Cultura

Una mala digestión

Naufragio. Director: Pedro Aguilera. País: España-Alemania. Año: 2010. Duración: 94 min. Con: Solo Touré, Kandido Uranga, Álex Merino, Ramón Barea, Julio Perillán, Iñake Irastoza.

Hace ahora tres años que Pedro Aguilera se daba a conocer para alinearse junto a una nueva generación de cineastas españoles (Lacuesta, Rebollo, Álvarez, De Orbe, Serra, Villamediana...) que marcaban distancias con los modos de la producción industrial desde sus márgenes a partir de una renovada apuesta formal en sintonía con cierto cine contemporáneo y festivalero. Auspiciado por el mexicano Carlos Reygadas, La influencia, su primer largo, asumía una estética del despojamiento y el silencio para realizar un singular retrato de familia (en crisis) en el que podía detectarse cierta filiación con el Kore-eda de Nadie sabe.

Para su segundo largo, Aguilera parece mirarse ahora en otros dos cineastas que han marcado a la cinefilia más exigente, Apitchapong Weerasethakul y Claire Denis, y lo hace a partir de unos materiales de larga tradición en el cine español de la democracia, el asunto del inmigrante y sus dificultades de integración en la sociedad (véanse Las cartas de Alou, Bwana, Poniente o la más reciente El dios de madera). Sin embargo, el director toma distancias con el retrato social y opta por una mirada oblicua, simbólica e impresionista que no busca tanto subrayar el tema o la denuncia como el no menos sobado e ingenuo argumento del acercamiento al otro a partir del respeto cultural.

El problema es que, a pesar de su voluntad diferenciadora, Naufragio no consigue conciliar nunca sus veleidades estilísticas, bastante titubeantes y viejas por cierto, su dimensión mágica o su acercamiento físico (ya saben, el cuerpo como mapa de sensaciones o el paisaje tratado como abstracción) con el tosco tono prosaico que acompaña a los personajes secundarios, ya sean éstos intérpretes ocasionales en los invernaderos almerienses o conocidos actores en los parajes del País Vasco, que rodean a nuestro silente protagonista, un explícito Robinson negro del siglo XXI que Aguilera pretende emparentar con mitos y leyendas ancestrales con una navaja, unos amuletos y unas convulsiones espumosas.

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