La Ritirata | Crítica

Los divertimentos de Bach

La Ritirata en el Concierto para cuatro claves de Bach

La Ritirata en el Concierto para cuatro claves de Bach / Fermín Rodríguez (Festival de Granada)

Su nombre nos conecta casi de inmediato con la trascendencia de sus grandes obras corales (de su fervorosa música para los cultos luteranos, en general) y de sus complejas y elaboradas creaciones especulativas sobre el arte de la fuga y de la variación, pero las crónicas del tiempo nos han dejado la imagen de un Bach divertido, que en familia (y había tantos Bach repartidos por toda Turingia que en la región para decir “músico” se recurría directamente a su apellido) gozaba de la cerveza, los asados, los chascarrillos y las canciones populares, algunas bastante subidas de tono. Entre medias, habría que colocar el género del concierto, música hecha para el puro solaz de los sentidos. Bach escribió muchos conciertos entre 1717 y 1723 para su patrón de entonces, el príncipe Leopold de Anhalt-Cöthen, cuya corte era calvinista, por lo que no había necesidad de música litúrgica. Luego, cuando en 1729, ya en Leipzig, fue nombrado director del Collegium Musicum de la ciudad que había creado años atrás Telemann, Bach recurrió a muchas de aquella obras de Cöthen, las transcribió para el clave y las tocó él mismo o las compartió con sus dos hijos mayores, dos extraordinarios compositores también, Wilhelm Friedemann y Carl Philip Emanuel.

Ese es el origen del programa presentado por La Ritirata en el Auditorio Manuel de Falla, centrado en los conciertos múltiples, es decir, en algunos de los que han sobrevivido para más de un solista. Pero Bach es Bach, y por mucho que escribiera música de divertimento, pensada para ser compartida en un café, su concepción contrapuntística se filtra por doquier, y en estos conciertos, muy especialmente en los movimientos rápidos, que tienen una riqueza polifónica absolutamente marca de la casa, aunque bien es cierto que el famoso Concierto para cuatro claves lo traía ya de origen, pues es transcripción de una de las obras instrumentales del Barroco tardío más prodigiosas jamás escritas, el Concierto para cuatro violines que Vivaldi publicó en su Op.3 (L’Estro Armonico).

La Ritirata tocó en formación minimalista, es decir, con un instrumento por voz en las partes orquestales (dos violines, viola) y un bajo continuo reducido a violonchelo y contrabajo (acaso no habría venido mal un instrumento polifónico de cuerda pulsada, aunque mucho instrumento polifónico había ya entre los solistas, debió de pensar Obregón, cuando además esos claves solistas ejercen a veces también funciones de acompañamiento). Sorprendió la colocación de la viola en el lugar que suele ser habitual del violín I, y lo cierto es que este simple intercambio de posición dio más relieve a un instrumento al que Bach hace tocar a veces con el bajo, pero que también resalta en muchas otras ocasiones merced a ese trabajo intenso de las voces medias. Por otro lado, Obregón se dejó algunos pasajes del bajo (sobre todo en los tiempos lentos) para su violonchelo solo, lo que les dio una levedad en el trazo que funcionó bien como contraste de los poderosos tutti, reforzados siempre por la sonoridad llena de los teclados. Por momentos, y muy especialmente, en la interpretación del Concierto para cuatro claves, pareció que el contrabajo se alejaba demasiado del centro de la escena (no sólo física, sino musicalmente), privilegiando las líneas orquestales y la de los solistas sobre el soporte del bajo.

Logró reunir La Ritirata a cuatro clavecinistas de la elite europea, Pierre Hantaï, figura esencial del instrumento en el último cuarto de siglo, y tres de los mejores especialistas españoles de la actualidad (Prego, Ares, Oyarzabal), todos ellos en plenitud de sus medios. Merece atención la reseña de los instrumentos, porque se combinaron dos réplicas de modelos alemanes (uno de ellos, un formidable clave de tres teclados, que Rafael Puyana donó al Archivo Manuel de Falla y marcó con sus poderosos graves el BWV 1065) con las de un francés y un flamenco. La diversidad de sonoridades, aunque pudiera chocar en algunos momentos, aportó también una variedad en el timbre que fue parte del éxito de una propuesta asentado también en el virtuosismo de los solistas (imposible destacar a uno de los clavecinistas sobre los otros, impecables todos), en el preciso y exquisito fraseo orquestal (extraordinaria la guía de Andoni Mercero) y en una concepción global de la música más atenta a la sensualidad y el contoneo de la frase que a los acentos violentos y los contrastes abruptos. Si Bach se divirtió en su tiempo con esta música, trescientos años después los mortales seguimos gozándola como recién escrita.

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