Quosque tamdem

luis Chacón

Ya no hay miedo que valga

MÁS que el robo, duelen la traición y la defensa del corrupto con el feble argumento de que es uno de los nuestros. Porque cuando el voto es más a las siglas que al nombre, el partido ha de responder de la moralidad, capacidad e idoneidad de su candidato. Es duro asumir que se malverse nuestra confianza y sólo haya interés en amasar fortunas de modo tan inmoral como delictivo.

España creyó en los 'cien años de honradez' que el PSOE publicitó en su centenario y que su inefable director de la Guardia Civil celebró en calzoncillos cargando sus juergas al erario público. Y así, el lema se desmoronó a causa de Juan Guerra y el tráfico de influencias, Filesa y la financiación ilegal del partido y un largo reguero de escándalos. El electorado ya no se dejó asustar con la imagen de la derecha autoritaria del dóberman y vio en el PP de Aznar un partido centrista, moderno, europeo y sobre todo, honrado.

Veinte años después, al PP sólo le falta un detalle; la foto de algún imputado ataviado de la misma guisa que Roldán. Aunque espero que los nuevos corruptos tengan mejor gusto para elegir su ropa interior y nos eviten tantas pesadillas como las que provocó aquella.

Igual que al PSOE no le valió azuzar anacrónicos fantasmas para obligar a sus votantes a acudir a las urnas tapándose la nariz con la mano que no portaba la papeleta, nada va a ayudar al PP airear las corrupciones que infestan al otro pilar del bipartidismo o alertar del peligro de diablos con coleta. No hay miedo que combata la desesperación y hoy, en un país moralmente devastado, hay demasiados votantes sin trabajo ni futuro que no tienen nada que perder. Acabó el tiempo de componendas y paños calientes. Sólo convencerá la ejemplaridad y la desratización de los grandes partidos.

Porque no somos más corruptos que otros pero si menos conscientes de la debilidad humana. Y ahí reside el germen de este lodazal. Carecemos de equilibrios y contrapoderes. Salvo para la minoría consecuente con sus principios morales, la corrupción es una mera cuestión de oportunidad. Quien evita la ocasión, anula el peligro, que decían nuestros mayores.

Nuestra justicia es lenta, no dispone de medios y trabaja con leyes viejas que alargan los procesos hasta el hartazgo, favoreciendo al corrupto. Pero… ¿quién puede cambiarlas y por qué ha demorado las reformas? O como decían los latinos, Cui prodest?, ¿a quién beneficia esta esclerosis nacional?

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