Quousque tamdem

luis Chacón

El cadáver de Jimmy Hoffa

EN una sociedad libre y abierta los sindicatos son, más que útiles, necesarios. La agrupación libre de trabajadores para defender condiciones de trabajo dignas y salarios justos se remonta a los gremios medievales. Y desde la revolución industrial, desde los tiempos de extenuantes jornadas en fábricas insalubres y de niños acarreando vagonetas en las minas, el movimiento sindical se ha dejado miles de mártires en las cunetas de este largo camino que aún recorremos buscando dignidad y libertad. Sobran ejemplos; Iqbal Masihano, un niño pakistaní esclavizado en una fábrica de alfombras y asesinado con apenas trece años por denunciar la explotación infantil. O Lech Walesa, el electricista que se atrevió a liderar la protesta contra el comunismo, esa ideología que prometió a los trabajadores el paraíso pero les confinó en un inmenso gulag sin más libertad que la de respirar. Por desgracia, también hay sombras indignas y frente a los héroes, surgen los villanos. Los tipos como Jimmy Hoffa, líder del sindicato de camioneros de EE.UU., encarcelado, al igual que su antecesor en el cargo -Dave Beck- por sobornar a un jurado que investigaba sus vínculos con la Mafia. Tras siete años en prisión fue indultado por otro tipo ejemplar, Richard Nixon, alias Tricky Dicky, Dick el tramposo. Y para acabar la historia, recordemos que Hoffa desapareció sin dejar rastro tras reunirse con un par de capos mafiosos en el aparcamiento de un restaurante de Detroit.

Pero como las sombras no tapan la luz, asquea el espectáculo del ataque a la juez Alaya que, bien o mal, ese no es el asunto, cumple con su deber. Si la ley establece todas las garantías procesales hasta para el más ruin de los asesinos, ¿dónde está el problema? Los antisindicalistas no son quienes investigan el expolio del dinero público sino los que han prostituido el sindicalismo, los que viven de la subvención estatal y como han quedado encadenados al poder, no pueden morder la mano de quien les da de comer aunque traicionen a quienes dicen representar. Asistimos al fin del sindicato de clase porque ya no hay conciencia de clase aunque siga habiendo necesidad de asociarse. Si los agitadores respetaran su propia historia y la memoria de sus héroes, animarían, incluso exigirían a los jueces que extirparan el cáncer de la corrupción que les está matando. Pero parecen preferir que su sindicato acabe junto al cadáver de Jimmy Hoffa.

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