La tribuna

antonio Porras Nadales

¿n ormalidad?

NUESTROS sistemas políticos, nuestros esquemas de pensamiento y nuestras propias formas de vida, están diseñadas para operar en un contexto de normalidad. Una sociedad que se desenvuelve en condiciones normales permite la expresión del pluralismo y el libre juego político de mayoría y oposición; tolera dosis razonables de malestar, y puede incluso enfrentarse a conflictos emergentes con mayor o menor éxito. Nuestros sistemas institucionales están pensados y diseñados para este tipo de ambiente.

Percibir cuando una situación de normalidad se altera gravemente no resulta ser algo fácil. Entender cuándo los conflictos dejan de estar localizados y controlados, y cuándo el malestar se generaliza como una mancha de aceite desbordada, exige a veces un esfuerzo de percepción que todos nos resistimos a asumir. Pensamos que se trata de circunstancias puntuales o coyunturales, de algo transitorio que pasará pronto. Sin embargo, ajustar nuestras condiciones mentales a un contexto de emergencia constituye en cierta medida la primera premisa para poder encontrar una respuesta. Sólo a partir de ese esfuerzo de conciencia colectiva sería posible superar las dinámicas inerciales, vencer los egoísmos difusos y tratar de focalizar esfuerzos en las estrategias prioritarias para enfrentar la crisis.

Pero el auténtico problema no consiste ya en percibir, mejor o peor, que estamos en una situación excepcional, sino que nuestros sistemas institucionales e instrumentos de gobierno no están diseñados para bregar con este tipo de situaciones. Los mecanismos de debate, los espacios de negociación, los procesos de consenso, los instrumentos legales o de otro tipo, no permiten ofrecer respuestas rápidas y eficaces ante situaciones de desbordamiento general del malestar social.

A veces da un poco de risa ver los sabios consejos de prestigiosos economistas que exigen del Gobierno tomar tales o cuales decisiones; sin entender que nuestro aparato institucional es una maquinaria lenta y pesada, donde a veces determinados proyectos se alteran o se modifican, donde las decisiones no siempre generan los efectos previstos ni, por supuesto, se producen a la velocidad necesaria. Diseñados para un ambiente de normalidad social, nuestros aparatos de gobierno se ven desbordados cuando se enfrentan a una situación como la que ahora vivimos. Las inercias, las resistencias al cambio, la complejidad sobre la que se trata de operar, la confusión y la falta de perspectivas, se convierten en obstáculos insalvables que bloquean la capacidad de respuesta de nuestras instituciones. Y no digamos nada cuando tales instituciones ya ni siquiera son auténticamente nuestras, sino más bien europeas. Enfrentados a la urgencia de dar respuestas inmediatas, nuestros líderes de opinión pretenden a veces traspasar el discurso de la normalidad para caer en un dramatismo milenarista que ofrece de todo, menos soluciones.

Pero lo más grave no sería ya la deficiente capacidad de respuesta de nuestras instituciones frente al tsunami que nos invade, sino la pretensión de mantener, ante esta situación, una agenda ajustada a las coordenadas de normalidad social y política. A estas alturas a cualquiera le parecerá absurdo el empecinamiento de sectores catalanistas en avanzar hacia decisiones independentistas, aprovechando precisamente la magnitud del desastre. ¿De verdad los ciudadanos, españoles o catalanes, estamos ahora en una situación adecuada como para tomar decisiones sobre este delicado asunto? ¿Realmente nos interesa enfrentarnos de una vez por todas a la famosa "cuestión catalana"? Resulta tan absurdo como invocar la necesaria independencia de instituciones y órganos constitucionales, diseñados como órganos de control: una independencia que no se ajusta a las perversas inercias de politización en que ha venido decayendo nuestro sistema. La propia dinámica parlamentaria, basada en la lógica mayoría/oposición, no siempre se ajusta adecuadamente a un contexto de dramatismo social como el que vivimos. La pretensión de toda fuerza política de pescar en río revuelto, de aprovechar circunstancias difíciles para tratar de obtener beneficios electorales, se convierte ahora en una monstruosa demostración del grado de alejamiento que nuestro sistema político ha alcanzado frente a la realidad social más sangrante e inmediata.

La pretensión de mirar para otro lado, resistir y esperar, aguantar a la sombra hasta que pase el desastre, se convierte ahora en un nuevo factor inducido, que nos arrastra colectivamente hacia el pozo sin fondo de la crisis. Como en la vieja y decadente Roma, ya sólo nos quedan los subsidios y los espectáculos deportivos. Pan y circo.

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