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Olivier Messiaen, entre la vanguardia, el mundo, la espiritualidad y la naturaleza

  • La Royal Concertgebow de Amsterdam interpreta por primera vez en el festival la 'Sinfonía Turangalîla', la obra más emblemática, poderosa y vanguardista que escribió el compositor francés en 1948

El plato fuerte de la 57 edición del Festival será servido esta noche, en el Palacio de Carlos V, donde se une la calidad de la Royal Concertgebouw Orchestra con la primera audición en la historia de estas jornadas de la Sinfonía Turangalîla, de Olivier Messiaen, del que se celebra el centenario de su nacimiento.

La Sinfonía Turangalîla es la obra cumbre de Olivier Messiaen (1908-1992), uno de los autores más importantes del siglo XX. Un compositor que no sólo se adentró en las vanguardias de su tiempo sino que estuvo muy atento a la búsqueda de un mundo espiritual, no sólo basado en la solidez de su fe cristiana, sino en la fascinación de otras culturas, sobre todo la hinduista, y, muy apoyado en la naturaleza. Su afán de comprender la rica sinfonía natural que nos rodea, de acercarse -su afición como ornitólogo se lo facilitaba- a lo que él mismo llamaba lenguaje de los pájaros, le hace poseedor de una paleta sonora tan rica que no sólo se encuentra en páginas de honda espiritualidad, sino en partituras verdaderamente inabarcables como ocurre con la Sinfonía Turangalila que esta noche escucharemos.

En la extensa y variada obra de Messiaen, donde late siempre la espiritualidad y canto al hombre -ahí está el Cuarteto para el fin de los tiempos, compuesto en su internamiento en un campo de concentración nazi- o en tantas y tantas partituras repletas de emoción interna y meditación, surge, como contraposición, la explosión tímbrica, la riqueza rítmica y conceptual que lleva a sus obras, en donde utiliza todos los elementos a su alcance, incluso los que le ofrecen las vanguardias, como ocurre con las ondas Martenot, que en 1928, creara el compositor, ingeniero y compositor francés Maurice Martenot. Este instrumento de teclado, altavoz y generador de baja intensidad, con su carácter monofónico, lo utilizó no sólo como elemento solista en esta sinfonía, sino en otras partituras como Tres pequeñas liturgias sobre la presencia divina o su ópera San Francisco de Asís.

Messiaen, en el campo armónico, parte de Debussy, cuyos hallazgos generaliza, convirtiendo el modo en el límite de la obra. La armonización del modo logra, por vez primera, que la música occidental enlace en profundidad con la oriental. Ocurre igual con el ritmo, que se enrique de forma considerable.

Turangalîla es una expresión que en sánscrito puede traducirse como un canto al amor, pero también al tiempo, al movimiento, al ritmo, a la vida y a la muerte. En realidad está formada por dos raíces: 'Turanga', que en el antiguo sánscrito se refiere al tiempo, movimiento y al ritmo, y 'lîla' que significa acto, acción o juego. Mal pueden resumirse en unas palabras, lo que todo acto musical supera. Es el idioma más universal que existe y sobrepasa todo acto de comprensión. Le viene mejor el amplio mundo de la emoción. Por eso Turanglîla se ha dicho que es inabarcable. ¿Cómo encerrar en conceptos 'literarios' o 'técnicos' esa paleta magistral, de riqueza de ritmos, sugerencias, emociones, sonoridades que a lo largo de diez tiempos, durante ochenta minutos, tienen en vilo a la Orquesta, no sólo como conjunto, sino como reto individual a los múltiples grupos que la integran, y a los dos solistas, piano y ondas Martenot?

La partitura exige una orquesta de más de cien miembros, materiales tan diversos, además de los clásicos de un conjunto sinfónico, toda una aportación de elementos de percusión (celesta, vibráfono, glockenspiel y otros metalófonos percutidos) que son, para su época, toda una revolución. Por si fuera poco, el piano adquiere protagonismo -está en casi el 70% de la partitura- y las Ondas Martenot. Lo que todo ello unido hace de esta obra, más que una sinfonía en sí, un concierto para piano y ondas Martenot y orquesta. Sus diez movimientos recorren una enorme variedad de elementos diversos, incluso contrapuestos, entre tonalidades clásicas y atonalidades perfectamente engarzadas. Los choques naturales no le hacen perder ni fluidez ni linealidad. Compuesta entre 1946 y 1948, por encargo de Serge Koussevitski, fue entrenada en Boston el 2 de diciembre de 1949, bajo la dirección de Leonard Berstein.

A propósito del centenario de Messiaen, llegan con más frecuencia sus obras a los programas habituales de conciertos o Festivales, pero igualmente a estudios y divulgaciones sobre la originalísima creación de este autor. Sobre su figura y obra, Yvan Nommick y otros estudiosos aportan datos en el curso Manuel de Falla que corre paralelo al Festival.

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