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El hermano pequeño de 97 años

  • Vicente Ayala rememora su relación con el autor de ‘Muertes de perro’ y repasa las vivencias compartidas en Granada, Madrid y Buenos Aires

Sus 97 años no han encorvado su cuerpo ni su forma de pensar. Conocer al ‘pequeño’ de los Ayala García-Duarte es conocer al hermano mayor. Ambos son supervivientes y tienen un escepticismo a prueba de siglos. Pero son radicalmente distintos.

Vicente Ayala (Granada, 1911) acaba de pasar por su ciudad natal tras visitar en Madrid a su hermano Francisco: “Tenía muchas ganas de venir porque, dentro de los cálculos normales, será la última vez que nos vayamos a ver...”.

Y aquí asoma la misma manera de entender la edad que tiene el autor de El fondo del vaso cuando pide incluso perdón por tener una vida tan larga. “Ambos tenemos muchos años y son muchos miles de kilómetros de por medio”, advierte Vicente, que reside desde 1940 en Buenos Aires.

Vicente y Francisco comparten genes longevos, una manera impecable de vestir y el gusto por la belleza femenina. “Granada está mucho mejor que antes y las chicas andan con las faldas mucho más cortas”, dice socarrón en la sede de la Fundación Ayala del Alcázar Genil con la mirada cómplice de su esposa Carmen. Es casi una seña de identidad de la familia hablar sin tapujos y mantener la elegancia, aunque el mundo naufrague a su alrededor. Como cuando Francisco Ayala se empeñaba en comer el pollo frito en Chicago con cubierto y tenedor, manteniendo las formas como si éstas fueran casi un salvavidas.

Y mientras todo el mundo trata al premio Príncipe de Asturias con veneración y el “don Francisco” por delante, su hermano pequeño bromea sobre la figura del intocable intelectual.

En Recuerdos y olvidos, Francisco Ayala se lamenta de una inundación que se produjo en el sótano de la casa de su hermano y que le hizo perder buena parte de su biblioteca... “Es un exagerado”, replica con una sonrisa Vicente: “Durante los últimos tiempos míos de Madrid, los libros de Francisco estaban en casa. Nos prestaron un carro de mano y le mandamos los libros a Buenos Aires en paquetes de menos de cuatro kilos. Pero unos cuantos estaban en el sótano y se mojaron, pero nada más”.

En el mismo libro, Francisco Ayala dedica una semblanza a su hermano Vicente y destaca cómo su buena memoria y enorme dedicación le permitió ganar unas oposiciones que le llevaron a La Coruña y posteriormente a Santander justo antes del comienzo de la Guerra Civil. ¿Y al revés, qué recuerda él de su hermano? “Francisco era muy serio, era el hermano que siempre estaba encima tuya”.

De hecho, su llegada a Buenos Aires en 1940 tuvo mucho que ver con las amistades que allí ya cultivaba el hermano escritor. “En Argentina procuraban que no entrara nadie por aquella época y el cónsul de Argentina en Barcelona, un alemán que no hablaba siquiera bien el español, retrasó mucho mi entrada y puso multitud de trabas”. Finalmente, la intercesión de un ministro argentino amigo de Francisco le facilitó su salida. Aunque el cónsul, molesto por la gestión, incluso le llegó a pedir que “demostrara con una partida de bautismo que era el hermano de Francisco Ayala García-Duarte”.

Ante el perfil de intelectual y escritor de Francisco, surge una vez más esa ironía tan característica de los Ayala: ¿Le gusta cómo escribe? “¡A mí no me gusta!”, responde la única persona del mundo capaz de permitirse hablar así y no ser condenado a la excomunión literaria. “Durante un montón de tiempo iban a mi librería a pedirme libros de él pero yo no tenía, no había. Ahora sí, pero durante años no tenía libros de mi hermano”. Ahora su negocio ha evolucionado y es de los que venden más libros de texto de todo Buenos Aires. “La sección de libros está muy de capa caída y no he encontrado a nadie capaz de hacerse cargo por la dedicación y el conocimiento que exige de las novedades y del mundo editorial”.

