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Exorcista con rizos rituales

Terror, EEUU, 2012, 91 min. Dirección: Ole Bornedal. Guión: Juliet Snowden, Stiles White. Fotografía: Dan Laustsen. Intérpretes: Jeffrey Dean Morgan, Kyra Sedgwick, Madison Davenport, Natasha Calis. Cines: Cinema 2000, Kinépolis, Serrallo Plaza, ArteSiete Alhsur.

Sam Raimi es un tipo de fiar, un maestro de la nueva serie B, a quien debemos ese divertido homenaje a Ray Harryhausen que fue El ejército de las tinieblas, el muy sólido film noir Un plan sencillo o las tres primeras entregas de Spiderman. Ole Bornedal ha dirigido alguna que otra película interesante a lo largo de su desigual carrera, destacando El vigilante nocturno. El universo de los cuentos populares fantásticos o de horror judíos protagonizados por dibbuks -espíritus malignos de difuntos que vuelven del infierno para poseer a sus víctimas (dibbuk significa adhesión: el que se adhiere a otro)- tiene infinitas posibilidades poco exploradas por el cine y maravillosamente desarrolladas por autores como Isaac Bashevis Singer en sus novelas Satán en Goray y cuentos protagonizados por dibbuks (Taibele y el diablo, El violinista muerto y tantos otros, reunidos -junto a historias de otra naturaleza- en la muy recomendable antología editada por RBA (Cuentos, 2011).

Pues ni la confianza que Raimi merece, ni el oficio de Ole Bornedal, ni el interés del tema de los dibbuk logran sacar a flote esta película que parece mecerse como un pescado muerto en la estela de El exorcista. La culpa, sin lugar a dudas, es de los guionistas. O, al menos, la culpa primera. No es fácil establecer responsabilidades en una película. El director es el que manda, desde luego. Pero los guionistas son, por así decir, los copistas de las partituras (si no incluso los autores). Y por bueno que sea un director, con una partitura llena de errores y tachones poco puede hacer. Bornedal, por lo demás, es como mucho un artesano aseadito. Poco añade para corregir o remediar los defectos del guión.

El argumento, se nos avisa que basado en una historia real, toma el rábano por las hojas. Una cajita maldita en la que mora un dibbuk la toma con una anciana como si el espíritu maligno fuera el de Bruce Lee. Vieja para arriba, vieja para abajo, vieja fuera de juego. Después la cajita es vendida en mercadillo, una niña encantadora se hace con ella aunque, en realidad, es el dibbuk de la cajita el que se hace con la niña. El rábano, la sustancia, de las historias de dibbuks son las luchas entre el posesor y el poseído, una especie de desdoblamiento de la personalidad. Las hojas por las que los guionistas cogen esta película son los efectos -especiales o no- que sustituyen a la atormentada poesía de estos relatos.

Todo -salvo el ataque karateca del espíritu maligno a la anciana- empieza bien, contado con sobriedad, intentando diseñar personajes y situaciones creíbles. Pero mediada la película, conforme pisa más de cerca los talones de El exorcista, todo se va dislocando hasta concluir en el disparate del exorcismo perpetrado por un rabino que parece salido de una parodia de los Monty Python.

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