VINCENT DEBE MORIR | CRÍTICA

Buena idea mal desarrollada

El actor Karim Leklou.

El actor Karim Leklou. / D. S.

Lo más difícil de un guión es desarrollar una buena idea sin que decaiga el interés de lo que en su planteamiento propone. Cuanto mejor, más original y más arriesgada sea la idea que es su punto de partida, más difícil es cerrar bien el relato. Sobre todo, si tiene que ver con lo inexplicable llevado al límite del absurdo. Quizás solo Buñuel y Fellini lo hayan logrado de forma absoluta a lo largo de toda su obra. Otros, a veces, lo han conseguido en un título, como Polanski en El quimérico inquilino.

Esta película tiene un punto de partida muy sugerente. Un hombre anodino empieza a ser agredido sin motivo alguno. Primero por los más próximos a él. Después por todo el mundo. Cuando su mirada se cruza con un desconocido, este siente la imperiosa necesidad de acabar con él. Es su existencia, su ser visto por otro a quien no conoce, lo que desata la necesidad de matarlo. A la que no escapan ni los niños. No estamos muy lejos de la reciente Dream Scenario.

Si el guión de Mathieu Naert se hubiera atrevido a mantener el misterio, si no le hubiera dado una explicación, estaríamos ante otra película mucho más interesante que esta. Si nos hubieran explicado por qué los comensales no pueden abandonar la casa o los protagonistas nunca pueden cenar, como en El ángel exterminador o El discreto encanto de la burguesía, o por qué quienes alquilan el apartamento de El quimérico inquilino se tiran por la ventana, esas películas habrían perdido su razón de ser.

Son ejemplos muy altos para el debutante director de esta película, Stéphan Castang. Pero son él y su guionista quienes alzan el listón con su propuesta inicial que después achican convirtiendo la película en una más de zombis incluyéndole un innecesario interludio sentimental. Se puede esperar algo interesante de este guionista y este director, que en los mejores momentos de la película -que van decayendo conforme avanza- logran intranquilizar llevándonos al límite del absurdo a través de un salvaje humor negro. Pero a condición de que tengan el valor de no explicar. O de no dar bandazos del humor negro surreal al terror convencional y la anécdota romántica, tras haber partido de una propuesta llena de riesgo e interés.   

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