Si bien es cierto que los dos Ayala han dedicado su vida a los libros, lo han hecho desde posicionamientos bien distintos. Uno desde el compromiso vital y otro desde el compromiso empresarial. Uno escribiendo libros y el otro vendiéndolos. “Yo soy el otro extremo de mi hermano. Escribo en telegrama...”

De hecho, Vicente Ayala conoció el ambiente literario de los exiliados en Buenos Aires. Pero de lejos. Desde el mostrador de su negocio y no desde el mostrador de los cafés, como su hermano. “Conocí de lejos a gente como Alberti, aunque no me reunía con nadie. Pero al único exiliado al que admiré fue Francisco Galán, un sublevado que era lo más decente y honesto que podía haber. Puso un negocio como mayorista de libros. En España todos le conocían pero cuando fue a mi negocio nunca se presentó. Era comunista y un hombre de más de 1,90 de altura, un hombre que destacaba en mitad de una muchedumbre. El partido lo llamó para reclutar gente en Francia para entrar en España. Querían que lo mataran. Quiso saber más detalles y lo declararon traidor”, dice desde una atalaya de 97 años.

El viaje que ha emprendido este año con escala en Madrid y en la sede de la Fundación Ayala ha sido muy meditado. “Es que tenía muchas ganas de venir porque siempre he tenido un gran cariño por mi hermano”, confiesa. “Aparte de que es más viejo que yo”, prosigue, “siempre me he sentido protegido por él, una protección espiritual más que nada”.

De Granada salió en el año 22. Ahora, treinta años después de la única visita que en todo este tiempo ha realizado a la ciudad, se ha animado de nuevo a cruzar el charco para abrazarse a su hermano con cariño y austeridad a partes iguales.

Un afecto frugal pero exquisito, como las comidas de las que disfrutan. “La verdad es que no hemos hablado mucho. Más que charlar hemos sacado a relucir cosas de las que ya nadie puede acordarse. Pero sólo estando callados el uno al lado de otro nos entendemos”, explica el pequeño de los Ayala, que también comparte con su hermano esa forma de ‘quitar hierro’ a su casi un siglo de vida.

Y no le importa presumir ante treintañeros achacosos. “Cuando he empezado a notar el descenso es a partir de los noventa. Pero hasta a esa edad yo hacía todo lo que se me ocurría sin ningún impedimento. Pero ahora, a cada cumpleaños, noto un bajón”. Y Rafael Juárez, director de la Fundación Ayala, pone la apostilla: “La famosa crisis de los noventa”. Con crisis o sin ella, continúa en su librería de Buenos Aires trabajando sus ocho horas diarias. “La librería soy yo y al revés”.

Superviviente de la Guerra Civil, como su hermano, vivió los acontecimientos en primera línea en la Batalla del Ebro con el bando de Francisco Franco; fue su manera de salir con vida del penal de Burgos donde su padre fue fusilado.

Por eso habla sin titubear sobre la Memoria Histórica y sobre la conveniencia de desenterrar a los muertos. “Soy totalmente contrario”, responde. “Cuando una persona vive hay que ocuparse de ella al máximo, sobre todo si hay afecto, pero si ha muerto ha muerto”. Y lo recalca con crudeza. “Si a mí me atropellaran como a un gato en una carretera habría que quitarme de allí porque es desagradable, pero al que está muerto lo mismo le da”. Justamente, una de las cosas que no le gustan del gobierno argentino es que “están buscando roña, cosas pasadas”. “Hay que exigir responsabilidades a los que cometieron la barbarie, no a sus nietos”.

Finalmente, ojea una foto de familia de hace más de 90 años. Y acaba firmando en el libro de honor de la Fundación Ayala en Granada. La primera página la garabateó su hermano con una sucinta firma. Ahora, la suya es la última. Se cierra el ‘círculo ayaliano’. Dos hermanos que desafían a los años con elegancia y luciendo ambos los pares de zapatos más lustrosos que pueden encontrarse en la actualidad.

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