La colmena

Magdalena Trillo

Que empiece el show

LA boda no fue una boda. Los novios se disfrazaron de novios y el alcalde se puso sus mejores galas de alcalde para representar el papel de alcalde. El hijo de Audrey Hepburn cumplió su sueño de contraer matrimonio en la Alhambra con una ceremonia "simulada", una exquisita actuación musical, sesenta invitados exclusivos y la rúbrica de unos documentos ficticios sin ninguna validez. Todo fue un simulacro. Ocurrió el 8 de agosto del año pasado y se destapó hace unas semanas durante la ácida campaña de las municipales que está desencadenando los episodios de mayor enfrentamiento y crispación entre el Ayuntamiento de la capital y el Patronato de la Alhambra desde la llegada del PP al gobierno local hace ahora doce años.

Pero no fue una boda; fue un concierto. Sólo así puede ser legal. En el conjunto monumental no está permitida la celebración de bodas. Sean Hepburn Ferrer, director honorífico del Retroback y amigo personal de Torres Hurtado y García Montero, se casó oficialmente en Gibraltar y en Granada se organizó la pantomima. Alquiló el espacio, pagó el canon correspondiente y celebró su no-boda por la puerta de atrás. Tal vez con menos glamour pero no muy diferente, por cierto, a la que cualquiera de nosotros haya podido representar (legalmente) en el Carmen de los Mártires, por ejemplo, después de casarse de verdad en los juzgados de Plaza de Nueva. El improvisado actor, un extranjero que ha logrado lo que nos está vedado a cualquiera de los granadinos, pide ahora 100.000 euros a Mar Villafranca por dañar su imagen y su reputación dando a conocer el informe que cuatro días más tarde elaboró el Patronato advirtiendo que se hizo un uso "indebido" y "abusivo" del Palacio de Carlos V. El acto de conciliación será en septiembre y, en función de cómo transcurra, Sean Hepburn decidirá si se recurre a la vía civil contra la directora de la Alhambra "por vulneración de su imagen y honor" o por la vía penal "por injurias".

Miro la foto de la "ceremonia simulada" y no puedo evitar acordarme de uno de los satíricos, absurdos y provocadores sketches de Lucas y Walliams en Little Britain. Hacen de pareja; Lucas interpreta al político infiel; Walliams a la dulce y comprensiva esposa. Comparecen ante los medios, con sus adorables hijos y delante de su imponente mansión, para desmentir unas fotografías filtradas a la prensa en las que el respetable padre de familia es pillado in fraganti practicando sexo anal. No es lo que se ve. Fue un accidente. Resbaló y, sin darse cuenta, su pene penetró donde no debía… Con un toque de sátira, otro de irreverencia y una pizca de clasismo, los protagonistas de la popular serie británica seguro que podrían incorporar el 'caso Hepburn' en su catálogo de escurridizos shows.

Nunca hasta ahora los dardos lanzados desde la Plaza del Carmen contra la Colina Roja han sido más efectivos. Si el objetivo último era terminar con la gestión de Villafranca al frente de la Alhambra, hay que reconocer que la balanza se está inclinando peligrosamente del lado de los 'populares'. Ciudadanos y PP acaban de pactar que habrá referéndum popular sobre el Atrio si el Patronato "se empeña" en seguir adelante con el millonario proyecto de reforma de los accesos al monumento y, entre rocambolescos escándalos como el de Hepburn y oportunas denuncias como la de las audioguías, pocas razones se mantendrán en el cuaderno de la nueva consejera de Cultura para no afrontar cambios. Si no capitulando y entregando el valioso trofeo de caza al PP, sí asumiendo una reorientación en la política del organismo gestor con algunas concesiones que permitan restituir un clima de cierto entendimiento con la ciudad. Aunque puede que todo se precipite esta misma semana y sea la Fiscalía quien le despeje el camino a Rosa Aguilar si no archiva el caso y formaliza denuncia. Si el caso de las audioguías se judicializa y Villafranca acaba imputada por prevaricación, pocas salidas quedarán en estos tiempos de exagerada representación ética y ejemplaridad que dar un paso atrás y poner su cargo a disposición de la Junta.

Una terrible "pesadilla". Pero tan real como el "infierno" que Laura García-Lorca está viviendo estos días al saber que la persona en la que había depositado toda su confianza para gestionar su Fundación y encauzar la construcción del Centro Lorca -"absoluta" desde el punto de vista económico- ha estado robando. Las cifras concretas de la estafa, presunta, las conoceremos esta semana cuando la sobrina del poeta termine de poner en orden números y papeles -por un lado está el indecente pero legal salario del ya ex gerente del Centro Lorca, por otro la falsificación de documentos y supuesta apropiación de un 15% de las subvenciones europeas captadas y por otro el proceso de correcta justificación de fondos públicos- pero lo que Granada acaba de descubrir es lo que en Salamanca, su tierra natal y escenario de sus primeras andanzas, se sabía desde hace años: que el refinado Juan Tomás Martín es una auténtica pieza. Que detrás de su pose de inquebrantable y eficiente gestor, elegante y discreto hombre de negocios y experto cazador de financiación europea se escondía un aspirante a corrupto sin otra formación más sólida que la tradición del pillaje nacional.

En más de diez años de contactos con Juan Tomás -la presidenta de la Fundación Lorca siempre nos remitía a él para cualquier cuestión técnica, de procedimientos y económica-, es la primera vez que no me coge el móvil. Lógico. Está en paradero desconocido y, probablemente dentro de muy poco, estará en búsqueda y captura cuando la denuncia prospere como se prevé en los juzgados de Madrid.

En un primer momento, nada cómico hay en su historia que pudiera justificar su inclusión en un episodio granadino con los imprevisibles Lucas y Williams. O tal vez sí. Precisamente a escritores como Lorca les debemos que nos hayan abierto los ojos demostrándonos con sus obras la delgada línea que separa la comedia más frívola de la tragedia más solemne. Hay momentos en que sólo desde el atrevimiento de la subversión del género se atisba a palpar lo que vamos decidiendo que es la verdad. Esa verdad que, como ya escribió Machado, "también se inventa" y esas mentiras a las que recurrimos "más de la cuenta por falta de fantasía". Aunque en esta última parte tendríamos que discrepar con el poeta: no es precisamente de fantasía de lo que adolecen las historias de Sean Hepburn y Juan Tomás Martín. Ni siquiera nos hace falta tirar de imaginación. Tenemos los personajes, tenemos la trama y tenemos el guión. Elijan el tono y aguarden a que el juez ocupe el sillón del director para escuchar el teatrero ¡que empiece el show!

La boda que no fue boda, los novios que no eran novios, el alcalde que no era alcalde... Tristemente, previsiblemente, el ladrón que sí fue ladrón...

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