Quosque tandem

luis Chacón

Educar en libertad

ALGO falla en España cuando ningún gobierno renuncia a reformar a su gusto un sistema educativo que exigiría un amplio pacto nacional. La educación es un pilar básico de la democracia y no puede dejarse al azar del vaivén político. Pero la gestión de los diversos gobiernos democráticos provoca bochorno; ha primado el maximalismo sectario de los partidos sobre la idea de una educación en libertad sin más límite que el de los valores constitucionales.

Tan positivos son el esfuerzo y la excelencia, valores pedagógicos enarbolados por la derecha, como la universalidad y la igualdad, que defiende la izquierda. Por ello, debería buscarse el punto de encuentro que permita crear un sistema sanamente competitivo que premie el mérito de los mejores sin abandonar a su suerte a los rezagados. Una norma que busque lo sobresaliente y evite lo mediocre. Tristemente, en España confundimos elitismo con clasismo. Se olvida que las élites nacen del mérito personal y las clases del origen familiar.

Convendría recordar a todos aquellos que hoy proclaman que la educación es muy cara que lo que realmente tiene un coste inasumible es la ignorancia. No hay mejor inversión que la formación de las nuevas generaciones y ningún estado serio debería escatimar en ella ni un solo céntimo. En este mundo tecnificado, el desarrollo social y económico de un país depende de la calidad de su capital intelectual. Sólo la innovación permite diferenciarse y crear valor añadido. Hoy, sólo las sociedades que dispongan de un sistema educativo sólido y solvente garantizarán a sus ciudadanos un futuro exitoso.

El conocimiento nos permite ser libres porque es más fácil manipular a los ignorantes. Por eso y desde siempre, los poderosos han vetado la cultura y la enseñanza. Unas veces con descaro y otras con disimulo. En democracia, hay que educar en la libertad y la tolerancia, hay que abrirle los ojos al alumno para que sea capaz de descubrir y decidir. Lo contrario es adoctrinamiento.

La situación de nuestra educación es fruto de treinta años de veletismo. La ley Wert no solventará el problema por el mismo motivo que no lo hicieron las anteriores, confundir la temporalidad de un gobierno con la permanencia de la sociedad. Una vez más se cae en el error de imponer los propios principios. Quizás, por todo ello, esta nueva ley de educación durará lo mismo que las anteriores, hasta el próximo cambio de gobierno.

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