Quousque tamdem

luis Chacón

Después de la fumata

RARO es el día en el que no escucho que esta sociedad es descreída, secularizada y laicista. Cierta izquierda política, en un ejercicio casi totalitario, pide la reclusión de la religión al ámbito privado a la vez que algunas derechas, más cercanas a los ritos populares que al compromiso cristiano, descalifican y no escuchan a quienes, desde la fe, proclaman la miseria que la crisis hace evidente en nuestras calles. Olvidan ambos que la libertad de expresión y la religiosa son dos de los pilares sobre los que se asienta la democracia. El discurso único incluye la nula influencia internacional de ese estado casi sin fronteras que es la Ciudad del Vaticano.

Sin embargo, hemos visto paralizarse al mundo cada vez que las televisiones enfocaban la imagen fija de una chimenea sobre el tejado de la Capilla Sixtina a la vez que nos sorprendía la proliferación de expertos vaticanistas que han sustituido en las charlas de café, el fútbol y la política por doctas disquisiciones sobre el cónclave, los papables y las fumatas. Y en cuanto el humo pintó de blanco la oscura tarde romana, periódicos, radios y televisiones de todo el planeta fijaron su vista en el balcón central de San Pedro. Poco después apareció el Papa Francisco ante su feligresía y una riada de felicitaciones y parabienes llegaron a Roma desde los gobiernos de todo el mundo, contradiciendo la supuesta insignificancia vaticana.

El nuevo Papa ha sorprendido por su sencillez, claridad y austeridad. Tanto sus gestos como sus palabras han sido objeto del aplauso unánime de cristianos y no cristianos, quizás porque dice sin complejos lo que piensa una gran mayoría de ciudadanos y hace lo que ningún dirigente político al uso, no exige a los demás lo que él no es capaz de hacer. La austeridad está en pagar la pensión o viajar en un coche normal, algo que muchos políticos españoles podrían aprender además de aplaudirlo de cara a la galería.

Hoy, declararse públicamente cristiano parece poco moderno cuando no hay nada más actual ni moderno que el Evangelio, una utopía que aún no hemos sido capaces de concretar. Cuenta Churchill en sus Memorias que ante una propuesta del primer ministro francés, Stalin preguntó, con evidente sarcasmo, cuántas divisiones tenía el Papa. El premier británico escribe que debió responderle que el Sumo Pontífice disponía de legiones muy numerosas aunque no siempre visibles en los desfiles.

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