La langosta thermidor

La política moderna es otra cosa. Sólo así se explica que un presidente se tome cinco días para reflexionar, que decida seguir sin mayores explicaciones ni medidas y que, en apariencia, no acuse daños serios

Pedro Sánchez se fotografía con un simpatizante del PSOE en la Feria de Abril de Barcelona.

Pedro Sánchez se fotografía con un simpatizante del PSOE en la Feria de Abril de Barcelona. / Kike Rincón / EP

Nadie cocina ya la langosta thermidor, una receta francesa de finales del XIX que alude al calendario republicano, justo entre la caída de Robespierre y el establecimiento del Directorio. Y quienes aún la ofrecen en sus cartas lo hacen reinterpretándola, con afán de modernidad y curiosidad arqueológica culinaria. Pero en la época del producto y el aligeramiento de grasas nadie se toma en serio un plato tan barroco, con un salseo pesado y denso que contamina un producto delicado y de pleno sabor como es la langosta, añadiendo mantequilla, coñac, mostaza, bechamel, queso parmesano, yema de huevo, cayena o nuez moscada entre otros ingredientes de una lista interminable. La gastronomía ha cambiado, funcionan otros códigos. A la política le pasa igual: tiren los manuales que tengan más de diez años, limpien el disco duro y deconstruyan todo lo que tenían aprendido sobre el funcionamiento de la política. Ya no sirve. Si no lo hace nunca podrá entender cómo y por qué un presidente del Gobierno se ha autoinfligido una crisis de cinco días que tenía mala salida decidiera lo que decidiera. En otro tiempo un presidente no habría podido tomarse cinco días de asuntos propios para no decidir nada y salir, aparentemente, ileso.

Consumir información rápido y sin esfuerzo

Lo que ha cambiado es la sociedad. La política siempre va por detrás. Los bloques ideológicos mantienen su esencialismo pero más diluido: sus posiciones son más volubles, cambiantes y orientadas a lo que ocurre. Se formulan propuestas políticas de laboratorio para posicionarse ante la urgencia de cada día y se desatienden las reflexiones de fondo. La globalidad en la que vivimos ha generado un mundo diferente, en el que se consume muy rápido cualquier fenómeno, sin mayores profundizaciones. Tendencias, modas, trending topics, clickbaits. El dedo resbalando veloz por la pantalla del móvil. La ansiedad por saber sin tener que leer mucho, el quererlo todo y nada. La necesidad de opinar, de tomar partido, incluso de odiar. Así discurre hoy el día a día del consumo de la información política. Los platos de hoy se cocinan de forma diferente e incluyen otros ingredientes.

Si no le gusta mi narrativa tengo otra

Moisés Naím sintetizó en sus tres pes el nuevo paradigma de la política mundial: populismo, polarización y propaganda. Añadan dos des: desintermediación y desinformación, ambas relacionadas con la propaganda. El cortoplacismo, el dato estadístico, el apoyo en redes son vectores que condicionan las narrativas políticas. Y si no sirven, en un rato tendremos otras y diferentes. Los partidos se han olvidado del legendario centro, donde se decía que estaban los triunfos electorales. El centro, donde están los moderados y las clases medias. Hacer política sólo para los extremos es un error que pagamos todos. Los marcos ideológicos se reblandecen como los relojes de Dalí. Las apelaciones a la Transición, al ejemplo de concordia entre diferentes, a la gran construcción de un Estado moderno con derechos, a la sanidad y la educación pública como ejes de unos servicios de calidad ya no sirven. A las nuevas generaciones les huele a alcanfor, no les dice nada. Han nacido con esas prerrogativas y derechos y no entienden que nadie quiera ofertarles lo que ya les pertenece. No hay ni truco ni trato.

El común de lo votantes vota por otros motivos. Ya no sirven los cebos de ayer. La sociedad se ha vuelto más compleja, exigente y segmentada. Es más diversa y se activa por otros motivos. Los partidos o se adaptan o mueren. La demanda tiene más fuerza que la oferta. Son los ciudadanos los que preconfiguran lo que los partidos deben ofrecer frente a un tiempo en el que los partidos ofrecían su menú. Los partidos, como mínimo, pactan con su electorado su oferta temática. Van por detrás.

Pedro Sánchez, medio y mensaje

Frente a esta avalancha caudalosa de mensajes y canales, el parlamentarismo está de capa caída. El discurso pronunciado en una cámara –no hay prácticamente ninguno digno de ese nombre– sirve para hacer biomasa. No interesan más que a los grupos de interés vinculados a la política. Suele ser una suma de lugares comunes, chascarrillos y descalificaciones torrenciales. Demasiados políticos en la tribuna con recortes de periódicos en la mano como para pedir ahora una desacreditación de lo publicado. El paradigma son los 280 caracteres del antiguo Twitter. Lo que no se comunique en tuit –un trino, como atinadamente dicen los colombianos– no sirve. Así que el discurso hay que aligerarlo también de grasas retóricas. Por eso el presidente del Gobierno se permite anunciar un impasse en su presidencia de cinco días publicando una carta dirigida a la ciudadanía en una red social: medio y mensaje. Desintermediación –quién quiere periodistas que lo interpreten si él puede comunicarse directamente con los ciudadanos– y relato –la autohumanización del gran resiliente– sin periodistas preguntando, que la fiscalización informativa es prescindible teniendo un iphone en la mano.

