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Una bailaora con carisma

Por segundo año consecutivo, La Moneta cierra Los Veranos del Corral. Y no es un tópico decir que pone el broche de oro a estos encuentros flamencos. A esta bailaora granadina la vamos siguiendo desde hará unos seis años, desde que ganó el Desplante, el primer premio de baile en el Festival Internacional de las Minas de La Unión. Es asombroso ver cómo evoluciona. Cómo canaliza una fuerza que siempre la ha acompañado. Cómo va trasladando un baile de pasión al raciocinio de quien sabe lo que hace y por qué lo hace, sin olvidarse del ánima y del arrebato improvisado. Sus ojos bailan a la vez que su cuerpo. Sus manos son dos fuegos fatuos que siempre anuncian buenas nuevas. Es una bailaora que se para y que escucha, que sabe sacarle partido al silencio. A veces nos regala su sonrisa, pero el viernes, de tan concentrada, era pura tensión. Parecía que arrojaba el baile, que le salía a borbotones, que había abierto la caja de Pandora y se habían liberado todos los truenos. Una tormenta que electrificaba a todo el público, que lo hipnotizaba. Su taconeo preciso, siempre argumentado y coherente, es pura música, doblemente agradecida por haber tenido el buen gusto de no incluir un percusionista en su cuadro. Un cuadro de lujo, donde El Galli y Miguel Lavi son grandes por seguiriyas y por malagueñas y por soleares. Las guitarras de Miguel Iglesias y de David Carmona cobran vida propia, aunque a veces no se acaban de entender. Y, como artista invitado, rellenando el escenario con su sola presencia, Manolo Osuna, cantaor octogenario con una voz privilegiada (potencia, timbre, afinación), que abre la noche con unos fandangos de regusto antiguo y le canta a La Moneta una soleá de antología. Si este cantaor hubiera nacido en otra parte, compartiría la gloria con Caracol o Chacón. De terciopelo negro aborda Fuensanta esta soleá llena de fuerza y fineza, de rabia y dulzura. Le duele cada paso que da, cada uno de los veinte minutos que dura su entrega. Hace guiños al pasado y, me atrevo a decir, también al futuro que hoy comienza con sus vueltas y sus paseos, con sus escobillas y ese "echarse pa' tras", esa "caída" tan de la tierra, que volverá a repetir en su baile final. La guitarra de David se queda sola e interpreta esa taranta que tuvo el beneplácito de Sanlúcar y ya forma parte del patrimonio flamenco granadino. Miguel Iglesias toma el relevo, tocando por farrucas. La Moneta, con camisa y pantalón, se impone. Sólo suenan las guitarras y el zapateado, y a menudo el silencio. El silencio absoluto. Ni una mosca. Respeto, tensión y mucha feminidad. Gloriosa.

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