Quousque tamdem

luis Chacón

Fielatos redivivos

EL comentario a toda encuesta del CIS siempre es: ¡vaya novedad! Que lo que más nos preocupa es el paro; que, desde el rey hasta el último concejal, la casta política no es solución sino parte del problema; que los culpables del desprestigio de las instituciones son quienes las dirigen o que la mitad de los españoles se sienten estafados por los derroteros que han acabado tomando las Autonomías, son evidencias que no necesitan confirmación estadística. Descentralizar es acercar la administración al ciudadano y ese fue el fin del modelo constitucional. La realidad, tres décadas más tarde, difiere enormemente; no hemos convertido España en un estado moderno donde instituciones próximas y eficientes responden a las necesidades e inquietudes sociales sino en pequeños feudos, complejos, hipertrofiados e ineficientes, rebosantes de televisiones, defensores, agencias y empresas públicas cuya necesidad es más que cuestionable.

Los excesos y duplicidades generan gastos ingentes pero ni crean riqueza, ni animan a invertir sino todo lo contrario. Como en los años más rancios de nuestra historia, se han multiplicado fronteras jurídicas y comerciales que rompen la unidad de mercado y perjudican el desarrollo. El exceso de regulación siempre provoca que se comercie de matute para evitar a los guardias del fielato, como hubieran dicho nuestros abuelos en sus años mozos. El fielato era la aduana municipal donde se pesaba la mercancía para calcular y pagar las tasas municipales. Hoy no existen, pero abundan las exigencias administrativas que son barreras tan rígidas como aquellas, aunque más sibilinas. Y así, en una contradicción inexplicable nos integramos en un modelo de eliminación de fronteras, como es la UE, a la vez que volvemos a trazarlas hacia dentro, provocando que sea más fácil exportar que comerciar con el pueblo de al lado.

El rechazo a las autonomías crece enormemente por causa de su pésima gestión económica. No hay un mercado sino infinitos mercadillos que, con el bullicio y la algarabía de un mercado persa y sin la música de Ketelbey, son otra causa más que ha abonado esta crisis. Sin un mercado único, la economía es una maquinaria entrapada incapaz de dar de sí más que un mínimo de su capacidad. Miremos al futuro, la riqueza vendrá con un mercado único que elimine tanta norma inútil que nos empobrece. La libertad de mercado derruye fronteras y construye puentes.

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