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Madrid 'superstar'

  • La capital de España presenta grandes exposiciones del mejor Arte que se pueda imaginar: Desde Ingres hasta un desconocido Wroblewski pasando por Munch y Kandinsky

Ante la sequía expositiva que viene aconteciendo por el miedo atroz a gastar en lo que no se considere estrictamente necesario, unido a la crisis de ideas - mucho peor que la económica, así como el cuestionamiento absoluto de la filosofía que impulsaba el fenómeno de las galerías de arte ha hecho que, salvo honrosas excepciones -aquía rápidamente la mirada se fija en Málaga- que, los aficionados tengan que acudir periódicamente a cualquier lugar donde existan las buenas propuestas que no encuentran en sus localidades. En este sentido el lugar más seguro y más fácil es la capital de España para encontrarse con muestras de categoría que llenen de entusiasmo artístico su interés. Madrid, en estas semanas anteriores a la cita de Arco -último fin de semana de febrero-, ofrece especialísimas exposiciones de todos los estilos y para todos los gustos que acaparan la atención de todo el mundo. Nosotros echamos manos del Alvia y en tres horas y media estábamos en la puerta del Prado. Mucho y bueno nos esperaba en una capital del reino de España que decían eran el primer fin de semana verdaderamente frío del año. Muchas cosas y poco tiempo requerían una programación que permitiera no perder ni un segundo. Ante la proximidad a Atocha de las dos grandes instituciones museísticas madrileñas -el Museo del Prado y el Centro de Arte Reina Sofía- y la importancia de lo que ambas encerraban era difícil decidirse. Al final, el edificio de Villanueva y el reclamo de la figura del gran Jean-Auguste-Dominique Ingres que én él se cobijaba, se impuso con determinación y este que esto les escribe, pronto, se encontraba ante las mágicas líneas del elegantísimo dibujo del pintor francés.

Jean-Auguste-Dominique Ingres es el gran pintor del siglo XIX. Esta afirmación no es gratuita. Cualquiera con una mediana cultura artística conserva en la retina obras como la Gran Odalisca, el Retrato de Napoleón o el Baño Turco; obras extraordinarias que traspasan la mirada y emocionan el espíritu; obras con una suma trascendencia pictórica que las elevan a la máxima categoría de un arte sin tiempo ni edad. En el Prado pudimos encontrarnos con todo un gran artista; un dibujante excelso capaz de plantear, desde la arquitectura generadora del dibujo, cualquier situción por difícil que esta fuere. En esta faceta, el artista nacido en Montauban es absolutamente impresionante, su delicadeza, su justa determinación, su estructura conformante, su acertada medida para constituir esa definitiva arquitectura de la postrer pintura hacen de la obra del pintor neoclásico un sublime ejercicio de arte grande. Así, se nos ofrece la portentosa rotundidad de sus retratos, como esa excepcional pieza, extraordinaria de grandeza y magnitud creativa, que es Napoleón I, en su trono imperial, la sutil sensualidad del desnudo femenino, con ese nuevo tratamiento pictórico, absolutamente moderno, que desvirtuaba conscientemente la estructura compositiva y abría nuevas pespectivas de una realidad a la que él impuso una nueva potestad representativa. Su Gran Odalisca es prueba de ello. Tambien nos encontramos obras religiosas en las que la influencia del gran Rafael, a quien tanto admiraba, es bien patente. Ingres se interesó, asimismo, por un nuevo concepto del erotismo que se desprende del desnudo femenino. En su famaso El baño turco se idealiza el desnudo creando una atmósfera de suprema sensualidad. Un pintor grandioso que traía enamorado a Picasso hasta el punto de peregrinar en varias ocasiones hasta su ciudad natal para contemplar su obra.

