EL humor británico tiene predilección por los juegos de palabras y neveréndum es uno de los mayores hallazgos de la ironía política en inglés. En un solo vocablo une never (nunca), end (fin) y referéndum por lo que podríamos traducirlo como referéndum de nunca acabar. Nació para describir la tensión sociopolítica provocada por la derrota de los independentistas de Quebec tras la consulta de 1980 que volverían a forzar y perder en 1995. Como otra de las virtudes de la política anglosajona es su respeto a las normas, el parlamento de Canadá aprobó en 2000 la Ley de Claridad que define las condiciones para la posible secesión de cualquiera de sus provincias. El acatamiento a la legalidad ha sido exquisito en Quebec y Escocia pues su tradición tiene al estado de derecho como la máxima expresión de la democracia, algo que algunos en Cataluña olvidan o desconocen.

El nacionalismo, sea del signo que sea y pretenda la escisión de una región o la anexión de otras, tiene la convicción del iluminado y cree firmemente que su delirio es superior a toda legalidad o legitimidad y que acabará imponiéndose por la fuerza de su fe, de la supremacía moral de su pueblo sobre el resto o exigiendo el neveréndum hasta el triunfo final. La promesa de un futuro utópico y feliz subyuga, más aún en horas de crisis e incertidumbre en las que, como en Escocia, el Sí apela al corazón, al lirismo del eco de las gaitas que recorre las Highlands y a la leyenda, en tanto que el No se basa en cuestiones más prosaicas como la razón, la ley y la historia común.

El mismo miedo al futuro que alimenta el populismo en toda Europa nutre los más delirantes nacionalismos de un continente que con altibajos, lleva medio siglo avanzando hacia la integración política por la fuerza de las urnas, sin ruido de sables ni tronar de cañones. Contra la razón y la libertad, nacionalismos y populismos se acaban aliando para ofrecer la receta mágica del curandero con la verborrea del chamarilero. La solución única a todos los problemas, la patria perdida que nunca existió.

Durante siglos, los nacionalismos han arrasado Europa a sangre y fuego. Los dislates patrioteros y aldeanos han dejado excesivos cadáveres en nuestra historia como para no estar alerta ante su renacer. Las fronteras son las cicatrices de la historia y es muy triste que haya tanta gente dispuesta a reabrir heridas que dejaron de sangrar hace demasiado tiempo.

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