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Placer con la gravitación entre los seres

Compañía: Zimmermann & de Perrot. Composición musical y dj: Dimitri de Perrot. Coreografía: Martin Zimmermann. Dramaturgia: Sabine Geistlich. Intérpretes acróbatas, bailarines, dj: Blanca Capella, Victor Cathala, Rafael Moraes, D. de Perrot, Kati Pikkarainen, Eugénie Rebetez, M. Zimmermann. Concepto, escenografía y dirección: Zimmermann & de Perrot. Lugar: Teatro Alhambra. Fecha: martes 9 de febrero de 2010.

Sabe a gloria este Öper Öpis (Alguien algo) de los creadores e intérpretes suizos Martin Zimmerman (coreografía) y Dimitri de Perrot (composición musical en directo, dj), que se han hecho acompañar para este montaje de otros cinco espléndidos intérpretes más entre los que hay bailarines y acróbatas. Saben Zimmerman & de Perrot, con esta fusión de las disciplinas -teatro, circo, música, danza- tan bien medida, mejor que hace cinco años, cuando la compañía era otra -firmaban la creación junto a Gregor Metzger- y vimos aquel "bricolaje del yo" interpretado por el trío, titulado Hoi (Hola).

La fuerza, la delicadeza, la voluptuosidad, la mutabilidad o la seducción son algunos de los rasgos distintivos de la narrativa que sostiene en escena el elenco de intérpretes, jugando a su favor con las diferencias físicas llamativas de cada cuerpo a la hora de mostrar una poética inusitada alrededor de dos cosas: la ley de la gravitación universal entre los seres, que el ser humano es inestable como el gran suelo escénico basculante en el que los intérpretes asumen o luchan contra el desequilibrio que provoca el movimiento de uno mismo y de otros, la ley de atracción entre los cuerpos con masa; y el humor y la poesía como defensa lúcida ante la caída, el desequilibrio, el absurdo cotidiano y la certeza de la imposibilidad de encontrarse a uno mismo, en otros.

Öper Öpis son 70 minutos de frenesí, hay pasajes corales, solos, dúos; el tempo lento se reserva para el aire más intimista de un pequeño solo, un comienzo expectante o un final conmovedor. Asombra la capacidad de convocar imágenes poéticas en escena, una tras otra. Zimmermann soberbio en sus coreografías que luchan obsesivamente con y contra el desequilibrio y la ley de la gravedad; el juego de trampillas en el suelo, paneles móviles o de espejo con el que crean nuevas geografías, obstáculos o espacios nuevos invita también a sentidos preciosos sobre la especialidad y el movimiento de uno mismo y, vale decir "en" otros. La cotidianidad se sirve con la dosis de humor que la revela una misma, deliciosa y absurda: escenas de gimnasio teatralizadas a modo de parejas en las que un intérprete es aparato y otro gimnasta, el gran hombre (acróbata base) que carga sentado y cruzado de brazos, sobre sus antebrazos con su partenaire (la fragilidad, la delicadeza) en pie, el hombre que atiende tanto a estabilizar a su pareja como a la imagen a tamaño real de la que se acompaña esa mujer. Todo al ritmo y sentido de un espacio sonoro complejo que se graba y edita en directo por un delicioso personaje más: dj de Perrot, mago que haciendo equilibrios saca música del roce entre unos muslos o dos bloques de madera.

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