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Menos sería más

La trilogía de las heroínas Elektra, Medea y Ariadna es el fruto de todo el trabajo de aproximación a la tragedia griega de Atalaya llevado a cabo durante los últimos años. Un ciclo de espectáculos que cierra Ariadna.

Una pieza que despliega en escena un texto espléndido, repito, espléndido; y que, sin embargo, se diluye en una dicción a la que falta sobriedad. Una dicción teatral de un texto épico-poético que si bien pretende distanciar, al final termina sirviendo más a la floritura que a la narratividad. La tentativa es bien válida pero el espacio mítico que reproduce Ariadna tiene más fuerza narrativa, distanciamiento y poética en el espacio escénico y determinada imaginería visual propuesta que en el espacio sonoro que conforman texto, cantos populares (de Asia y los Balcanes), fragmentos textuales cantados y música. Un espacio sonoro que termina por emborronar un texto exquisito de Carlos Iniesta ideado incorporando fragmentos -el pensamiento- de autores que visitan el mito: Marina Tsvietáieva, F. Nietzche, H. von Hofmannstahl, D. Pujante, junto a Catulo, Ovidio, Nonnos de Panópolis, entre otros. En la época de la mercantilización y la máxima del rendimiento laboral y personal qué nos dice hoy Ariadna. Más aún: qué leer en el sacrificio de esta mujer, el acto íntimo del suicidio -final por el que opta la pieza- como resistencia al poder, el dominio terrenal o divino.

El conflicto de Ariadna, el del mito, es en relación al poder en una doble acepción que hoy es el Estado o el gobierno de los hombres y, a su vez, el poder patriarca, el de los hombres. Escénicamente se resuelve con una escenografía que nombra el co-protagonista de Ariadna: una gran vela de barco rodeada por cuatro mástiles es el suelo escénico y el metafórico; el barco como representación simbólica clásica de la ciudad-Estado. Junto al texto es el otro gran logro de la pieza.

Menos justificada por la lógica narrativa está la pátina asiática y oriental que boceta el movimiento y la gestualidad de los actores aquí y allá. Materiales surgidos de los talleres de investigación teatral que marcan la trayectoria de indagación formal de la compañía. Quedan como guiños a la interculturalidad, la danza balinesa, los cantos populares asiáticos, crean una dispersión semántica que superpuesta a la palabra distorsiona por saturación a la narrativa. A la contra funciona bien la materialización escénica del rey Minos, una suerte de patriarca marioneta, cuya estaticidad física y simbólica resulta más narrativa que cualquiera de las coreografía propuestas para los coros. Espectáculo irregular que tal vez ganaría fuerza discursiva si diera lugar al silencio y a la quietud del movimiento.

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