EN estos tiempos se ha puesto de moda despreciar la arquitectura política de la Transición, que por primera vez en nuestra historia instauró la idea del acuerdo entre adversarios. Pero los insensatos que desprecian los pactos de aquella época ignoran que sólo gracias a esa compleja arquitectura de equilibrios y de contrapesos se puede evitar la imposición por capricho de las propuestas que benefician a un solo partido en detrimento de los demás. Y si el PP, por ejemplo, quiere cambiar ahora la forma de elección de alcaldes -con vistas a evitar una previsible debacle de sus propios candidatos-, lo hace porque se está cargando de un plumazo uno de los principios básicos de la Transición: el que afirma que las leyes básicas de la democracia no se pueden cambiar en función de los intereses de un solo grupo político. Y fue justamente por eso que nuestros padres fundadores impusieron la obligación de contar con tres quintos del Parlamento para cambiar la Constitución. Y lo hicieron así para evitar nuestra vieja tradición histórica de modificar cada dos por tres la Constitución -o derogarla sin más miramientos-, sólo porque eso favorecía los intereses de una facción política a la que le importaba muy poco el bien común.

Vivimos tiempos muy difíciles, en los que lejos de rechazar el espíritu de la Transición, deberíamos encontrar la misma inteligencia política que la hizo posible. Pero si hay algo que parece haber desaparecido por completo es la inteligencia. El PP se ha enrocado en una política cobarde -y temeraria- que se niega a emprender las reformas estructurales de la Administración y de la fiscalidad que puedan evitar la bancarrota de nuestro Estado de bienestar. El PSOE todavía no sabe qué camino tomar o si va a ser capaz de tomarlo. E Izquierda Unida se ha contagiado de los delirios irrealizables de Podemos y parece haberse embarcado en un nuevo viaje a ninguna parte. El independentismo catalán, por su parte, se dedica a jugar con fuego, alimentado por los delirios de cuatro somiatruites (deliciosa palabra catalana que significa literalmente "sueñatortillas", es decir, ilusos que sueñan con quimeras). Y mientras tanto ha desaparecido por completo la inteligencia que sabe encontrar la fórmula para que cambien de verdad las cosas y se eviten las catástrofes. En su lugar, ahora mismo, sólo hay improvisación y mentiras por un lado. Y por el otro lado, odio, mucho odio. Y delirio, mucho delirio. Bonito panorama.

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