Quousque tamdem

luis Chacón

Don alfredo el grande

SE nos ha ido un actor tan grande que, sin aspavientos ni alharacas, un poco de todos se va con él. Fue el tipo bajito con cara de susto de Atraco a las tres, donde unos empleados de banca, espoleados por el despido injusto de su director y hartos del despotismo de sus patronos, de las pésimas condiciones laborales y de sus sueldos miserables planean el robo de su propia sucursal. Una comedia negra que vista hoy parece casi de plena actualidad. Después, el retrato de la España del tardofranquismo y la transición balbuciente se llamó landismo. El español anónimo se identificaba con sus personajes porque ambos se sentían bajitos, peleones, un poco voyeur y algo paletos ante la invasión que venía del norte envuelta en una ansiada brisa de libertad y democracia. Aquel cine era tan casposo y grasiento como la realidad de una España que quería nacer a la libertad con la desgraciada tara de no haberla conocido nunca. Paradójicamente, junto a unos guiones trazados a brochazo limpio, la dignidad del actor y su modélico trabajo plasmaban con el fino pincel de un pintor hiperrealista la esforzada realidad de la España de la emigración, el pluriempleo y las horas extras.

Luego, el tipo chaparro que en Manolo la nuit protagonizaba un inefable desfile playero levantando increíbles pasiones entre las turistas de la Costa del Sol, nos descubrió al actor de leyenda. En cualquier película ofrecía destellos de su genio. Sólo necesitó la oportunidad de demostrar que era grande porque lo había sido siempre. Nos regaló personajes llenos de matices y de vida interior, clavando entonación, gestos y miradas. Saber mirar es saber amar. En esa frase de don José, el médico del pueblo que adopta a la huérfana de Canción de cuna se sintetiza su forma de dirigirse a la cámara y al fin, al espectador. Su carrera es un compendio sociológico de nuestra historia reciente. El fin de la larga posguerra y la cartilla de racionamiento, la España pacata de La niña de luto; la emigración -que parece volver- del Vente a Alemania, Pepe y el modelo turístico de sol y playa que somos incapaces de superar. Sus grandes personajes nos alertan de la España de caciques y palmeros de la que venimos y a la que nunca debemos volver. La España indigna de El río que nos lleva, Los santos inocentes o Luz de domingo. Y en todas ellas, Alfredo Landa, don Alfredo el Grande, nos deja una inolvidable lección de dignidad.

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