Paso de cebra

josé Carlos Rosales

Pobreza ilegítima

PREFERIMOS hablar de aquello que no ocurre con frecuencia, asuntos llamativos o raros, cosas excepcionales: hablamos de la pastilla que nos volverá invisibles o de ese simpático japonés centenario que aún sigue haciendo montañismo. Nunca hablamos de las pajaritas de papel ni de los folios que se acaban cuando menos se espera. Esas no serían cosas raras, ocurren cada día. Y ahora hablamos mucho de la riqueza ilegítima, la de la familia Pujol, la de los hijos de Ruiz Mateos o la de las cuentas secretas de Bárcenas en Suiza. Todas esas conversaciones nos desvelan los perfiles sombríos de ciertas fortunas o riquezas. Y hablamos de ello no porque sea más o menos frecuente (o infrecuente) la riqueza ilegítima, sino porque no suele hacerse demasiado público el carácter pringoso de algunos patrimonios. Eso es lo más llamativo, no la riqueza en sí misma (ya se sabe, hay riqueza legítima), sino que nos estemos enterando de la sucia procedencia de algunos abultados saldos contables, haciendas o ganancias.

La riqueza siempre ha despertado nuestro interés; pero que esa riqueza sea ilegítima, o que ahora, además, se quede desnuda en medio de la calle, nos provoca repulsión o rechazo. Así que, ya se llamen Jaume Matas o Carlos Fabra, hablamos y hablamos con pesar de esos ricos pillados con las manos en la masa de la hacienda pública o del fraude fiscal.

¡Ah, la riqueza ilegítima, cuántas horas gastamos en hablar de ella! Pero… ¿Y de la pobreza? ¿Cuántas horas empleamos en hablar de la pobreza? Quiero decir, de la pobreza ilegítima, la que se ha provocado al subvertir toda clase de leyes y reglamentos. No estoy pensando en los que derrocharon su dinero jugando al bingo o apostando en las timbas de póker de la red. Pienso en los que perdieron todos los ahorros de su vida siguiendo los consejos de un hipócrita director de caja de ahorros con escasos escrúpulos, o en los que se quedaron sin una casa (la suya) sobrevalorada por impíos tasadores sonrientes, en aquellos (y aquellas) que se quedaron sin nada bajo las sentencias erráticas de arbitrarios juzgados de familia, en todos los que cayeron en la trampa de un agente de bolsa y compraron preferentes de humo. He leído un reportaje de Rosa Fernández en las páginas de este mismo periódico: la mala gestión de los recursos hidráulicos en la cuenca del Río Guadalfeo provocará la ruina de muchos agricultores de Lújar, Rubite o Castell de Ferro. La falta de rigor en la aplicación de las normas más elementales de los asuntos públicos ha facilitado la creación de patrimonios ilegítimos. Y se habla de ello todo el día. De la pobreza ilegítima (venida o por venir) se habla menos. Supongo que habrá que plantearse, más allá del deseable cumplimiento de las leyes vigentes, la necesaria protección de los peatones de la historia, los que siempre se quedan indefensos ante los vaivenes dolosos de unas perversas costumbres económicas que no cesan. Ni se atenúan.

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