Libelos ha habido siempre

El periodismo también ha cambiado. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero fue distinto. Libelos ha habido siempre. Periodistas menos rigurosos vs periodistas de referencia, también. Medios pagados por el poder político y/o económico, a esportones. Lo que nunca había existido es la capacidad y velocidad de expansión de los mensajes, su penetración veloz y su fuerza para expandir y reexpandir cualquier bulo con rapidez y precisión. Ítem más: lo que ha cambiado desde la triple crisis –económica, de pérdida de credibilidad y la de la transformación tecnológica que no termina de traducirse en rentabilidad para las operaciones periodísticas– es básicamente la facilidad con la que se monta un medio, pseudomedio o libelo, o como quieran llamarlo. Sólo se necesita una web y alguien dispuesto a darle al teclado sin más. Ya no hay que pagar ni el papel, ni la impresión ni la distribución. Y en esos portales dedicados a algo que se parece al periodismo como la parafarmacia a la farmacia ya no hay que pagar periodistas: cuantos menos periodistas y más amanuenses, más barato y eficaz para los intereses de determinadas cabeceras, especialmente digitales. En algunos casos han sido sustituidos directamente por bots y fabrican informes con Inteligencia Artificial. Si ya hay coches sin conductor por qué no iban a existir los medios sin periodistas, aunque lo que publiquen se parezca al periodismo como un huevo a una castaña.

En las redes siempre es campaña

En el ecosistema mediático conviven hoy medios respetables y otros que no lo son. La segunda carga de la prueba está en los lectores/consumidores. Las redes sociales ya no son cosa de los jóvenes. Los talluditos se han incorporado con alegría: el 54,9% de los españoles utilizan las redes sociales para informarse, según el CIS. Más de la mitad de la población, ojo.

La segmentación es otro servomando que permite colocar mensajes ad hoc a quienes son susceptibles de comprártelo y votarte. Con un valor añadido: se ha generado el efecto del activismo. Gentes que jamás irían a un mitin pero que gratis et amore apoyan a sus lideres en las redes, amplificando su mensaje y combatiendo por ellos en su cruzada digital. Anónimamente o dando la cara, que en ese maremágnum también entran las cuentas falsas manejadas por partidos y otros actores económicos. Otro elemento novedoso es que vivimos en una campaña permanente, no hay límites temporales. En las redes siempre se está en campaña. Y dos características añadidas: los políticos las utilizan también para mostrar cuando toca su faceta más humana: acarician a sus perros, acuden a conciertos de rock en camiseta o se enfundan un mandil para hacer el arroz de los domingos. Personas como usted y como yo.

Periodismo sin hechos

El último y gran efecto pernicioso son las llamadas fakes news. Esa cosa malévola que se ha conseguido que la verdad no se distinga de la mentira y, si no es posible, que la verdad al menos se relativice. Porque en las redes todo es relativo salvo las emociones, que son la trampa más utilizada y la más fácil de activar. Los elementos racionales necesitan de una reflexión y un entendimiento de la que prescinden las emociones. Una fake carece del material básico de la noticia: los hechos. En cambio, cuentan con el aliento del misterioso algoritmo de Google que puede convertir en un éxito de temporada casi cualquier cosa. Es cierto que siempre han existido la propaganda y las falsedades, pero no a este nivel. El bombardeo digital exige una capacidad cognitiva especial para aislarse de un entorno que percute a cada segundo con mentiras o medias verdades que además coinciden con lo que mucha gente quiere oír. Las más peligrosas provienen de aquellos medios que se visten con los ropajes de publicaciones tradicionales ganándose la apariencia de respetabilidad.

Los nuevos consumidores acceden a la información con las defensas bajas y con menos criterio, educados en un ecosistema feroz donde gana quien más chilla, insulta o perfila titulares llamativos. El papel de los llamados viejos medios no es fácil. La investigación y el rigor cuestan dinero. Lo otro sale barato a sus editores y demasiado caro a la sociedad y al sistema.

Bulos S.L.

¿Existen medios que se dedican a esparcir bulos deliberadamente? Lo sabe todo el que se dedica a la política o al periodismo. Incluso se sabe o se intuye cuál es su capital semilla y que instituciones públicas y privadas los financian y para qué. No nos hagamos los tontos. Lo que haría mal el Gobierno es confundir ese fangal con el resto de medios que no le bailan el agua y mantienen líneas editoriales contrarias, por duras o anguladas que estén. Es legítimo que cada medio se posicione como quiera en defensa de unos valores, lo que no sirve es faltar a la verdad para tal fin.

