Lola Álvarez. Psicoterapeuta de niños y adolescentes

"Hay niños de seis o siete años que hace mucho que no juegan con juguetes"

Lola Álvarez.

Lola Álvarez. / Juan Carlos Muñoz

Lola Álvarez Romano es licenciada en Pedagogía por la Universidad de Barcelona y psicoterapeuta con más de 30 años de experiencia. Acaba de publicar ¿Qué me he perdido? Cómo afrontar los problemas de salud mental en la adolescencia (Planeta 2024), una guía en la que la experta en salud mental infantojuvenil explora cómo ésta se construye a lo largo de la vida del individuo, desde la infancia hasta la adolescencia, orientada a proporcionar ayuda a los padres para entender qué está pasando por la cabeza de sus hijos, saber distinguir entre los cambios propios de la edad y los cuadros clínicos que necesitan el diagnóstico de un especialista.

–Como psicoterapeuta familiar con más de 30 años de experiencia. ¿Qué es lo que más le preocupa?

– En primer lugar, la adicción a las pantallas en los más pequeños. Es algo que les quita mucho tiempo de estar jugando con juguetes reales. He visto en consulta a muchísimos niños de seis o siete años que hace mucho que no juegan con juguetes. La experiencia de jugar con cosas físicas es necesaria para crecer. Y, lo segundo, desencadenado de lo primero, la superficialidad que adopta todo para ellos. La idea de que todo tiene que ser instantáneo. Es una cuestión que, cuando lo piensas en términos de crecimiento, tiene muchas repercusiones porque es como si todos los tropiezos del crecimiento los quieran pasar por alto.

–Su último libro sobre salud mental y adolescencia parece más necesario que nunca. Es ahora cuando más se habla de este tema y, pese a ello, hay un aumento de suicidios, de depresiones infanto-juveniles, de trastornos, adicciones… Haciendo un guiño al título… ¿Qué nos hemos perdido?

–Precisamente por eso se llama así y, sobre todo, porque con frecuencia los padres sienten que lo han hecho lo mejor posible y sin embargo se encuentran que en la adolescencia pasa algo con sus hijos que no entienden y se plantean la existencia de un problema de salud mental. El libro es una guía para ellos. Aún así, creo que se habla mucho de salud mental, pero trivializando un poco el término. Es decir, está bien que se hable, pero hay que tener cuidado de confundirla con otras cosas. Los jóvenes de hoy en día creen que la salud mental es tener un mal día y estar un poco deprimido o llaman ansiedad al estar ansiosos porque tienen un examen. Todo ello puede tener detrás el boom que existe, por ejemplo, en redes sociales donde mucha gente famosa ahora revela haber sufrido estos trastornos y eso hace que, por decirlo de alguna manera, se glamurice la mala salud mental y eso es muy perjudicial. Los jóvenes se apuntan a algo que está de moda y no saben muy bien qué es.

–¿Qué papel juegan en todo esto las redes sociales?

–Son una herramienta que sobrexponen a los jóvenes a muchísimos estímulos. Es como si se desdoblaran sus identidades. Por un lado está con la que habla y se expresan, y, por otro, la vida on line, la que no termina nunca y es continua las 24 horas. 

–¿Es partidaria de prohibir los móviles en colegios e institutos?

–No lo he pensado con detenimiento, pero, sinceramente, creo que es mejor. Cuando los niños estén en el colegio, que estén en el colegio. No me vale el argumento de los padres de usarlo para saber si su hijo ha llegado o no bien al colegio. Toda la vida se ha ido y vuelto sano y salvo. Es una exageración tener que saberlo todo de tus hijos en todo momento. 

–Más allá de este contexto actual, ¿diría que la adolescencia una época proclive para padecer trastornos de salud mental? ¿Por qué?

–La adolescencia ya era un periodo psicológicamente delicado antes de las redes. Se trata de una etapa en la que hay un desarrollo físico y cerebral muy marcados. Los adolescentes están en un cuerpo cambiante y las cosas pasan muy repentinamente. Podemos decir que están en tierras movedizas porque no saben a qué cambio se van a someter mañana. Todo eso les provoca una incertidumbre que puede ser terrible. 

–¿Qué señales debe tener en cuenta la familia para detectar que algo no está bien?

–Generalmente son los cambios de conducta. Dejar de salir con los amigos o tener un cambio de grupo social de la noche a la mañana. El bajón del rendimiento escolar, el insomnio o el dormir demasiado. Y, de manera más general, perder la ilusión por las cosas.

–Pero todo eso es muy típico de la adolescencia...

–Exacto. La adolescencia es una montaña rusa de emociones y cambios, pero es normal que estos sentimientos se tengan en poco tiempo y por separado. Si alguna de estas conductas se suceden a la vez y duran más en el tiempo, es una señal de que algo está pasando.

–¿Cómo se puede acercar a su hijo adolescente su padre o su madre?

–Tradicionalmente, el método más eficaz es la comunicación. Quien se ha comunicado con su hijo desde la infancia, está en un terreno mucho más seguro. Yo siempre recomiendo el no interrogarles. Entrarles siempre con sigilo ofreciéndole pistas para que ellos detecten que sus padres saben que algo no va bien. Y, sobre todo, elegir un buen momento planteándolo con relajación.

–Hablemos de autolesiones. ¿Qué lleva a un joven a autolesionarse e, incluso, a tener ideas suicidas?

–Son dos cosas diferentes. Las autolesiones son una manera de regular su estado mental y, fisiológicamente, se ve que tiene un efecto que les hace sentirse mejor momentáneamente. Con este perfil hay que trabajar otras alternativas que tengan el mismo efecto emocional y encontrar algo que que le sirva de distracción para que pase ese momento, esa necesidad puntual, porque la autolesión no es algo premeditado. Y, con respecto a las ideas suicidas, suelen tenerlas jóvenes que han perdido la esperanza y que no tienen nada que les ancle mucho a la vida.  Con ellos trabajamos el preguntar qué les lleva a pensarlo, pero no hacerlo, y reforzamos eso que le lleva a quitar esa idea de su cabeza.

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