Quousque tamdem

luis Chacón

La sencillez de la verdad

SEIS años de crisis. Seis millones de parados, cuatro de empleos destruidos y cientos de miles de empresas cerradas. Más impuestos, menos sanidad y educación pero el mismo despilfarro en televisiones públicas, candidaturas olímpicas imposibles y demás caprichos innecesarios. Y ni se sabe cuántas tragedias familiares, cuantas ruinas personales, cuantos desahucios y cuanto dolor provocados por la indignidad y la avaricia de unos y la insensatez de otros. Aunque nadie duda de que estos últimos estén pagando con creces sus errores.

Y ante un panorama tan atroz, el heredero de la corona, en la entrega de premios a los que da nombre el título que ostenta, nos ofrece un discurso buenista más parecido a la arenga patriotera de un mal entrenador de fútbol que a lo que se espera de quien, según el rey, es el príncipe de Asturias mejor preparado de la historia. Aunque con abrir un manual escolar y baremar el plantel se comprueba que es logro de poco mérito. Cansados de eufemismos y circunloquios, escuchar que "España es una gran nación que vale la pena vivir y querer y por la que merece la pena luchar" o afirmar que "nunca hemos claudicado frente a la adversidad" es algo que aburre y hasta indigna.

Lo que esperamos de un líder no son frases huecas sino ejemplos contundentes. Pide el príncipe un futuro basado en el rigor, la seriedad, el esfuerzo y la honradez y con principios éticos firmes pero aún no hemos visto un rechazo público y claro a comportamientos tan alejados de esos deseos como cercanos a su propia familia, ni un gesto de austeridad, en él o en quienes le rodean.

Dijo Séneca que "el lenguaje de la verdad siempre es sencillo" y como la realidad es distinta cuando no se conoce a nadie a quien la crisis haya destrozado la vida, ni se capta igual tras los cristales ahumados del coche oficial que pateando la calle, el discurso de Antonio Muñoz Molina, volviendo a Séneca, prefirió molestar con la verdad que complacer con la adulación. Y así, en un país de chapuceros y ante muchos de ellos, alabó el trabajo bien hecho, denunció la desesperación ciudadana, la incertidumbre y el paro, la impunidad de unos y la rabia de la mayoría, el desamparo de las víctimas de la crisis y el caciquismo que no conseguimos extirpar. Y de nuevo, recordamos los viejos versos del Cantar de Mío Cid y hubimos de admitir una vez más con tristeza qué buen vasallo sería este pueblo si tuviese buen señor.

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