Quousque tamdem

luis Chacón

su última lección

ASOMBRO, estupor, comprensión o disgusto. Estas y otras muchas son las reacciones que ha provocado esta semana la renuncia al papado de Benedicto XVI. Vivimos una situación desconocida salvo para los historiadores y es muy lógico que genere más de una controversia pero es claro que el Papa ha madurado profundamente la conveniencia de renunciar a su ministerio y desde el fondo de su corazón cree que es la mejor opción para la Iglesia.

Sólo él conoce las razones profundas de su renuncia pero todos podemos obtener enseñanzas de ella. La Iglesia Católica nació hace dos milenios. Su larguísima historia, como no podía ser de otra manera, está plena de luces y sombras. Desde siempre ha dado al mundo claros ejemplos de entrega y compromiso cristiano a la vez que ha dejado memoria de otras actitudes poco edificantes. El Vaticano II consagró su aggiornamento en la idea de que el mundo cambia y la Iglesia debe cambiar con él aunque no siempre lo hagan al mismo ritmo ni deba hacerlo en la misma dirección. Siempre en crisis y siempre viva.

Hay razones admirables para no renunciar a un cargo como son un sólido sentido del deber o la fidelidad al compromiso adquirido. Y las hay espurias, como la soberbia de quienes se ven tan imprescindibles como creen incapaces a los demás. La decisión del Santo Padre es un ejemplo de responsabilidad, humildad y sentido común. Comprobamos a diario cómo dirigentes de instituciones públicas o empresas son incapaces de reconocer hasta dónde llegan su fortaleza, conocimientos y capacidad. Creen que dando a su indisimulada soberbia una fina capa de barniz van a poder ocultarla.

No es cuestión de edad, salud o cansancio. Ni de establecer normas que no responderían a todas las personas y situaciones. No hay más regla para ello que el análisis honrado y profundo que cada uno debe hacer de sus propias capacidades. Pensar si somos o no la persona idónea para ocupar un puesto concreto en un momento determinado, sea la silla de Pedro o la presidencia de la comunidad de propietarios. Es por tanto, una cuestión de madurez y ahí, ese fino intelectual que siempre ha sido Joseph Ratzinger, ha dado su última gran lección al mundo. La idoneidad ha de estar por encima de la ambición aún cuando esta sea legítima. El Papa es el Siervo de los Siervos de Dios. Como cualquier dirigente se debe a aquellos a quienes dirige y en razón del bien común ha decidido renunciar.

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