la tribuna

Jaime Martínez Montero

Laicismo

LA religión y el laicismo se pueden describir de muchas maneras. No es descaminado afirmar que la religión es, entre otras muchas cosas, una concepción y una visión del mundo basada en unos apriorismos establecidos, y que el laicismo es la necesidad de crear esa concepción y visión sin premisas previas, sin explicaciones a priori. La concepción religiosa de la vida nos ha acompañado desde los albores de la humanidad. Como tal, no sólo ha marcado unas pautas de actuación, ha establecido un código moral y ha creado una liturgia, sino que ha ido fijando unas reglas, unos modelos formales de razonamiento que se han trasladado y se emplean inadvertidamente en la vida cotidiana de los sujetos.

Como inspector tengo muchas oportunidades de hablar con los profesores. Les suelo preguntar por la siguiente cuestión: "¿Suspendería usted a un alumno que ha hecho mal el examen pese a que tuviera constancia de que el alumno domina aquello sobre lo que se preguntaba?". Mayoritariamente la respuesta es que sí, pese a que le constase su sabiduría. Fíjense: el objetivo es que el alumno sepa, y se traslada no a que lo sepa, sino a que lo exprese en un determinado día, a una determinada hora y con un determinado ritual. Es más, si el alumno ha podido copiar inadvertidamente, el profesor no lo ha pillado y, además, le consta la ignorancia del mismo, aprobará. ¿Qué modelo formal está a la base? Uno religioso: que lo más importante no es vivir en gracia de Dios, sino estar así en el momento de la muerte: ya podías llevar una vida virtuosa, que si cometías un solo pecado y te morías, todo lo bueno que habías hecho no te servía de nada; por el contrario, una vida disipada y contraria a la moral no se tenía en cuenta si en un momento dado te arrepentías y a continuación dejabas de existir. El paralelismo es perfecto cuando algunos docentes emplean el llamado examen sorpresa o sin avisar.

Es bastante frecuente encontrarse a grupos de trabajadores en paro delante de alguna institución oficial pidiendo empleo "ya". Si se les pregunta, responden como si tal cosa fuera de verdad posible. Las autoridades saben hacer algo -que ellos no saben qué es- por lo que, de la noche a la mañana, puede cambiar radicalmente la situación. ¿No hay aquí un soporte formal en el concepto de milagro? Al fin y al cabo, un milagro es la realización de algo imposible o muy difícil llevado a cabo en un tiempo récord.

Cuando, en el debate de la jubilación, se pide por sindicatos y colectivos afectados que no se recorten los derechos adquiridos, que no se pierda poder adquisitivo o que no se requiera determinado tiempo de cotización para percibir la pensión, ¿no está el concepto de providencia detrás del raciocinio que sostiene la petición? Es decir, algo ajeno y por encima de todo, que puede actuar y cambiar las cosas respecto a lo que hacen los seres humanos. Se viene a decir: no sólo existen los cálculos, las estimaciones, predicciones o proyecciones más o menos científicas; algo fuera de lo ordinario, inesperado, pero real, puede ocurrir. ¿No es eso la providencia divina?

Cuando algún sujeto actúa mal y no le pasa nada, solemos pensar que ya le llegará su momento. Se cree que alguien lleva el registro de las tropelías que se van cometiendo, y que llegará el momento de pedir cuentas de las mismas. ¿No es esto "Dios premia a los buenos y castiga a los malos"? Sí, pero, ¿no se advierten la evidencias en contra? No. Indefectiblemente los malos tendrán su castigo. Lo que ya es impredecible es el momento que se elige, aunque hay un plazo máximo: muerte y juicio.

No es fácil el pensamiento laico. Tiene que renunciar a muchas cosas. Requiere plazos mucho más largos para producir sus virtudes. No hay más justicia que la que seamos capaces de poner en marcha los que estamos aquí. Si a un ser humano que ha cometido un gran delito no se le coge, quedará impune para siempre jamás. No hay caridad, sino la suma de las obras caritativas que realizan los seres humanos concretos. No hay escrito ningún futuro, sino que éste va a ir brotando espontáneamente a partir de lo que hagamos en el presente. Estamos solos en medio de un despliegue descomunal de la naturaleza. Nadie ajeno a nosotros vela para que no nos pase nada.

Da algo de miedo. Por ello, el pensamiento laico a veces se vuelve light, y toma los paradigmas religiosos para ser más llevadero. Pero no hay que olvidar su esencia: nuestra especie es la única que es capaz de hacerse cargo de lo que ocurre, de explicarse los fenómenos que se producen, de influir en el desarrollo de los mismos, de determinar su curso y de planificar el futuro de una u otra manera. El pensamiento laico no se opone a la religión, sino que quiere poner cada cosa en su sitio. Como decía Galileo, está muy bien que la Iglesia intente llevar a sus fieles desde la Tierra al Cielo. Lo que no lo está tanto es que quiera también explicar cómo funcionan.

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