La columna

juan Cañavate

El Modelo perfecto

ME pareció leer hace días y como de pasada, un titular del líder de Ciudadanos en la ciudad dedicada a tranquilizar a algún atribulado granadino ante el inminente cambio de alcalde en el ayuntamiento; que nadie piense que está en cuestión el modelo de ciudad -venía a decir-, cambiaremos de alcalde, pero no el modelo. Y tengo que reconocer la doble sensación que me produjo leer aquel mensaje; primero la satisfacción de que un político tuviese, por fin, un modelo de ciudad, cosa bastante poco habitual en los últimos decenios. Segundo, el horror de que el modelo fuese precisamente el que ya existe, un engendro degradado, construido durante estos años de corruptela y favoritismo por el puñado de empresarios del ladrillo y de la hostelería que, con seguridad, constituyen la esencia de ese granadinismo atribulado y temeroso de algún cambio, al que el señor Salvador tranquilizaba con su compromiso de inmutabilidad.

Imagino que en el modelo que no habrá de cambiarse, incluye el señor político, el hartazgo y el agotamiento que genera en la ciudad la saturación turística que ya está en cuestión en medio mundo; en Amsterdam hace unos días, en Barcelona, antes, en Venecia, en Madrid, en Mallorca y en muchos otras ciudades que han llegado ya a la conclusión de que, precisamente de ese modelo, es del que hay que huir si se quiere salvar a la ciudad de su ruina absoluta.

Una ruina demasiado evidente ya en Granada, en sus índices de paro y en sus viviendas y locales vacíos. Provocada por la explotación incontrolada de una industria depredadora y destructiva que ahuyenta a los vecinos, que destruye el comercio y que agota hasta la extenuación hasta el último recurso con el que se encuentra convirtiéndolo todo en un negocio insano; las plazas que un día fueron espacios libres, los trozos y retazos de historia que heredamos, las piedras, los ríos, las calles, los paseos, los viejos barrios, la forma de vida de las gentes, el saludo amable que hubo en otros tiempos, el arte en un museo, el baile en una zambra, la recacha al sol en el invierno y la sombra de los tilos en Plaza Nueva y de los Plátanos de Indias en la Bomba; todo invadido, todo puesto al servicio del negocio de unos pocos que tiemblan ante la lejana posibilidad de un poco de orden exigiendo a los políticos la tranquilidad para su pillaje. ¡Qué no cambie el modelo!, gritan, qué sigan las terrazas y los toldos y las sombrillas y las estufas invadiendo los espacios patrimoniales y sus entornos, la Catedral, Plaza Nueva, Bib-Rambla, San Nicolás, los jardines protegidos de la Bomba…, que sigan las despedidas de solteros, los burros sobre burros, los altavoces y los disfraces, que siga el esperpento y la ordinariez invadiendo las aceras y que dejen ya de molestar los vecinos y que se vayan, que se vayan de los barrios históricos para que podamos llenarlos de apartamentos turísticos. Que el negocio es el negocio y el modelo es perfecto.

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