Obituario Francis Molina

Francis, esto no se hace

Francis Molina, en las instalaciones de la UAPO.

Francis Molina, en las instalaciones de la UAPO. / Jesús Jiménez / Photographerssports

El pasado jueves por la mañana a muchos se nos heló la sangre y se nos paró el tiempo al conocer la noticia del fallecimiento de Francis Molina, uno de los mejores deportistas que ha dado esta Granada nuestra y cuyos méritos, aunque reconocidos, no han trascendido todo lo que debieran porque lo suyo era la raqueta, y no una raqueta cualquiera. Tras haber pasado por el bádminton, deporte en el que fue subampeón de España, le dio por el squash, más a su altura por lo mucho que exige. Francis se autoexigía mucho en todo lo que hacía. Tras estar en todo lo alto en las competiciones andaluza y nacional hasta sobrepasada la 'cuarentena', se pasó a categorías de veteranos tanto en el ámbito nacional como europeo, donde se dio alegrías en no pocas ciudades del Viejo Continente. Y así estuvo hasta que la enfermedad le obligó a echar el freno. También lo hizo en su trabajo de preparador físico con el que se ganaba la vida. Era un luchador y luchó hasta el final.

Pero Francis Molina no sólo triunfó en las pistas, sino que también lo hizo fuera de ellas. Fue un tipo vital, muy amigo de sus amigos, que los 'coleccionó' a espuertas en los muchos ámbitos de la vida como el deporte, la prensa, el trabajo, antiguos compañeros de universidad, a los que hay que añadir los de porque sí, que son una 'jartá'.

Su prematura marcha –el próximo mes iba a cumplir los 53– ha hecho la puñeta a demasiada gente. Si los nombrara a todos faltarían páginas en este periódico. Muchos de ellos no los he conocido en persona pero tengo la sensación de que los he tratado por lo mucho que me hablaba de ellos.

Para empezar, deja un hueco inmenso en su casa, donde sus grandes apoyos Nana –a la que tanto vamos a necesitar todos– y sus hijas sacarán fuerzas de flaqueza para seguir adelante, siempre adelante. Lo harán porque son fuertes y porque valen un potosí.

Sus rivales en la pista también le echarán en falta. Todos destacaban su competitividad y los jóvenes lamentaban las derrotas que sufrían a manos de semejante 'viejales'. Muchos se han visto las caras con Francis durante muchos años. En nombre de todos ellos el primero que me viene a la cabeza es del de Marcus Hall, un británico asentado en la Costa del Sol que a pesar de que le privó de no pocos campeonatos eran íntimos amigos. En el funeral, al verlo de lejos me vino a la mente lo desolado que se quedó Belmonte cuando en Talavera de la Reina un toro mató a Joselito, su gran rival.

En el mundo del deporte también ha dejado huella. No hace mucho vino desde Barcelona a verle el que fue gran campeón español de salto de altura: Gustavo Adolfo Becquer. Me contó que conoció a Francis en la Ciudad Condal y que cuando estaba atravesando un mal momento deportivo siguió su recomendación de que se viniera a entrenar a Granada, un cambio de aires gracias al cual volvió a relanzar su carrera.

Sin saberlo aún, también salen perjudicados muchos aspirantes a bombero, policía y guardia civil. Era un gran preparador físico y en la academia donde trabajaba dan fe de los muchos alumnos que hoy visten uniforme gracias a que era tan exigente con ellos como consigo. Me viene a la memoria cuando para entregarme su invitación de boda me puso la condición de tenía que ser en una conocida discoteca. Ahí descubrí que era el lugar más seguro del mundo pues no dejó de saludar a alumnos y antiguos alumnos. Y también comprendí el motivo de que no le llegara ni una multa a pesar de que le gustaba la velocidad al volante.

A pesar de los muchos años pasados, Francis mantenía un nutrido grupo de amigos de su época universitaria. Eran tiempos en los que lucía una desordenada y rizada melena a la que sólo le faltaba una chistera para que en ciertos ambientes, como en el de la prensa, pasara a conocerse como Tamariz, pues su aspecto recordaba al conocido mago. Uno de los que le coronó con semejante sombrero fue el periodista de esta casa Juan José Fernández, otro que va a notar su ausencia. 

También fue amigo de Jesús Candel, con el que contactó cuando le diagnosticaron la enfermedad. Conversaron mucho de lo que estaban pasando. Cuando murió Spiriman, Francis siguió su consejo y colaboró activamente con la fundación UAPO, que había creado el médico.

Quiero acabar estas complicadas líneas de escribir diciéndole a Francis, que seguro ya está poniendo en forma a San Pedro, que esto no se me hace. Teníamos muchas cosas pendientes. Ya tocaba que me surtieras de vino, tal como hacías cada no muchos meses, al igual que a Pedro Escolano. También me darás esquinazo en ese chuletón que nos íbamos a meter entre pecho y espalda en la Taberna Andaluza, donde lucen cuadros firmados de los jugadores del Granada que facilitaste gracias a tu amistad con Manolo Lucena. Me dolerá mucho cuando el próximo 22 de junio no estés en la celebración de nuestros aniversarios de boda –nos habíamos casado ese día, aunque de distintos años–. Por cierto, a Luisa la has dejado con una tortilla de patatas a medio hacer que tenía la intención de acercarte para que, como alguna otra vez, la degustaras junto a Nana y tus niñas. Echaré en falta esas cañas que nos tomábamos en cinco minutos cuando pasabas por debajo de mi casa, en los que te daba tiempo para vacilarme por la inmensa diferencia que había entre tu envidiable forma física y la mía, patética. Y tantas y tantas cosas más que teníamos que compartir.

Todos los que conocimos a Francis echaremos de menos su don de gentes, su sentido del humor, su camadería... y también sus defectillos, que no eran pocos. Y ninguno le perdonaremos que se haya ido. Francis, esto no se hace.

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