Háblame | Crítica

No des la mano a los muertos

Sophie Wilde, en una escena de 'Háblame'.

Sophie Wilde, en una escena de 'Háblame'. / D. S.

Uno de los más gratamente terroríficos recuerdos de mi infancia -ese gustillo que da sentir miedo en seguridad- fue un episodio del serial radiofónico de la SER Relatos en la noche del que aún recuerdo la sintonía: los primeros compases del ballet Slaughter on Tenth Avenue de Richard Rodgers. Era una adaptación de La mano disecada de Guy de Maupassant. Esta película me ha recordado aquella noche de escalofrío radiofónico no solo porque en ella tiene una especial importancia una mano, también porque hace sentir miedo. No el asco que producen las películas de gandinga, ni el sobresalto de parque de atracciones que produce el abuso de efectos de imagen y sonido, sino miedo auténtico.

Hay en esta película muchos elementos y efectos tomados del repertorio más convencional del terror: la ouija (eso sí, con la originalidad de que el puente entre los vivos y los muertos sea una mano), los adolescentes que juegan con lo que no se debe jugar, la pérdida de control del juego, algún sobresalto efectista y sangre en abundancia. Pero estos recursos son las especies de un guiso elaborado a fuego lento por un buen guion de los debutantes en el largometraje Michael H. Beck, Bill Hinzman, Daley Pearson y Danny Philippou -este último codirector de la película- que logra una muy bien graduada escalada en la tensión y el horror -mucho más que en el susto- tomándose su tiempo tras un arranque que deja clavado en el asiento para hacer progresar la acción, añadiendo hallazgos como la mano (que a veces actúa como la de Maupassant) que solo se debe coger unos segundos tras decirle “háblame”, insertar golpes de humor negro o que los muertos puedan tomar posesión de los vivos; pespunteándolo -sin entrar en demasiadas profundidades porque la película es lo que es- con temas de cierto calado como el duelo y su superación, el desamor y la soledad en la adolescencia, el refugio en los amigos o la huida de la realidad en las redes sociales y los juegos peligrosos.

Es una muy buena película de terror que ha descubierto a dos prometedores directores

Este buen guion está muy bien dirigido, con un sentido del encuadre, de la luz y del tiempo como factor clave en la creación de la tensión, sorprendente en unos debutantes en el largometraje, por los hermanos australianos Danny y Michael Philippou, ejemplo de los nuevos tiempos que corren para la creación audiovisual: triunfaron como youtuberos subiendo a su canal RackaRacka artesanales cortos de terror y de parodias (no siempre elegantes) que lograron más de seis millones de seguidores y 1.500 millones de visitas, ello les llevó a colaborar en el éxito The Babadook de Jennifer Kent y finalmente a lanzarse al largometraje con esta película producida por la australiana Causeway Films -la productora de los éxitos The Babadook y The Nightingale de Kent o Blaze de Del Kathryn Barton-, presentada con buenas críticas en varios festivales internacionales, entre ellos el Sundance y el de Berlín, y comprada para su distribución en Estados Unidos por la poderosa A24 que participa también en la distribución internacional.

Lo merece. Y se comprende que ya esté en marcha su secuela. Es una muy buena película de terror que ha descubierto a dos prometedores directores. El tiempo dirá. De momento han triunfado.

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