crónicas urbanas

Donde antes había tres magos ahora hay tres cerdos

  • Estaba en Reyes Católicos con mi nieto esperando que pasara la cabalgata de Reyes y reparé en el altillo de la antigua Joyería San Eloy, donde antes se montaba un belén tamaño XXL

De pronto reparé en ellos. Yo estaba en la acera de Reyes Católicos, justo a la altura de donde estaban los Manueles y ahora hay una tienda de Zara. Estaba con mi nieto esperando que pasara la cabalgata de Reyes y reparé que el altillo de la antigua tienda de la Joyería San Eloy, donde antes se montaba un belén tamaño XXL, ahora lo ocupan tres lustrosos cerdos que pastan entre encinares. Me quedé de piedra. Enseguida mi mente comenzó a especular sobre el desatino del destino, palabras que no son iguales por una 'a'. Recordé como desde hacía muchos años la citada joyería plantaba en el altillo las tres figuras de los Reyes Magos adorando al Niño que había nacido. Y recordé como un año unos cacos se llevaron las figuras y el dueño puso un letrero con trazos de ironía en el que resaltaba que, a pesar de que el local estaba enfrente del Ayuntamiento y de la Policía Local, unos desaprensivos se habían llevado con total impunidad las esculturas.

Cerca de mí encontré a un amigo que también había ido con su nieto a ver la cabalgata y se lo referí:

Cualquier local en donde se pueda meter una barra es susceptible de convertirse en bar

-¿En Navidad no era tradicional montar un belén en ese altillo? -le dije señalando la antigua joyería San Eloy-. Pues mira, ahora hay tres cerdos.

-¡Coño! Es verdad,-dijo mi amigo-.

-Y son cerdos salmantinos. Ni siquiera son de Trevélez -le dije-.

-Si es que aquí se está perdiendo nuestra esencia. Esto es de risa -contestó mi amigo algo desalentado-.

De pronto me vino a la memoria un pie de foto trabucado en el periódico de mi provincia en el que trabajé de becario. De eso hace más de cuarenta años. En una página venía una noticia sobre unas granjas de cerdos que se habían inaugurado. La ilustración de dicha noticia era la foto de un consejo de ministros cuyo pie decía: "Los cerdos tendrán nuevas instalaciones para su reproducción". En la página siguiente se daba cuenta de los acuerdos del consejo de ministros y la foto que ilustraba la noticia era la de un montón de cerdos. El pie decía: "Los ministros se reunieron ayer para aprobar nuevas leyes sobre nuestra economía". No me acuerdo si el director del diario tuvo que dimitir por dicho cambio de foto, lo que sí me acuerdo es el cachondeo que provocó el error entre los lectores.

Mientras pasaba la cabalga mi cabeza seguía dando vueltas. ¿Y si los cerdos que hay en el escaparate de la nueva tienda de jamones salmantinos fueran un error en el pie de foto de la ciudad? ¿Y si el cambio tan aparatoso significa que a partir de ahora los Reyes Magos no traerán carbón sino lonchas de jamón? ¿Y si los cerdos se llamaran Melchor, Gaspar y Baltasar? Tantas preguntas sin respuesta lógica se sucedían en mi cabeza que se me olvidó coger caramelos. Mi nieto que me vio embobado con la mente puesta en una posible crónica ciudadana sobre el cambio de imagen en la citada tienda, me hizo la pregunta que requería la situación:

-Abuelo… ¿cuántos caramelos has cogío?

-Ninguno. Es que por aquí no han echado -mentí-.

"Jo, pa eso te traigo", debió de pensar el chiquilín mientras me miraba con ojos de conmiseración.

Para reconciliarme con él le dije que íbamos a entrar en un bar a tomarnos una fanta con pajita. Estaba todo lleno. El centro de Granada se ha convertido en un parque temático de bares. Donde antes estaban las oficinas de Renfe o Iberia ahora hay bares. Donde antes había comercios de ropa ahora hay bares y donde antes había tiendas de discos y joyerías ahora hay bares. En la calle Ganivet y adyacentes, cualquier local en donde se pueda meter una barra puede ser susceptible de convertirse en bar.

Pero mi nieto no quería una fanta, quería ver a los Reyes en el balcón del Ayuntamiento y luego los fuegos artificiales. Yo cuando estoy con mi nieto hago lo que él dice. Soy como una marioneta en sus manos. Con él intento reparar el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no ser feliz. Así que una vez concluida la cabalgata nos fuimos a la plaza del Ayuntamiento a ver los fuegos artificiales. Al niño se le iluminaba la cara con los fuegos y yo no paraba de pensar en la belleza perdida de Granada y en cómo la vulgaridad se ha adueñado de ella.

En 1982 unos empresarios granadinos invitaron al rey don Juan Carlos, padre del actual, a comer una tortilla del Sacromonte en Los Manueles. El monarca, nada más probarla puso cara de asco y dijo abiertamente que no le gustaba. Alguien dijo que lo que le habían puesto a rey no era la auténtica tortilla de Sacromonte y unos hosteleros organizaron un concurso gastronómico para ver cuál era la auténtica tortilla sacromontana. Yo creo que desde entonces no sabemos la receta de nuestra esencia.

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