de libros

Fantástico fatalismo

  • El Paseo recupera el libro de relatos de la autora de 'Rebeca', donde también encontró inspiración Hitchcock para otro de sus grandes clásicos

La escritora Daphne du Maurier (Londres, 1907-Fowey, 1989), retratada en el año 1957.

La escritora Daphne du Maurier (Londres, 1907-Fowey, 1989), retratada en el año 1957.

Si es un acierto rescatar la literatura de Daphne du Maurier, tarea que la editorial sevillana El Paseo comienza con este conjunto de relatos, doble audacia resulta haberlo hecho con el particular introito que en su día preparara el filósofo Slavoj Zizek para la misma edición en la Virago Modern Classics, donde no se llegó a incluir, por lo visto, por su carácter teórico y cierta ambigüedad con respecto al estilo de la escritora británica. Y es que, sin ser especialmente fan del filtro psicoanalítico con el que Zizek contamina sus análisis de cultura popular, pocas veces se puede admirar la inteligencia y socarronería con la que aquí se pone en perspectiva una obra que se pretende prologar desde la desmesura, entresacando sus secretos y motores más íntimos. Contiene, les advertimos, spoilers.

En origen publicado en 1952 bajo el título del que posiblemente siga siendo el mejor relato de la colección, El manzano, un delicado trabajo de orfebrería psicológica de la pareja suspendido por un finísimo humor (que curiosamente no parece reconocer Zizek en su penetrante escrutinio); más tarde, ya en los 60, rebautizado como Los pájaros y otros relatos una vez que Alfred Hitchcock, quien décadas antes adaptara La posada de Jamaica y, notoriamente, Rebeca, volviera a amplificar la imponente imaginería de la prosa de Maurier, nos encontramos aquí ante la decantación de un fantástico cotidiano de raigambre romántica donde lo irreal y misterioso hacen presencia coloreando el mundo y revelando de paso la cara oculta de lo real que lo contiene. Este suplemento de pasiones vagabundas e intrusiones espectrales y vertiginosas resulta lógico que atrajera a Hitchcock, quien, como apuntara Joao Bénard da Costa, llegó en su versión de Los pájaros al éxtasis formal definitivo, a una suerte de abstracción metafísica, más allá de la moral, del tema de la culpa, e igualmente al lacaniano Zizek, quien se ve capaz de argumentar convincentemente sobre el fantasma sexual -las distintas versiones que aquí se operan del fracaso de la unión entre los sexos- que estructura estas historias en tanto mitos de la insatisfacción compuestos por una escritora que escenifica el masoquismo femenino como distancia conquistada, adelantando la violencia autoinfligida a la propia del orden sádico patriarcal.

Ningún personaje se libra en estos cuentos, a cada uno le llega su cara a cara con el destino

Sea como fuere, alineados o no con la mirada psicoanalítica al universo de Du Maurier, resulta evidente que el elemento intruso -"la fuga fantasiada" de la miseria diaria de la que habla Zizek- que inocula un suplemento sobrenatural a estos relatos de posguerra puede fácilmente suspenderse para mejor apreciar ese supuesto no-estilo de la escritora, que en cambio brilla como una curiosa amalgama de acerado naturalismo y economía descriptiva fundadora de una escritura vibrante que se fuga alrededor de símbolos potentes pero como carcomidos por la ambigüedad. Sobre la realidad gris y anémica que exuda esta letra descarnada sobrevuela lo fantástico de igual forma que un humor retorcido -la ceguera más sorprendente del fino Zizek, como apuntábamos- a modo de lupas magnificadoras de las carencias afectivas de los personajes protagonistas. Hablamos, eso sí, de una risa otra que podría resumirse en aquella frase de Deleuze, según la cual "siempre resulta divertido cuando uno no se libra".

Y es eso precisamente lo que le ocurre a la familia protagonista del inexplicable y cruel ataque de aves en Los pájaros; o al viudo liberado de El manzano, quien tras el deceso de su esposa asiste a cómo un árbol deformado del jardín de la casa no deja de sacarle íntimamente de sus casillas; también a la joven esposa por interés a la que el tedio de sus aburridas vacaciones convierte en la maquiavélica amante de un tímido chico local en El joven fotógrafo; o al mecánico de Bésame otra vez, forastero, en su delirio amoroso con la enigmática acomodadora de un cine; y, finalmente, al testigo de las disputas de la peculiar familia protagonista de El viejo: ninguno se libra, a cada uno le llega su cara a cara con el destino. En cómo traduce literariamente y despliega Du Maurier este fatalismo que, como en las oleadas de una marea creciente, va cubriendo el castillo de arena que hombres y mujeres pasan por la realidad, se encuentra el magisterio de una escritora a redescubrir; una a la que probablemente no le hayan venido nada bien ni los discursos de género, ni el oscurantismo estructuralista ni, por supuesto, el tópico encallecido de que Hitchcock sólo se inspirara para su cine en materiales literarios de escasa calidad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios