en el piano, lo que le vale una gran ovación a la sensibilidad de Alicia, verdaderamente maravillosa. No he escuchado nunca un Albéniz donde la compenetración entre autor e intérprete fuese tan admirable".

Eso es lo que producía cada contacto que se tenía con esta artista, tantas veces escuchada en el Festival. En 1969, destacaba "la musicalidad y el pleno dominio" que puso con el Segundo concierto para piano y orquesta, de Rachmaninoff. 1971 y 1974 fueron otros años de actuaciones, el último con un delicioso recital en los Arrayanes. Pero yo me quedaría con una velada que Larrocha y Montserrat Caballé ofrecieron el 20 de junio en el Palacio de Carlos V, en homenaje a Mompou. Escribía en Ideal el día 21: "Alicia de Larrocha puso, en la primera parte, su técnica pianística incuestionable, su talento para conseguir situarnos desde las Impresiones íntimas, en el nivel íntimo que prevalecía en este concierto-homenaje. El IV cuaderno de Música callada exige del intérprete una concentración inevitable para mimar todos los detalles de una sonoridad que hay que extraer desde la caricia y el rigor, para poder transmitir esa atmósfera velada, carente de concesiones. Contrasta, sin duda, con el acento popular y hasta el colorido que hay en Mompou, de la Canción y danza número 3, todo ello perfectamente entendido, como es habitual, en una de las figuras del piano español que ha divulgado nuestra música por doquier". La segunda parte fue un bellísimo diálogo entre piano y la voz de Caballé, con textos de Juan Ramón Jiménez, Garcés y San Juan de la Cruz, entre otros. Los cuatro lieder Combat del somni fueron un prodigio de sensibilidad en la voz y en el piano.

Traigo a colación estos textos para dar fe de lo que sintió un crítico cuando tuvo oportunidad de enjuiciar a esta giganta del piano español. Personalmente no necesito recurrir a las notas escritas, porque en el corazón de todos los que tuvimos la suerte de escucharla, nos quedará para siempre su arte inconfundible, preciso, elocuente, único. Quizá la mejor música que podría acompañar a Alicia en estos últimos momentos fuesen los intimistas compases de la Música callada de su admirado paisano Federico Mompou que en Granada nos emocionaron en 1988.

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