La colmena

Magdalena Trillo

Ayala, Camus y los agujeros negros

LA 'vuelta a casa' de Francisco Ayala es siempre una sacudida. Reconstruyo en la memoria su voz pausada y su mirada chispeante para poner puntos y comas a los escritos que integran el sexto volumen de sus Obras Completas, sus artículos en prensa. Termino de leer La literatura del periodismo y encuentro la palabra que tal vez le defina mejor: inmarcesible. Seguro que Ayala, el intelectual que nunca dejó de seguir la enseñanza orteguiana de pensar cuando se escribe y escribir cuando se piensa, nunca la utilizaría ni para sí ni para su obra. Realmente son pocos los autores que consiguen detener la fugacidad de lo transitorio y efímero, de alcanzar el sueño de la eterna perduración, "poniendo en contacto la actualidad cotidiana con las preocupaciones, los sentimientos y las pasiones del alma". Tomo prestadas sus palabras, tan vigentes hoy como entonces, para corroborar lo difícil que es que un artículo de periódico no sea tan perecedero, tan caduco, "como la hoja del día en que aparece publicado". No es el caso de ese hombre centenario que nunca renunció a sentirse joven para aprender y no es el caso de una obra que, como dijo Santos Juliá en la presentación, nunca será la de otro tiempo; siempre será la obra de nuestro tiempo.

Aunque sea en estos tiempos caóticos y rebeldes de Rilke que todo lo arrasan y todo lo diluyen. Aunque sea en esta sociedad tan lejana a la ética de la mesura y a la moral realista que defendió Camus. A Francisco Ayala le bastó un verano de adiestramiento "aderezando sucintos telegramas" para saber que no quería vivir "amarrado al duro banco de una mesa de redacción" pero siempre tuvo muy claro el valor social y democrático del periodismo, formuló con brillantez la retórica misma de la profesión y nunca rehuyó su compromiso personal e intelectual con unos medios sobre los que tanto reflexionó y que tanto participaron en la conformación de su imagen como escritor público.

Hoy pienso que su obra periodística es absolutamente camusiana. A uno y otro lado de los Pirineos, la visión de dos de los intelectuales más importantes del último siglo sobre la honestidad que exige el oficio -objetivo pero no neutral, sujeto a la verdad pero no falto de compromiso- tiene mucho del humanismo, de la moralidad, de la autonomía y de la independencia que el escritor granadino reclamaba con carácter general para cualquier literato, para cualquier creador. Ni puede haber contaminación ni puede haber sometimiento a una causa. Una cosa es el compromiso de la persona, su compromiso con los valores democráticos, y otra bien distinta que ponga la obra al servicio de una idea.

Estaría de acuerdo Ayala con Albert Camus, de quien se conmemora este año el centenario de su nacimiento, en que "nunca las razones de la rebeldía deben llevar tan lejos como para hacer la revolución". Porque, ante una condición de injusticia, de irracionalidad, de sufrimiento incomprensible, "la revolución desvirtúa el sentido de la rebeldía" cuando conduce a lo absoluto y se termina sucumbiendo al afán de totalidad, porque "un fin que necesita medios injustos no es un fin justo", porque "no puede haber una moral sin realismo" y porque "la virtud pura es inhumana". Son reflexiones de Victoria Camps en el espléndido retrato que realiza sobre el pensador y dramaturgo francés para el último número de Mercurio y que magistralmente completan Javier Valenzuela y Fernando Aramburu.

Ante la fiebre del nacionalismo (españolista, vasco o catalán), seguro que el premio Nobel coincidiría con el autor de Recuerdos y olvidos en que no cabe ninguna concesión. Lo escribió hace décadas y lo mantendría hoy si fuera testigo del polvorín en que se está convirtiendo Cataluña. Mesura, proclamaría Camus; inteligencia, defendería Ayala; diálogo, debería dictar el sentido común.

Reconozco que tal vez no haya nada más alejado de la actualidad de esta semana que la escritura, la filosofía y la razón. No casa bien la prudencia con el precipicio Mas-Santamaría, con el duelo en versión plasma de los Bárcenas-Cospedal, con el festín de euforia del Ibex 35 y mucho menos con ese "momento fantástico" de los banqueros que ven llegar dinero "de todas partes" mientras escalan los niveles de pobreza a velocidad 3.0. Pero lo que yo veo es un agujero negro. Uno gigante, como el que acaba de fotografiar el observatorio sueco de Onsala, sufriendo una "indigestión". Merecería una pausa… Le preguntaría a Ayala. Lo conversaría con Camus. Me dejaría asombrar… pero por la luz del pensamiento; no por el oscuro espejismo de la economía y los mercados. Hasta el Universo, hastiado, 'vomita' rayos gamma... Quién sabe, puede que todo esté conectado.

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