EN marzo de 1963, John Profumo, Secretario de Guerra del gabinete McMillan declaró ante los Comunes que no había nada impropio en su relación con Christine Keeler y añadió, con ese digno enfado que muestran los políticos cuando mienten que iniciaría acciones legales si tales injurias se repetían fuera del parlamento. En mayo, después de que el Sunday Mirror publicara la famosa y sensual fotografía de estudio realizada por Lewis Morley, miss Keeler se convirtió en centro del debate político. Fue tal la presión social que el propio ministro acabó confesando que había mentido al primer ministro, a la Cámara y al pueblo británico y el cinco de junio dimitió de todos sus cargos. El escándalo provocó la dimisión de Harold McMillan y la derrota de los tories en las elecciones de 1964.

Lo que más indignó a los británicos no fue que el ministro fuera un adúltero; eso quedaba en el ámbito de lo privado. O que más que una aventura romántica, el affaire con miss Keeler fuera de los de tipo remunerado. Resultaba inmoral pero no delictivo. Ni siquiera que Yevgueny Yvanov, agregado naval soviético y sospechoso de espionaje, fuera otra de las conquistas -o cliente- de la atractiva miss Keeler. Este hecho, claramente punible en caso de ser cierto -aunque nunca se demostró- quedaba en manos del MI5 y de la Justicia cuya obligación era defender los intereses de los ciudadanos británicos. Lo que no estaban dispuestos a perdonar era que un ministro mintiera en el Parlamento, sede de la soberanía nacional y engañara al primer ministro cuando le requirió una explicación al respecto. Profumo abandonó la política y dedicó el resto de su vida a intentar recomponer su dañada reputación trabajando como voluntario en Toynbee Hall, una organización caritativa del East End londinense. Hubieron de pasar más de treinta años para que fuera rehabilitado socialmente y casi cuarenta para que se le reintegrara al Consejo Real del que había sido expulsado.

Si les cuento esta vieja historia es porque me parece ejemplar. Algo nos falta en España cuando un ministro como el señor Soria que miente públicamente sobre sus cuentas en paraísos fiscales, en lugar de desaparecer de la política es propuesto por el gobierno para ocupar un alto cargo muy bien remunerado en el Banco Mundial. Y es que en cuestiones de ética y estética democrática, nos falta algo. No sé qué es. Pero nos falta algo. Quizá sea costumbre.

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