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Deleite entre las sombras de Antonio el Bailarín

El Ballet Nacional de España rindió homenaje a Antonio Ruiz Soler, conocido mundialmente como Antonio el bailarín, una de las figuras del baile español más reputadas de todos los tiempos. El actual director del Ballet Nacional, Antonio Najarro, quiso de esta forma rendir culto a la línea pedagógica que Antonio el bailarín abrió y de la que beben todavía hoy los integrantes de su compañía; pero además, sirvió para recordar la especial vinculación que el artista tuvo con el Festival de Granada, el cual contribuyó a crear con una mítica actuación junto a Rosario en la Plaza de los Aljibes de la Alhambra allá por el año 1952.

Sesenta y cinco años después cinco de sus coreografías vuelven a ver la luz en las manos y los pies de la savia nueva de nuestro baile nacional, una mezcla entre danzas tradicionales, flamenco y ballet clásico que hizo las delicias de todos los asistentes, venciendo las frescas temperaturas que acompañaron la noche y contribuyeron a estremecer a un público encandilado con el desarrollo del espectáculo.

La segunda parte de la velada se dedicó por entero al ballet de 'El sobrero de tres picos'

La velada se inició con una escena goyesca construida sobre la música de Eritaña de Isaac Albéniz, pieza que daba nombre también a la coreografía. Los vistosos figurines de Vicente Viudes, adaptados por Jesús Acevedo, contribuyeron a dar color y vistosidad a esta primera pieza. Un acertado cuerpo de baile acompañó con pasos más clásicos a la pareja protagonista formada por Débora Martínez y Sergio Bernal, muy correctos y acompasados en su danza. Le siguió una gitanería clásica bajo el nombre de Tarantos, magistralmente realizada por Esther Jurado bajo el fondo musical del cantaor Gabriel de la Tomasa y un trío de guitarras que, por momentos, sonó destemplado, pero no deslució en absoluto el duende y el arte de la solista.

Como uno de los platos fuertes de la noche hay que destacar el Zapateado de Sarasate que marcó el bailarín Francisco Velasco bajo el magnífico fondo musical del violinista Albert Skuratov y la pianista Coni Lechner. La interpretación en directo del fondo musical contribuyó a dotar la interpretación de Francisco Velasco de espontaneidad y expresividad, ya que se fue adaptando la música a las pausas y smorzandi del bailarín, quien con gran arte y mayor precisión rítmica desarrolló un número impecable; el dominio del taconeo, la rítmica precisa, el arte en el movimiento de manos y piernas y un preciso sentido del espacio fueron algunas de las virtudes que elevaron esta interpretación a magistral.

La primera parte se cerró con la Fantasía galaica de Ernesto Halffter, en una realización enraizada en el baile folclórico gallego pero tamizada con la visión siempre innovadora que tuvo Antonio el bailarín. Nuevamente, hay que destacar la bondad en la realización de los números de conjunto del cuerpo de baile, siempre preciso y oportuno, con figurines de Carlos Viudes de gran preciosismo inteligentemente inspirados en los trajes tradicionales de la zona. Especialmente embelesadora fue la danza de conchas interpretada por Débora Martínez y Eduardo Martínez.

La segunda parte de la velada se dedicó por entero al ballet El sombrero de tres picos de Manuel de Falla, que recuperó la mítica coreografía que Antonio Ruiz Soler realizara en el año 1958 para el Festival de Granada. Esta versión sigue vigente casi sesenta años después, y es una de las más conocidas a nivel mundial por el gran público. Se recuperaron los figurines y la escenografía que diseñara Pablo Ruiz Picasso para el ballet original. En esta recuperación para la memoria estuvo muy presente la sombra de Antonio el bailarín, y pudimos rememorar su peculiar manera de bailar en la magistral realización de Sergio Bernal como molinero, quien estuvo magistralmente secundado por Inmaculada Salomón como la molinera. Destaca también por su ágil desarrollo del personaje Carlos Romero como Garduña, y en el plano más cómico los papeles de corregidor de Eduardo Martínez y corregidora de Sara Arévalo. De gran vistosidad y un desarrollo escénico impecable, todo el cuerpo de baile, ataviado de los coloridos trajes picassianos, completaron esta escena, en la que por momentos había tanto arte que el ojo no sabía bien dónde mirar. El estruendoso aplauso con que fue recibida la interpretación de este Sombrero de tres picos sirvió para templar la fría noche del Generalife, y constituyó un merecido tributo al extraordinario espectáculo que ofreció el Ballet Nacional de España y a la memoria de Antonio el bailarín, un grande entre las figuras más destacadas del baile de todos los tiempos.

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