CON el feble argumento de la crisis se está destruyendo el débil estado de bienestar que habíamos construido a la vez que se hacen tambalear los cimientos de las relaciones laborales. Los gobiernos han traicionado sus propios principios, sean estos socialistas o los propios del humanismo cristiano y la libertad que dicen inspirar sus idearios. Con la muda complicidad de unos sindicatos convertidos en burocracia estatal están laminando al trabajador y destruyendo las clases medias.

La degradación de las condiciones laborales, las caídas reales de salarios o la desprotección del ciudadano que trabaja y mantiene con sus impuestos al estado, se hacen trágicas en un fenómeno tan cruel y cobarde como el mobbing. Y no sólo en España. La oleada de suicidios entre los presionados empleados de France Télecom puso sobre el tapete la realidad que buscan y defienden algunos; la del trabajador convertido en un pelele en manos de empresarios y directivos sin escrúpulos que tienen como único objetivo el beneficio a cualquier precio. Aunque exija la destrucción moral y hasta física de otros seres humanos.

Pero lo más indigno de todo es la facilidad con la que -por cobardía, miedo o absoluta inmoralidad- se consigue la colaboración de quienes hasta un día antes fueron compañeros de la víctima.

Así que es posible que ese premiado empresario de éxito que tanto ve en la prensa haya decidido, por puro placer, acabar con alguno de sus trabajadores. Y el amigo con quien juega al pádel, la chica simpática y sociable con la que comparte tardes de café o la tímida vecina con la que se cruza en el ascensor pueden ser cómplices en ese acoso que busca destruir moralmente a otra persona. Le parecerá mentira pero también en los campos nazis hubo judíos mutados en verdugos. Unos y otros olvidan que un día puede cambiar el viento y ser ellos el objetivo a destruir. Pero entonces, como tan acertadamente escribió el pastor Niemöller, no habrá nadie más que pueda protestar y ayudarles.

Al menos, siempre queda esperanza en el género humano. Y aquí se encarna en aquellos valientes que contra viento y marea pelean por sus derechos, luchan, litigan y ganan. Y junto a su perseverancia, la profesionalidad de Inspectores de Trabajo y jueces se convierte en el último baluarte de la dignidad y la libertad de los trabajadores en este mundo que cada vez recuerda más a un oscuro y gótico relato dickensiano.

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