DEBE ser que, a mis años, ya no tengo las neuronas suficientes como para aguantar la estomagante pirueta nuestra de cada día. Empiezo a no entender nada, todo me parece una puñetera broma macabra. Esta semana la cosa ha ido de titiriteros, de artistas callejeros apóstoles del odio. El espectáculo, deleznable según Carmena, ha propiciado todo un presunto debate sobre la libertad de expresión. Y miren que los hechos permiten pocos matices: que, con destino a un público infantil, se represente el ahorcamiento de un juez, el apuñalamiento de una monja y la exaltación de dos sangrientas bandas terroristas (Al Qaeda y ETA), es mucho más que una gamberrada. Hoy que tanto se tutela el bien del menor, paradójicamente esta aberración encuentra múltiples y encendidas justificaciones.

Con la etiqueta #LibertadDeExpresión, son miles los abanderados de la progresía que reclamaron la inmediata excarcelación de tan ilustres comunicadores. Porque detenidos sí que fueron. Y no a instancias de infames opositores, sino de los propios padres que contemplaron, aterrorizados y allí, semejante aquelarre. Con la rapidez reglamentaria, se adhirieron a la exigencia los nuevos santones populistas: a Iglesias le dolía el arte, le indignaba que dos adalides de la cultura -a Darío Fo llegó a compararles- sufrieran la inhóspita frialdad de una celda; a Colau le enojaba el rigor de nuestras normas, el maltrato inadmisible de mentes tan preclaras. Por supuesto ambos hablaban en nombre de la libertad, un concepto que, como el lector sabrá, estiman tanto y siempre defienden sin asomo de sectarismo.

Es aquí donde comienza mi desconcierto: la libertad es una conquista tan valiosa que no debiera invocarse en vano. Es de párvulos en democracia el comprender que su ejercicio implica responsabilidad, que tiene unos límites claros marcados por la ley y por el sentido común. En su nombre no se pueden acuchillar almas niñas, ni ensalzar canallas, ni, al cabo, injuriar o calumniar impunemente a nadie. Para eso no se sacrificaron nuestros mayores. Deja de alcanzar valor alguno, además, cuando se estira hasta amparar ruindades. Es francamente decepcionante que quien aspira a gobernarnos muestre tan grosera ignorancia o acaso, me temo, ose suponer tan desahogadamente la nuestra. Los implicados, por acción u omisión, han actuado como les vino en gana. Justo es que ahora asuman, sean éstas penales o políticas, las cabales consecuencias.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios