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Shakespeare vive

  • Los poemas que recibieron el aplauso general en vida del autor fueron 'Venus y Adonis' y 'La violación de Lucrecia'

Hay autores que no pueden faltar de ningún modo en toda biblioteca que se precie; de estos autores hay títulos capitales que el lector que se tenga por tal debe conocer necesariamente, y de estos títulos hay ediciones imprescindibles que sólo el buen bibliófilo apreciará como se merecen. Pues bien, esto sucede con William Shakespeare, con su obra poética y, desde ya, con la Poesía completa en la flamante edición de Antonio Rivero Taravillo. Si usted es de quienes todavía gustan de regalar libros, éste le hará quedar como un señor: hablamos de uno de los grandes maestros de la literatura, de una de las cimas de la poesía mundial y de una edición para acariciar mientras se lee. Que no con todas puede hacerse.

Mucho se ha escrito sobre William Shakespeare y mucho aún ha de escribirse, pues el bardo de Stratford-upon-Avon, gracias a estas iniciativas, sigue entre nosotros; su obra está al alcance del interesado y, a través de ella, todavía habla de tú a tú, desde aquella isla de cuatro siglos atrás, la Inglaterra isabelina, a las gentes del siglo XXI (A la gente que quiera escucharlo, que sordos hay que se complacen en serlo). Mucho se ha escrito asimismo a propósito de su poesía; de los Sonetos, sobre todo. En el prólogo, Antonio Rivero Taravillo trae a colación estas líneas de W. H. Auden: "Seguramente, se han dicho y escrito más estupideces, se ha gastado en vano más energía intelectual y emocional, en los Sonetos de Shakespeare que en cualquier otra obra literaria en el mundo". Y sin embargo, aunque su fama poética se cifre en ellos, en vida del autor los versos que recibieron el aplauso general fueron los de sus dos poemas narrativos Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, que convirtieron a Shakespeare en el protegido de Henry Wriothesley, tercer conde de Southampton, quien, a la sazón, se contempla como el destinatario de algunos sonetos. (En la recepción de ambas, más que el estro poético, seguramente pesara el erotismo con que se aliñaron; hubo entonces a quien le pareció inconveniente que las doncellas leyeran Venus y Adonis en la soledad de sus alcobas).

Hoy, los Sonetos acaparan la atención general. Nos dice Rivero Taravillo: "Desde entonces [desde su publicación en 1609], los ciento cincuenta y cuatro poemas han sido fuente de todo tipo de especulaciones, interpretaciones, sugerencias, yerros, y un amplio catálogo de escrutinios que donosos filólogos han realizado sobre esta colección de versos que cuentan, para el amante de la poesía […] entre lo más granado del autor de Stratford". Buena parte de tales especulaciones han girado en torno a la naturaleza sexual del amor depositado en sus versos, todo indica que homoerótica, aunque ni se pueda ni deba afirmarse de forma tajante, ya que los vínculos con el joven hermoso y rubio (Fair Lord) ensalzados por el poeta se difuminan en una vaporosa nube de ambigüedad muy en contraste con la encendida relación física de los sonetos dedicados a la mujer morena (Dark Lady). Rivero Taravillo recuerda que "un poeta homosexual como W. H. Auden […] descartó que hubiera homosexualidad en ellos". La razón de tal ambigüedad es sencilla: las implicaciones homosexuales, que las hay, se expresan según los postulados más decorosos y castos del platonismo.

Al igual que en el Cancionero de Francesco Petrarca -el espejo donde Shakespeare se miraba-, los Sonetos no son una mera recopilación de piezas varias, sino un conjunto unitario, y orgánico, en el cual el poeta habla del sujeto que es objeto de su pasión, de los encuentros y desencuentros entre ambos, de instantes y gestos trascendidos en el altar del amor. A pesar de haber sido ampliamente contestado, el orden canónico de los poemas propone una interesante progresión dramática mérito de Thomas Thorpe, el editor, toda vez que los publicó sin el consentimiento, tal vez sin el conocimiento, de Shakespeare. En los primeros sonetos, el poeta hace un elogio indirecto de la belleza del "amigo" (llamémosle así también nosotros) invitándolo a tener descendencia -a ayuntarse con mujer, pues- para que esta tierra no se prive de una hermosura como la suya; una oferta que pondría en tela de juicio una exégesis exclusivamente homosexual del conjunto. Los versos finales del primer soneto dicen: "no os comáis / entre la tumba y tú, lo que es del mundo".

Estas líneas, como otras, invitan a gozar del instante, a vivir aquí y ahora, depositando poca o ninguna esperanza en las siempre vagas promesas de un Más Allá. Al final del sexto soneto se afirma: "eres demasiado hermoso / para ser de la Muerte y de los gusanos". Y sin embargo, siendo legítimo, el goce es problemático. Cuando la duda propia o la indiferencia ajena no complican las cosas, es la adversidad la que arrima obstáculos al camino de los amantes. Que está en las entrañas del amor no ser fácil. En el soneto XXXV, el poeta lo expone con imágenes cristalinas y contundentes: "espinas ha la rosa, fango el río, / nubes y eclipses velan sol y luna, / y el cancro vil habita en el capullo". En ciertas ocasiones, una presencia femenina se interpone entre el poeta y el amigo, azuzando una rivalidad equívoca: "la amas porque sabes que la quiero" (Soneto XLII), dice el primero al segundo. En otras, el joven rubio parece preferir los requiebros de otros, azuzando el demonio de los celos: "sé que uno mejor usa tu nombre / y en tu elogio usa todos sus recursos" (Soneto LXXX). La alegría y la amargura van entrando y entremezclándose en el libro pues, en todo brindis al amor, el desamor también acerca su copa.

¿Y qué decir de la traducción de Antonio Rivero Taravillo?

Baste un adjetivo: Excelente.

William Shakespeare. Almuzara. Córdoba, 2010.

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