Pero hablar como se habla en el entorno del Gobierno de algo parecido a la aprobación o el control previo de los medios, de la creación de una ley específica que garantice la pluralidad –según el concepto de pluralidad del legislador– o cosas similares es una temeridad y además no tiene recorrido. El derecho a la información, que pertenece a los ciudadanos y no a los periodistas, es un derecho fundamental y goza de especial protección. La ley española prevé penas por delitos de injurias y calumnias. La difamación no sale gratis, aunque el resarcimiento, bien es cierto, suele ser de un efecto balsámico muy menor respecto al daño causado. Pero siempre será mejor la ley que alguien con una espada flamígera expulsando a los impíos del paraíso.

Accionistas e ingresos públicos

La UE está adoptando algunas medidas que pueden ser razonables para distinguir a los fabricantes de bulos. Bruselas ha aprobado un reglamento bajo el nombre de Ley de Libertad de Medios de Comunicación que va a entrar en vigor en unos días. Va a obligar a los medios a hacer públicos quiénes son sus accionistas, quiénes tienen competencias para tomar decisiones estratégicas en cada medio y cuáles son los ingresos públicos que reciben en concepto de publicidad institucional. La norma obliga a todos los medios europeos, lo que puede ahorrarle el trabajo sucio a Sánchez. Dicho eso, la norma puede ser ineficaz si se siguen desconociendo los ingresos privados de los medios y si el capítulo de publicidad institucional no se amplía a todos los fondos y conceptos por los que reciben dinero de las distintas administraciones.

La Comisión acaba de informar de que ha descubierto 23 webs que operan en España, Francia, Alemania, Italia y Polonia y que funcionan bajo el esquema de "lavado de información" con enlaces a información procedente de Rusia. El Servicio Europeo de Acción Exterior ha identificado hasta 17.000 casos de manipulación informativa relacionada con el Kremlin desde 2015. Hay mucho que hacer en materia de bulos, pero con inteligencia, no tocando a rebato tras cinco días de silencio.

¿Qué ha conseguido Pedro Sánchez?

El balance de su metisaca es esencialmente negativo. De hecho, nadie ha comprendido este movimiento, que no ha sido digno de un maestro consumado de la estrategia. Más bien ha sido una ocurrencia irreflexiva y a tenor del enfado de sus más cercanos, tomada en solitario. Ese cesarismo deja en evidencia al PSOE y al Gobierno. Los convierte en órganos consultivos. Todo supeditado a la voluntad y decisión unívoca del líder. A un presidente que adopta una decisión tan trascendental como es la de anunciar su posible dimisión hay que exigirle un balance de resultados.

Lo primero es que tuvo al país cinco días en vilo, a los votantes desorientados y a sus cargos y cuadros aterrados. Un test de estrés absurdo e innecesario. Dicen que ha logrado abrir un debate sobre la calidad democrática. Ese asunto –sin duda trascendente– le va a seguir preocupando a los mismos que les preocupaba antes de los cinco días de abril. No va a haber cambios. Al revés, la oposición va a ser más descarnada y los medios que se sienten interpelados apretarán más.

Ha permitido que durante días toda la prensa internacional relacionara su posible dimisión con un supuesto caso de corrupción que afectaba a su esposa. Ha abierto el debate sobre su sucesión, se ha autoamortizado, y ha disparado el baile de nombres: María Jesús Montero, Pilar Alegría, Salvador Illa, incluso Zapatero redivivo. Ha generado incertidumbre durante unos días al conjunto de la economía y ha enfadado a sus socios. Eso sí, se ha llevado un regalazo de "bienvenido de nuevo" de Tezanos y el CIS: un sondeo flash que supuestamente lo sitúa diez puntos por encima del PP tras haber deshojado la margarita. Pocos argumentos para la alegría y el optimismo.

¿Y qué va a hacer con los jueces?

El tránsito entre el punto seguido al punto y aparte que ha anunciado debería traducirse en algo tangible y efectivo respecto al Poder Judicial, pero tampoco es fácil. El PP sigue tomándose a broma la renovación del órgano. Cínicamente acusa al Gobierno de bloquear los avances en Bruselas. Pero el Gobierno o pacta la renovación con el PP o va a tener muy difícil reformar la ley para cambiar la extracción del consejo modificando las mayorías de elección, aunque Bolaños ha advertido al PP de que "es su última oportunidad para pactar la renovación". Es una acción arriesgada, por más que se entienda la desesperación por el filibusterismo del PP incumpliendo la Constitución y dejando al consejo en precario (dos dimisiones, un fallecimiento y dos jubilaciones han dejado el órgano en 16 miembros frente a los 21 que le corresponde y hay 93 vacantes en puestos clave por cubrir) mientras acusa al Ejecutivo de dañar a la justicia.

Colocar a los jueces "malos" y a los periodistas "malos" como clave de bóveda de los problemas del sistema es una maniobra muy delicada por más motivos que den algunos de ambos colectivos. Estos días se ha publicado como si fuera un argumento redentor que el juez que aceptó investigar a Begoña Gómez también ha admitido una querella presentada por Ione Belarra, de Podemos. Ya ven. Y esta semana algunos medios han debido estar buscando porquería en la familia de Pedro Sánchez y al parecer no han debido encontrar nada nuevo porque lo que han destacado es que a las hijas del matrimonio les gusta el reguetón. Gran exclusiva de interés público.

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