Vania x Vania | Crítica de teatro

Sinfonía chejoviana en dos tiempos

Los personajes chejovianos en la casa de campo castellana de la segunda obra.

Los personajes chejovianos en la casa de campo castellana de la segunda obra. / Vanessa Rabade

Maratón teatral el que nos ha ofrecido el Teatro Central para su cierre de temporada. Dos espectáculos independientes, con el mismo nombre y los mismos actores, dirigidos por Pablo Remón, uno de los autores y directores más reputados de la escena contemporánea, Premio Nacional de Literatura Dramática en 2021 por su obra Doña Rosita, anotada.

La primera obra de su Vania x Vania tiene lugar en un espacio vacío. Solamente una buena iluminación y seis sillas que, movidas con una geométrica perfección, van marcando los movimientos de los seis personajes (se han suprimido algunos de la obra original), vestidos de forma actual.

Nada de escenografía, ni de utilería, ni artilugios de ninguna especie. Teatro puro basado en la palabra, en los magníficos diálogos del maestro Chejov, maravillosamente sostenidos por el cuerpo y la voz de seis actores y actrices, encabezados por un Javier Cámara (Vania) realmente colosal.Actores muy cercanos, incluso físicamente -ambas obras tuvieron lugar con los espectadores en el escenario-, que logran convertir las palabras de Chéjov en acción teatral llenándolas de matices, subrayando el humor y emocionando a un público literalmente prendido de un texto tan vivo hoy como cuando Stanislavsky lo estrenó en 1900.

Porque en su Tio Vania, Chéjov logra expresar de manera magistral unos sentimientos absolutamente intemporales: el hastío, la frustración y la opacidad de unas vidas que no logran encontrar su sentido: la de Alexander (Juan Codina), con sus ínfulas de gran escritor y sus achaques, la de su esposa Elena (Marta Nieto), tan bella y admirada como infeliz; la de su hija Sonia (Marina Salas), enamorada del médico sin ser correspondida; la del propio médico ecologista (un pletórico Israel Elejalde), la de la nodriza (Manuela Paso) y la de Vania, el más frustrado de todos, que ama sin ser amado y ha trabajado toda su vida por nada, por una mentira.

Todos ellos, pasados unos minutos, nos ofrecieron, en el otro lado del escenario, una versión muy diferente de la misma obra, firmada por el propio Remón, que enarbola, ahora sí, toda esa artillería teatral que él utiliza con tanta sabiduría.

Para empezar, el director nos coloca ante un escenario dividido en dos partes: a la izquierda una dacha rusa del siglo XIX y a la derecha, una casa de campo en la profunda Castilla de hoy.

Allí, a modo de sinfonía, con más allegros que adagios, se van sucediendo los duetos, tercetos, cuartetos..., a veces con unos personajes en el pasado, bebiendo vodka, y otros en el desolado presente castellano, con sus latas de cerveza y sus referencias a Master Chef o al cambio climático.

En este segundo Vania, el Remón amante de las transgresiones no solo desplaza la obra al terreno de la comedia, sino que se acerca con soltura al teatro del absurdo. Los personajes pasan de un lado a otro de la escena provocando a veces situaciones realmente hilarantes.

Vania es aquí Iván, pero son los mismos seres absurdos y aburridos de la primera obra. Sin embargo, Remón construye aquí con ellos una estupenda e ingeniosa comedia, aunque el espíritu, la profundidad de los temas y el ‘tempo’ de Chejov se ha perdido por el camino.

Así pues, los amantes del ruso salen algo decepcionados mientras que los de Remón se divierten al máximo. Pero lo que resulta absolutamente indiscutible es que el esfuerzo ímprobo de los actores y la sabia labor de su director logran ofrecer cuatro horas de auténtico y buen teatro.

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