Hubo que madrugar para llegar pronto al Centro Cibeles y ponerse en la cola de las taquillas. La exposición de Wassily Kandinsky ha sido noticia nacional y el interés mayúsculo. Extraordinariamente montada, la muestra, además de llevarnos por la obra especial del artista ruso, probablemente junto a Picasso, el pintor más influyente de los dos últimos siglos de la Historia del Arte, para los grandes amantes supone una experiencia casi espiritual, al poder encontrarse con una de las grandes revoluciones pictóricas. El paso del expresionismo a la abstracción queda felizmente reflejado en una serie de obras que nos hacen transitar por una estética en evolución que rompería los esquemas establecidos hasta el momento. Kandinsky fue autor que, a pesar de su lineal apariencia, estableció varias etapas dentro de esa inicial propuesta abstracta; en todas ellas se observa un contundente sentido de lo esencial, de un establecimiento de imágenes que han quedado reducidas al más estricto sentido de lo espiritual. La exposición se estructura en las cuatro etapas que constatan los tiempos cronológicos más importantes en la vida del pintor, sus inicios en Rusia, la existencia en Munich en aquel periodo fundamental que fue el momento de la creación del Jinete Azul con su amigo Franz Marc, el descubrimiento de la pintura abstracta, además de su estancia en la Bauhaus y, por último, su definitiva estancia parisina, ya como un pintor de culto. Pinturas, dibujos y grabados, así como una selección de documentos fotográficos llegados de la colección del Centro George Pompidou de París, nos ponen en el determinante y contundente camino del padre de la pintura abstracta. Todo un gozo supremo para los sentidos.

Eran los últimos días de la gran exposición de Edvard Munch en el Museo Thyssen y la afluencia de público se hacía notar. Los espacios horarios para contemplar la muestra eran estrictos y lo que se mostraba requería mucho tiempo de contemplación. Todo el mundo conoce el Grito del gran pintor nórdico. Afortunadamente, no se encontraba en la exposición, hubiera restado importancia a la gran trascendencia de las demás obras; unas obras que daban absolutamente la gran dimensión de la pintura del artista noruego y que nos situaban ante la particular visión de la vida de una humanidad decadente donde lo sombrío destacaba sobre toda posible luminosidad. Toda la muestra nos conduce por las obsesiones emocionales del artista: el amor, la enfermedad, la soledad, el miedo, la ansiedad y la muerte. Absoluta contención pictórica, reducción formal hasta un mínimo desarrollo representativo que adquiere máximos desenlaces expresionistas nos llevaban hasta la apasionada pintura de un artista que pinta con los pinceles del alma. Las obras de Munch subyugan el espíritu, plantean los registros más oscuros del hombre, nos llevan a las pasiones del amor y del desamor, abren las esclusas de la emoción para que el desasiego inunde de angustia la mirada. Nadie después de salir de la exposición se acordaba de la obra más conocida de Edvard Munch.

Varias muestras importantes tuvimos la oportunidad, todavía, de contemplar; sin embargo, los acontecimientos expositivos vividos ante las obras de Kandinsky y Munch hicieron que se dejara para otro día el Palacio de Velázquez, el gran objetivo de esta visita madrileña.

Únicamene en manuales de Arte bien informados aparece el nombre de este Lituano, nacido en Vilna, ciudad perteneciente a la antigua Polonia, en 1927 y de una corta trayectoria existencial de sólo veintinueve años. Su historia me llenó de inquietud gracias a un amigo polaco que siente verdadera admiración por este artista del que me habló hasta la saciedad después de no comprender mi desconocimiento ante la figura de un artista que, según él, es toda una leyenda en Polonía. Hace unos meses me llamó para decirme que el Reina Sofía le hacía una gran exposición en Madrid. Oportunidad única para saber si mi amigo tenía razón. Y bien que la tenía. El Palacio de Velazque nos ofrecía una extraordinaria exposición tanto en continente como en contenido. Rigurososidad, pulcritud, exquisitez y justísima distribución en el aspecto museográfico. Las amplias estancias del Palacio del Retiro se llenaban con una obra particular, distinta, apasionante, renovadora, comprometida y con muchos esquemas transmisores de la vanguardia artística que aconteció en los tumultuosos años que ocurrieron en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Wroblewski nos presenta una obra personal, con una curiosa disposición estructural, toda vez que el artista pintaba por detrás y por delante de los soportes conscientemente y no por meras circunstancias ahorrativas. Por un lado pintaba de manera abstracta, con una gran influencia de Mondrian y por la otra de forma figurativa con una gran carga social. Son obras poderosas con un gran compromiso político, manifestando los horrores de la Guerra y los posteriores acontecimientos políticos ocurridos en su país. Una obra atractiva de principio a fin, donde los grandes planteamientos artísticos de la época se ponen de manifiesto, dejando constancia de una realidad pictórica llena de entusiasmo y abriendo compuertas para que el espectador tome partido por uno de los dos planteamientos estéticos con los que argumentaba una pintura única en fondo y forma.

Ha sido todo un fin de semana lleno de intensidad artística y que deja abiertas las expectativas para que, el fin de semana del Día de Andalucía, con Arco y ArtMadrid, la capital de España nos siga demostrando que Madrid es, también, la capital del Arte en España.

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