Cuchillo sin filo

francisco Correal

La hostia

NO tiene media hostia. Es una metáfora, claro, como la que el presunto artista cuyo nombre pienso omitir desde ya habrá utilizado para denunciar una aberración con otra. Igual pretendía entrar en el Guinnes con esa burla del gesto más íntimo y consustancial a las personas de buena fe y de fe buena. Yo no le pienso poner con palabras la otra mejilla. Le animo en cualquier caso a que, puestos a hacer tonterías de tan alto calibre, elija para futuras ediciones otras palabras del diccionario. ¿Por qué no hacer una orla de obleas con las palabras Sacrificio, Martirio, Piedad o Misericordia? Son más consecuentes con el sacramento de la comunión que esa deriva satánica, nunca mejor dicho, de los abusos perpetrados por algunos miembros del clero sobre menores, una ínfima minoría sobredimensionada por los altavoces de la estulticia y, para qué negarlo, por la propia alevosía y gravedad de esas conductas reprobables merecedoras del mayor de los desprecios. Para ellos sí va la hostia entera de este artículo.

En este país de saltimbanquis espirituales las dos reacciones más esperables a ese gesto tan mendaz, que no sólo va contra el buen gusto sino también contra la muy cualificada e ingeniosa tradición de iconoclastas, habrán sido el aplauso fácil cuando no acompañado de la risa bobalicona y el rasgueo de vestiduras de algunos católicos que usan la violencia verbal (en Estados Unidos la física) para reivindicar el derecho a la vida. Las dos Españas, sí, pero las más miserables, las que excluyen al sentido común, patrimonio de creyentes y agnósticos.

Ratzinger y Bergoglio le han dado prioridad al asunto de la pederastia para que sea la propia Iglesia la que detecte y expulse de su seno esos comportamientos que para nada se corresponden con el mensaje evangélico que el coleccionista de formas sin fondo igual ha escuchado alguna de las veces que burló las leyes sagradas de diálogo íntimo con quien se encarnó en los que sufren sufriendo como el que más. Es que Cristo era la hostia, muchacho.

A mí no me escandaliza ni me concierne. Pero es un daño gratuito a miles de personas que dan lo mejor de sí mismos en los confines más lejanos, que hacen gala de unas conductas intachables que nunca ocupan ni un minuto en los telediarios salvo que tengan un final como el del misionero Pajares.

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