Andalucía

Una reedición de la Odisea

  • La historia de Abu al Hasan es como la de muchos de los desplazados del conflicto sirio, aunque es uno de los pocos que se ha establecido en España con su familia.

Abu al Hasan es el nombre que este refugiado sirio ha elegido para contar su periplo. "Debe haber un millón de personas que se llaman así en mi país", afirma con una sonrisa en la cara. En realidad quien lo dice es Ibrahim, uno de los amigos que Al Hasan ha hecho en los más de dos años que lleva residiendo en Andalucía y que se encarga de traducir a su compatriota. El improvisado intérprete abandonó Siria en 2004, "durante los peores años del régimen", y muestra su rechazo rotundo al Gobierno que mantiene Bashar al Asad desde principios de siglo. Contra Al Asad se levantaron los manifestantes a principios de 2011 para pedir libertad y democracia y esas protestas desembocaron en una guerra que el lunes pasado cumplió cuatro años y ha obligado a más de dos millones de personas a abandonar sus hogares.

El viaje de Abu al Hasan comienza en Latakia, una ciudad bañada por el Mediterráneo a medio camino entre la frontera norte, con Turquía, y la sur, con Líbano. Casualmente, la familia de Bashar al Asad procede de esta urbe donde Al Hasan tenía un negocio de importación. "Cuando la mercancía entraba en Siria por el puerto de Latakia, yo hacía las gestiones legales para que se pudiera comerciar con ella", cuenta el sirio, que antes regentaba una tienda de móviles y ordenadores. Cuando empiezan las movilizaciones, al Hasan intentó ayudar en lo posible: "Donaba la ropa que ya no utilizaba y compartía la comida que podía". Por esa razón estuvo 45 días en la cárcel.

Después de pagar una importante cantidad de dinero, pudo salir de la prisión para descubrir que algunos de sus amigos habían sido asesinados, por lo que aprovechó el primer momento de calma para salir hacia Alejandría con su esposa y sus dos hijos, que por aquel entonces tenían uno y tres años. Sin embargo Al Hasan no recuerda las fechas exactas de su viaje. La incógnita es saber si se debe a que este sirio es especialmente olvidadizo o a un mecanismo de defensa que ha desarrollado para superar la dureza de la experiencia.

Con los ahorros de su mujer -su cuenta fue bloqueada- vivieron un tiempo en la ciudad egipcia, aunque Abu al Hasan pensaba que su estancia en Alejandría iba a ser algo provisional. "Creíamos que las cosas iban a mejorar en Siria y podríamos volver, pero mi país está ahora destrozado", señala, al tiempo que recuerda a un cuñado suyo, que le comentó hace algo más de dos años que en España tendría mejores perspectivas.

La Península Ibérica no es precisamente uno de los destinos preferidos por quienes se ven obligados a abandonar este país de Oriente Próximo, puesto que prefieren zonas con una mayor presencia de compatriotas, como pueden ser Alemania o Dinamarca. "Hay muchos que tienen allí a su familia, por lo que se quedan aquí muy poco tiempo", detalla Lourdes Navarro responsable de los servicios jurídicos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Andalucía Occidental, sección que se encarga de las provincias de Cádiz, Córdoba, Huelva y Sevilla.

Para esta abogada y la organización donde trabaja, la respuesta de la comunidad internacional al conflicto sirio es insuficiente, si se tiene en cuenta la cantidad de refugiados que están acogiendo las naciones limítrofes, que son zonas en vías de desarrollo. "No es que los países occidentales estén obligados moralmente a atender a los sirios, sino que tienen el deber legal en la medida que firmaron la convención de Ginebra de 1951", desgrana Navarro, que habla de una falta de compromiso con los derechos humanos y, especialmente, con el derecho de asilo.

Según los datos proporcionados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el año pasado 5.974 personas pidieron asilo en España, muy lejos de las más de 100.000 de Alemania y las 43.000 peticiones que se registraron en Reino Unido. Del total en España, 1.679 son sirios, es decir, algo más del 28%. Con respecto a los números del año 2013, cuando 721 ciudadanos del país asiático pidieron refugio, la cifra ha experimentado un crecimiento del 132% y este crecimiento exponencial tiene una explicación muy razonable. En septiembre, el Ministerio del Interior instaló sendas oficinas de asilo en la frontera de Ceuta y Melilla, donde los ciudadanos sirios pudieron solicitar protección internacional sin entrar en el país. Precisamente esta semana, el ministro Jorge Fernández Díaz inauguró oficialmente los locales en los puestos fronterizos de Beni-Enzar y El Tarajal, situados en las ciudades autónomas.

Sin embargo, la existencia de este nuevo servicio no ha aumentado la cifra de solicitudes aceptadas procedentes de ciudadanos sirios, ya que concedieron protección a 130 personas en virtud del programa de Reasentamiento aprobado para el año 2014, según informan los miembros de CEAR. "El proceso para conseguir el estatus de refugiado es muy complicado", apunta Navarro, que alude a la mencionada convención de 1951. Según el documento, se puede solicitar asilo por razones humanitarias o por motivo personal y directo -persecución por raza, nacionalidad, ideas políticas o religiosas y orientación sexual, entre otras condiciones-; pero también existe la protección subsidiaria. "En 2014, España ha utilizado esta fórmula con más asiduidad que nunca y el 90% corresponde a ciudadanos sirios", desgrana la letrada. Para poder pedir esta protección, el solicitante debe alegar que en su país de origen hay una situación de conflicto armado o violencia generalizada por la cual podría sufrir un daño grave o la muerte.

De esta forma consiguió quedarse en España Abu al Hasan, que entró por el aeropuerto de Málaga para finalmente establecerse en Sevilla, después de pedir asilo en Córdoba. Pero lo hizo solo, ya que los familiares que tiene en Andalucía únicamente pudieron pagar su vuelo y su visado, aunque pensaron que la separación iba a ser breve. "Se complicó todo por el golpe de estado en Egipto. Yo no podía volver y mi mujer y mis hijos no podían salir", recuerda el sirio.

La reagrupación se produjo a principios de este mes, después de un año de espera que Al Hasan ocupó haciendo varios cursos para intentar aprender español -un idioma que aún no domina- y buscando trabajo con la ayuda de algunos miembros de la comunidad de sirios, árabes y egipcios, aunque no consiguió ninguna ocupación. "Además del beneficio económico, quería ocuparme", cuenta el antiguo comerciante, que tuvo que recibir tratamiento psicológico para paliar los problemas derivados de tener que abandonar la vida en su país de origen.

En la actualidad, y gracias a la colaboración de CEAR, Abu al Hasan vive en Sevilla con su esposa, su hijo de tres años y su hija de cinco, que esperaba a su padre dibujando mientras él hablaba con este periódico. "Ahora me quiero centrar en hablar y escribir correctamente en español", asegura el sirio con ilusión. También tiene palabras de agradecimiento para la sociedad que lo ha acogido. "Hay gente buena y gente mala, como en todos sitios, pero hay gestos que nunca olvidaré. Como cuando Nuria [trabajadora social de CEAR] me dio juguetes para poder regalárselos a mis hijos. Son cosas que no se pueden pagar con dinero", sentencia Al Hasan, que asegura haber logrado un final feliz a una odisea que comenzó en el otro extremo del Mediterráneo. Y no sólo un final feliz, sino también el comienzo de una vida nueva.

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